Love, actually.
Por Carlos Diviesti.
Nancy Stokes contrata los servicios de Leo Grande porque nunca tuvo un orgasmo. Hace dos años murió su marido, el único hombre de su vida, un hombre rutinario incluso en el aspecto sexual. La relación con sus hijos, aunque no sea insatisfactoria, tampoco la hace sentirse realizada como madre. Si a eso le sumamos que tampoco se siente realizada profesionalmente (ya se retiró como docente de religión en los liceos), el resultado nos brinda un panorama frustrante del que solo queda esperar la muerte, aunque hoy a los sesenta ni las mujeres ni los hombres sean tan viejos como para morirse.
Por su parte, Leo Grande es un muchacho muy guapo, de enormes ojos verdes y tez oscura, muy seguro frente a sus clientes –por lo que se ve cuando está con Nancy, convengamos‒, aunque no parece serlo tanto cuando está solo y hasta parece pesarle ese gorro de lana amarillo que usa antes de ponerse a trabajar. Leo considera que los trabajadores sexuales deberían estar sindicalizados para que haya menos de esos problemas en la calle, derivados de la represión sistémica en la que viven. Contado así, el meollo del asunto de Buena suerte, Leo Grande podría parecer el de cualquier película europea de los años setenta, pero no estamos tratando de ser irónicos, porque el fondo de la cuestión es ese: cómo intentar acomodar la felicidad al capitalismo salvaje de estos días.
Sophie Hyde supo extraerle al guion de Kathy Brand (más televisivo que teatral, pero de esa excelente televisión británica) aquellas entrelíneas que profundizan cualquier tipo de actuación, sobre todo en lo que refieren al personaje de Leo Grande, cuyas aristas complejas y desoladas se traslucen en los ojos de Daryl McCormack, y que una actriz como Emma Thompson (tan enorme como invisible) sabe cómo trasladar al cuerpo, desnudo o vestido, un cuerpo en el que late aún una chica de dieciséis que se conmueve por la sensación del beso de un desconocido. Poco importan algunas cuestiones de fórmulas sobre todo al final de la película. Lo más interesante resulta que Nancy Stokes sea el seudónimo de una señora inglesa cualquiera que no tiene grandes cosas que ocultar, y que la de Leo Grande sea la marca de un negocio próspero y potente que oculta a un CEO frágil y desamparado, que ya no tiene necesidad de ocultarse ni de parecer lo que no puede ser.