Por Diego Faraone
Mientras Rápidos y furiosos 8, Un jefe en pañales, Los pitufos en la aldea perdida y La bella y la bestia se disputaban los primeros puestos en la taquilla uruguaya, silenciosamente y en otros circuitos, una película brasileña se mantenía con firmeza en cartel, luego de varias semanas de haber sido estrenada. El boca a boca funcionó muy bien para que la brillante película brasileña Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, pudiera considerarse un pequeño éxito local.
Pero la historia que antecedió a su llegada a estas tierras no fue tan agradable; un importante conflicto de intereses llevó a que su habitual camino de distribución y su estreno en Brasil estuvieran repletos de escollos. En abril del año pasado, que la película formara parte de la competencia oficial en el Festival de Cannes era una gran noticia para su equipo de producción; se trataba del único estreno latinoamericano en competencia, y le tocaba medirse con trabajos de directores consagrados como Pedro Almodóvar, Woody Allen, los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, Jim Jarmusch, Park Chan-wook, los rumanos Cristi Puiu y Cristian Mungiu, y otros tantos que están a su altura. Finalmente, la Palma de Oro se la terminó llevando el veterano Ken Loach con I, Daniel Blake, pero la película del director brasileño no pasó inadvertida, cosechó exultantes elogios de la crítica y obtuvo una envidiable distribución internacional.
Pero lo más llamativo del pasaje de Aquarius por Cannes fue la denuncia política que hizo su equipo durante su recorrida por las alfombras rojas. Tanto el director como varios integrantes del elenco (incluida la actriz Sônia Braga) portaron carteles en inglés, francés y portugués que decían: “Brasil está atravesando un golpe de Estado”, “Dilma, vamos a resistir contigo”, “Brasil ya no es una democracia”, “Machistas, racistas y estafadores como ministros”, “El mundo no puede aceptar este gobierno ilegítimo” y “54.501.118 votos prendidos fuego”, este último en referencia a los votos que obtuvo en las elecciones de 2014la depuesta presidenta Dilma Rousseff. Más adelante, el director Mendonça Filho –quien antes de ser director se desempeñó durante décadas como crítico de cine– hizo referencia al juicio político a Dilma: “Lo que está sucediendo es un golpe de Estado, pero uno muy moderno y cínico”, declaró en aquel momento en una entrevista publicada por el periódico estadounidense The New York Times.
Como era de esperar, la maniobra no le agradó al actual gobierno, encabezado por el presidente Michel Temer. Para empezar, Aquarius fue originalmente calificada de apta para mayores de 18 años en Brasil, supuestamente por sus escenas de sexo y por el uso de drogas, algo que, si se tiene en cuenta el sistema de ratings del país, constituía un exceso por donde se lo mirara. Por lo general, una película fuerte en esos aspectos se cataloga como prohibida para menores de 16, y no hay nada en Aquarius que justifique la calificación que se la impuso. Es de destacar que esta clase de prohibiciones resulta determinante para la distribución de una película, ya que muchas salas de cine suelen mostrarse reacias a recibirla.
Pero lo más grave sucedió después. Luego de lo ocurrido en Cannes, Marcos Petrucelli, un crítico y periodista brasileño conocido en las redes sociales por sus fuertes diatribas contra Dilma, escribió: “Vergüenza es lo mínimo que puede decirse sobre el elenco y el equipo de Aquarius en Cannes. ¿No somos una democracia? ¿Qué tipo de régimen es este que permite al director y a 30 personas más irse de vacaciones a la Riviera francesa? Ni los blockbusters de Hollywood van a Cannes con tanta gente”. El periodista fue elegido por el Ministerio de Cultura para formar parte del comité que elige la película que representa al país para las nominaciones de los premios Oscar en la categoría mejor película extranjera. A raíz de esa decisión, otros dos miembros del comité, el cineasta Guilherme Fiúza Zenha y la actriz Ingra Liberato, renunciaron para no avalar la presencia de Petrucelli, y en muestra de solidaridad con Aquarius, varios directores retiraron sus películas de la carrera al Oscar: Gabriel Mascaro sacó su sobresaliente Boi neon; Anna Muylaert, Mãe só há uma; y Aly Curitiba, Para minha amada morta.
Todo el ruido previo a su estreno podría llevar a pensar que la película es un fuerte manifiesto contra Temer, pero eso está lejos de la realidad. Incluso habría que analizar si tanta repercusión no fue, en definitiva, un elemento que le dio publicidad y terminó por favorecerla. La legendaria actriz Sônia Braga encarna a doña Clara, una crítica musical jubilada de sesenta y pico años, viuda y madre de tres hijos ya adultos. De expresión digna y talante adusto, se comprende que siempre fue una luchadora, una mujer bien plantada, proclive a enfrentarse a las injusticias que se le imponen, pero al mismo tiempo dispuesta a dar una mano a quienes la necesiten (esto se pone en evidencia en su actitud humana respecto de los obreros que trabajan en su edificio, aunque su labor específica la desfavorezca). La protagonista vive sola en un apartamento en el edificio Aquarius, frente a la playa Boa Viagem, en la ciudad nordestina de Recife. Una empresa constructora, que ya compró el resto de las unidades del inmueble, comienza a presionarla para que venda su apartamento; primero le hace ofertas económicas cada vez más tentadoras, y luego pone en práctica iniciativas mucho menos amigables. La idea de la empresa es demoler el edificio para construir una moderna torre de categoría, pero Clara se niega a abandonar el apartamento en el que crio a sus hijos, cargado de recuerdos y valor afectivo. Así como en un momento la enfermedad se le apareció en el cuerpo, Clara sufre un nuevo cáncer, esta vez externo, que se le impone y le reserva innumerables suplicios. Pero la resistencia de la protagonista es la fuerza motora que lleva adelante la película, por la que se despliega una tensa lucha contra la compañía: la vieja historia de David contra Goliat encuentra una nueva y encarnizada contienda, pertinente en los tiempos que corren.
Es interesante que la protagonista no sea una persona necesitada, ni siquiera de clase media; de hecho, en determinado momento se aclara que, en caso de que ya no tuviera esa propiedad en Recife, podría habitar uno de sus otros cuatro apartamentos, lo que lleva a comprender por qué es la única habitante del edificio que no está dispuesta a ser comprada con abultadas sumas. Este dato lleva a comprender también la desproporción y el desequilibrio de fuerzas en situaciones similares: una persona sin recursos ni medios no podría resistir este tipo de embates de la manera en que lo hace Clara.
A los 66 años de edad, Sônia Braga llevaba dos décadas sin aparecer en una película brasileña y su papel en Aquarius supone su imponente regreso. Puede decirse que la grandeza de la película radica fundamentalmente en la conjunción impagable de dos talentos: el de esta gran actriz delante de cámaras y el de Mendonça Filho tras ellas.
Título: Aquarius.
Dirección: Kleber Mendonça Filho.
Guion: Kleber Mendonça Filho.
Elenco: Sônia Braga, Maeve Jinkings, Irandhir Santos, Huberto Carrão, Zoraide Coleto.
Duración: 146 minutos.
País: Brasil/Francia.
Año: 2016.