LA ÚLTIMA PELÍCULA
por Carlos Diviesti
Fátima, la madre de Marlombrando, se queda sola en la guardia de ese hospital de Brasilia después de las convulsiones. La seguridad del hospital no deja pasar a Marlombrando a determinada hora de la noche y lo eyecta hasta mañana por más que tenga la pierna enyesada (¿será cierto que tiene la pierna con una quebradura?). ¿Y dónde va a pasar la noche Marlombrando? ¿En el autocine de Almeida, su papá, que está por ahí cerca, el último autocine de todo Brasil que queda en pie al menos por ahora? ¿Con su papá justamente? Y no, no hay miseria en el último autocine, ni siquiera vagabundos, quizás solamente nostalgia por el tiempo ido en las líneas blancas despintadas del parque automotor, aquellos tiempos en que la gente llenaba las noches y se sentaba fuera del auto si la noche estaba calurosa y comía a la luz de las estrellas y al embrujo de la pantalla. Aún hay gente que paga su entrada para entrar al autocine, claro, acaso para tener sexo con su amante como en un motel al aire libre que para ver el viejo repertorio de Almeida, o familias que se quedan a un costado y miran la película de ojito porque vaya a saber si tienen televisión por cable. Las películas se proyectan en 35 milímetros, en un proyector impecable tan viejo como Matusalén, y que Almeida venderá nada más que para cumplirle el sueño a alguien. O no, tal vez no haga falta cumplir sueños, a lo mejor porque ya estén cumplidos y no quede otra cosa más que despertarse.
EL ÚLTIMO AUTOCINE cuenta una historia que en apariencia ya vimos tantas veces y maneja un tono realista que no es tal, cuestiones por las que se vuelve tan irresistiblemente cinematográfica: cada punto de interés en su anécdota remite a ciertas películas pasadas en alguna sala de barrio y que aquí son vividos por los personajes como asuntos cotidianos, como el devenir de su propia historia. En ese sentido EL ÚLTIMO AUTOCINE es un homenaje a los espectadores al redescubrirles la sensación del ir al cine como una experiencia más grande que la vida, y deja observar la vida de los personajes desde su propia pequeñez, lo más cercanos a la gente que resultó posible acercar: Fátima tiene cáncer y lo sabe irreversible aunque se dé ánimos de lucha; Marlombrando, bastante grandote ya, aún está resentido porque su padre le haya dedicado más tiempo al autocine y estén lejos entre sí; Almeida que ve sus sueños derrumbarse hasta que se enciende la pantalla; Zé, que se quedó viudo y se está quedando pelado; Paulita, que parece un chico pero está embarazada; el doctor Aldo, que para curar necesita un soborno; Amir, el dueño de tantas salas de cine que ahora quiere una en su casa para contar los asientos vacíos… Y así todo, con sus lágrimas y sonrisas, tan diáfano que parece de otra época. Pero no. Pese a la moto de Marlombrando y a los caminos polvorientos, a los enfermos hacinados en la guardia del hospital y a los atardeceres con la pantalla del Drive-in de fondo, EL ÚLTIMO AUTOCINE instala la idea de un idealismo sucio, quién sabe una nueva forma de ver el mundo desde esa pantalla donde todo es mentira pero no falsedad. Más cerca de La última película (Peter Bogdanovich, 1971) que de Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), o de Nos habíamos amado tanto (Ettore Scola, 1974) que de Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002), EL ÚLTIMO AUTOCINE se preocupa más por homenajear a los padres que por parir el mundo, y eso le da una humanidad insospechada, una humanidad de cabezas duras y corazones grandes aunque sea la última función en familia y la película sea toda una sorpresa, como esta ópera prima.
EL ÚLTIMO AUTOCINE (O último cine Drive-in, Brasil, 2014). Dirigida por Iberê Carvalho. Escrita por Iberê Carvalho y Zé Pedro Gollo. Producida por Iberê Carvalho, Carol Barboza y Markus Ligoki. Fotografía: André Carvalheira. Edición: J. Procopio. Música: Zé Pedro Gollo, Bruno Berê, Sascha Kratzer. Intérpretes: Breno Nina, Othon Bastos, Rita Assemany, Fernanda Rocha, Chico Sant’anna, André Deca. 100 minutos.