
Quién pudiera ser Richard Gere. El hombre ha prestado su cara a unas sesenta películas y aún sigue ahí, vigente, galancete y casi sin cambiar de peinado. Uno ve a un Gere y los verá a todos. Pero, sea como sea, este veterano miembro de la aristocracia hollywoodense se las arregla para que sigan cayendo en su oficina decenas de proyectos, algunos descartables, otros impresentables y unos pocos dignos, y cuando esto último pasa, sabe acomodar el cuerpo y esa media sonrisa de sex symbol ‘‘in eternum’’. Es más, toma algún riesgo, en su nueva (por ahora) El fraude, haciendo de gran jodedor financiero full time en tiempos donde los banqueros y los dueños del dinero –y por lo tanto del poder– jamás han estado tan mal vistos.
Dirigida por Nicholas Jarecki, primerizo en esto del largometraje (aunque con un buen y rarísimo documental en su prontuario: The outsider), la película se centra en la red de mentiras que ha tejido Robert Miller (Gere), un verdadero tiburón de las finanzas que no ha dudado en vaciar a su propia empresa para dejar el tendal tirado a lo largo y ancho de su existencia. No le importa, le pidió un favorcito a su mejor amigo para tapar el agujero y mientras su mujer hace de cuenta que no sabe nada (Susan Sarandon, que en general se las arregla con un par de apariciones para demostrar quién es), su hija y heredera (la rubia Brit Marling) se pone de punta y le viene un ataque de moralina por el desfalco. Lo único que le importa son los 400 millones de billetes verdes que desaparecieron de los balances contables, ni siquiera le molesta demasiado que papi tenga un romance algo incómodo con una marchante francesa (la también rubia Laetitia Casta) que termina contra el parabrisas de un auto en un accidente muy bien filmado, por cierto.
Ahí la historia se transforma en thriller, quizá como miles, pero realizado con precisión milimétrica y sin artificios por par te del director. Cuando ocurre el accidente, el impío financista llama a un amigo suyo, afrodescendiente, para que se deje ver por la escena y así él puede intentar una chicana y zafar. Eso es percibido por una suerte de Columbo 2.0, con el rostro del siempre eficaz Tim Roth. El tipo indaga, estudia comportamientos y lanza algunas sentencias afiladas: ‘‘Eres negro y pobre, ¿qué te hace pensar que no te están utilizando?’’, le dice al chivo expiatorio del ricachón. No es que el chico no lo sepa, es que está en deuda con el hombre porque en algún momento se
portó bien con su padre. A partir de allí el filme se diferencia del resto de películas, casi calcadas, que hemos visto en los últimos veinte años. Rara vez se ha podido apreciar tales radiografías humanas, donde elementos como la lealtad, la solidaridad o la ética son puestos a prueba a cada plano. Un mecanismo de suspense bien construido y actuaciones que no dejan flancos descuidados hacen el resto y logran mantener un relato que, de otra manera, no habría durado más que cinco minutos.
Lo diferente es que en esta ocasión el magnate no sale bien parado o por lo menos eso parece con el final que propone Jarecki, que sutura su obra de manera inusualmente áspera. Jamás será un clásico ni entrará en las enciclopedias, pero tratándose de un desarrollo incómodo (especialmente para los que financian las películas) y aderezado con algunas sutilezas extra, esta película vale la pena.
Título original: Arbitrage.
Director: Nicholas Jerecki.
Guión: Nicholas Jerecki.
Reparto: Richard Gere, Brit Marling,
Tim Roth, Susan Sarandon, Laetitia Casta, Nate Parker.
Duración: 106 minutos.
País: Estados Unidos – Polonia. Año 2012.