PLAZA DE ALMAS
Carlos Diviesti
Hace algunos años, hoy ya no tanto, un sector del ambiente cinematográfico se conmovió ante la posibilidad de que el cine borrara definitivamente la frontera entre la ficción y documental (si es que esa frontera existe). Decimos que hoy ya no tanto porque la discusión pareciera haber decantado en saber específicamente hacia dónde va el negocio de hacer películas; pero, como siempre, hay gente que se preocupa por abandonarse a los límites, y esa gente no solo piensa el cine en términos artísticos o comerciales. Hay gente, como el estupendo cineasta Sergei Loznitsa, que se preocupa por filmar películas para la Historia.
Claro, uno puede pensar enseguida que Loznitsa es un megalómano, pero nada más errado que pensar eso. A Loznitsa no le preocupa su propia posteridad sino la del tiempo que le toca vivir, y además estudia cómo los tiempos pretéritos influyen en el presente de sus semejantes y condicionan al (o allanan el camino del) porvenir. Loznitsa se detiene a observar cómo la gente se duerme mientras espera el tren en la estación –y mientras el ruido de los trenes que pasan, en segundo plano, producen una inquietud divergente-, observa de lejos a un grupo de campesinos trabajando la tierra en una colonia psiquiátrica sin preguntarse qué es la locura, y se queda mirando la fiesta patronal de Santo Antonio de Mixoes da Serra, en el norte de Portugal, el único día del año en que los hombres del pueblo y las bestias del campo son bendecidos en pie de igualdad. En esas pequeñas películas Loznitsa trabaja sobre la dicotomía entre las diferentes formas de percibir con la vista y el oído y el resultado, como esbozamos más arriba, desafía la percepción del tiempo y la intelectualiza hasta descubrirla historia viva.
Con MAÏDAN Loznitsa (nacido en territorio de la actual Belarús, pero criado y formado en lo que hoy es Ucrania) participa activamente del movimiento popular en favor de la anexión ucraniana a la Comunidad Económica Europea, opuesto a la idea gubernamental de alianza prorrusa. Su participación radica en poner la cámara frente a los acontecimientos que se desarrollan en la Plaza de Kiev, el sitio donde los ucranianos se juntan para sus festejos o acciones cívicas, el sitio donde en este caso se reunió más de un millón de personas en enero de 2014. Y Loznitsa sigue el curso de estos acontecimientos desde la euforia patriótica de encontrarse todos juntos hasta los disturbios que se llevaron un centenar de vidas. Pero lo hace a su manera, trabajando el espacio off (todo aquello que no entra en el campo de la cámara, fundamentalmente las imágenes sonoras) para que vos, espectador, estés inmerso en la vorágine y no seas alguien que se quede afuera en la gesta ajena, y a la vez no pierdas tu propia individualidad.
Hay varios momentos conmovedores en esta película, pero si tengo que elegir uno me atrevo a señalar aquel del comienzo, ese en el que cientos de almas se disponen a cantar el himno nacional; es un solo plano, que dura dos minutos veinticuatro segundos, un plano general de gente en la plaza y en el que a la izquierda de cuadro, cuando ya pasó el tiempo suficiente como para dejar de ver y empezar a observar, descubrimos a un hombre que no canta. Y lo miramos, y no podemos apartar la mirada de él aunque la pasión y el coraje de los demás sean mucho más dramáticos. Ese hombre, un hombre evidentemente muy alto, que destaca entre los otros, seguro que está ahí porque está de acuerdo con lo que todos se disponen a cambiar, pero ¿por qué no canta el himno?, ¿por qué no grita como los demás “Gloria a los héroes”, tal como arengan desde la tribuna, tal como enardece la canción patria?, ¿por qué ese hombre pareciera más preocupado en calarse el gorro de piel hasta la frente que en mostrarse como parte de la masa? Es imposible que sea una acción preparada. Los hechos ocurridos en esa plaza no volvieron a suceder. Esta es la virtud de Loznitsa, la de un cineasta que siempre está frente a su objeto esperando capturarlo en sus últimas consecuencias, porque conoce de antemano que el recorte del plano ya es una puesta en escena en sí mismo. Esta es la razón por la que MAÏDAN excede el marco del simple registro para transformarse en un documento histórico: todos esos rostros anónimos continuarán atrincherados en la plaza cada vez que se proyecte esta película, y esta manifestación volverá a tener lugar allí para que uno se pregunte otra vez por qué se produjo. Para esto también sirve el cine. MAÏDAN puede que irrite a algunos y aburra a otros, podrá parecer que sus dos horas diez son excesivas, podrá ser discutida desde su esencia política, pero resulta indispensable como herramienta para comprender el mundo en que vivimos, y en el que nos morimos también.
MAÏDAN (Ucrania/Holanda, 2014). Dirigida por Sergei Loznitsa. Producida por Sergei Loznitsa y Maria Baker. Fotografía y Cámara: Sergei Loznitsa, Sergiy Stefan Stetsenko, Mykhailo Yelchev. Edición: Danielius Kokanauskis, Sergei Loznitsa. 134 minutos.
Se exhibe en el 33er. Festival Internacional de Cine de Montevideo el sábado 11 de abril a las 18 en la Sala Chaplin del Cine Universitario, y el lunes 20 a las 13.30 y el martes 21 a las 15.30 (ArteMultiplex Belgrano 1) y el sábado 25 a las 16.30 (Village Recoleta 10) en las jornadas del 17º BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente).