EL ÚLTIMO GRAN HÉROE
Si se tiene en cuenta que está habitada socialmente desde el paleolítico inferior, debiéramos comprender que la península de Corea siempre ha sido uno los sitios más comentados en todo el mundo, y no sólo por el Oscar que este año ganara Parasite. La República de Corea, al sur de dicha península, la famosa Corea del Sur, es uno de los países cuya producción cinematográfica compite directamente (desde hace años) con los gigantes asiáticos del entretenimiento, China y Japón. Quizás por su occidentalización económica sea el país que produce el cine más hollywoodense de aquel continente, aunque sería injusto no reconocer que también ha permitido el desarrollo de dos de los grandes autores del cine contemporáneo, Hong Sang-soo y Lee Chang-dong. A lo mejor Sang-soo y Chang-dong han podido hacer sus obras más personales gracias a películas como CHAEM-PI-EON, uno de esos vehículos de puro entretenimiento que no merecerían demasiada atención si no fuera porque, como la mayoría del cine coreano, no subvirtiera ciertos parámetros y se transformara en otra cosa.
CHAEM-PI-EON (Campeón, qué otra cosa) cuenta la historia de Mark, un coreano cuarentón que fue dado en adopción por su madre a una familia americana, familia con la que finalmente no se pudo relacionar del todo, y que en su juventud no aceptó el escarnio de los americanos hacia su condición racial y que por eso es expulsado de la United States Armwrestling Federation. Mark, desde que vio Halcón, aquella película en la que Sylvester Stallone es un camionero que participa de un campeonato mundial de pulseadas, quiso ser un profesional de dicho deporte. Claro, en el camino de Mark -cuyo nombre coreano es Seung-min Beak- se cruza Jin-ki, otro coreano desesperado por hacer fortuna con ese ex-campeón devenido guardia de seguridad, que en los Estados Unidos ya no tiene gran cosa por hacer. Qué mejor entonces que meterse en el mundo de las pulseadas por apuestas en Seúl, no. Mark se deja engañar por algunas otras razones, como por ejemplo saber qué se siente tener una familia de verdad. Y en busca de su madre conoce a Soo-jin, su medio hermana, y a sus adorables sobrinitos, pero ya dijimos que las películas coreanas subvierten ciertas estrategias de la línea argumental y convierten sus películas en otras cuestiones, como las cuestiones de estado.
Exactamente. ¿De qué habla pues CHAEM-PI-EON? De aceptar la diversidad como una constante humana y de no vivir ahorcado por los mandatos históricos para ser un verdadero hijo del país. Según parece la mayor virtud de los coreanos es el culto a la vida familiar, pues en Corea las necesidades individuales tienen menor peso que las necesidades de los miembros de la familia en su conjunto. Entonces, cuando queda claro que la madre de Mark no lo abandona porque no podía mantenerlo sino porque era madre soltera (perdón por el spoiler, pero es necesario para que les interese verla), la película comienza a ser más políticamente profunda, por lo menos para este sector del mundo. CHAEM-PI-EON se decanta entonces hacia la comunión entre la herencia y la tolerancia, razón que no amaña el divertimento liviano sino que lo reorganiza. Así, pues, con esta carga de profundidad sociohistórica, la mirada de Mark, Jin-kin y Soo-jin, deja de tener esa línea prístina de narración unívoca para volverse un océano de intenciones inescrutables. Por eso Mark necesitaba un actor que no fuera solamente un organismo musculoso y competente: por suerte existe ese monumento a la actuación que es Ma Dong-seok, aquel magnético actor que en Invasión zombie se dejaba ganar por una multitud de muertos vivos para que su mujer pudiera dar a luz a su hijo, cuestión que desde ese momento, sin dudas, lo convirtió en el héroe de acción (de acciones ontológicas en realidad) más verosímil de la pantalla grande.