LA VIDA DE LOS OTROS
Por Carlos Diviesti
En el sur profundo de la ciudad de Buenos Aires, exactamente en Villa Lugano, hay un complejo habitacional denominado Barrio Comandante Luis Piedrabuena, erigido entre 1957 y 1980 con el fin de relocalizar a los habitantes erradicados de la villa de emergencia Ciudad Oculta, ofreciéndole a los mismos plazos flexibles de pago para esas unidades habitacionales. A medida que fue pasando el tiempo muchas familias se arraigaron en ese barrio pegado al límite con la provincia de Buenos Aires, se instalaron comercios, se levantaron iglesias, se fundaron escuelas, y se deterioraron indefectiblemente las instalaciones. Hoy es un enjambre de casas, monoblocks y torres de hasta doce pisos para unas dieciséis mil personas, un núcleo todo gris, rajado y triste, ideal como locación para filmar películas por su imagen monumental y alrevesada.
Las primeras imágenes de BEN ZAKEN, la opera prima de la directora israelí Efram Corem, aunque se desarrolla en la ciudad de Ascalón (ubicada a cincuenta y seis kilómetros de Tel Aviv y a setenta y tres de Jerusalén) nos resultaron tan cercanas que parecían filmadas allí, en el Barrio Piedrabuena. Y su historia (la de un padre soltero que debe criar a su hija) podría haberse desarrollado ahí mismo aunque en Buenos Aires el mar esté tan lejos y el Riachuelo sempiternamente intoxicado por la desidia. Claro, desidia hay en todas partes y en BEN ZAKEN encontramos suficiente. Antes que nada, ya que hicimos este comentario, es justo que digamos que BEN ZAKEN ni es una película triste ni una película deprimente: es una película seria. Y eso es lo primero que debemos agradecerle.
Schlomi y su hija Ruhi viven con la abuela y el tío Leon en uno de los apartamentos de uno de esos edificios opacos. No, no están a gusto, y Schlomi, a cada paso, demuestra su impericia para llevar a buen puerto su rol paterno. Pero Schlomi no es un pelele, es un hombre con problemas; es un hombre con la niñez suspendida, a que no le duran los trabajos, a quien el rabino le da miedo y a quien su hermano debe defender y hasta ejercer justicia en su nombre cuando los hermanos se enteran que Yair anduvo molestando a Ruhi: es Leon quien lo muele a golpes a Yair, mientras Schlomi lo mira y hasta siente que le duele aquel castigo. Por su parte la abuela no oculta el disgusto que le produce su nieta y se anima a confiarle en voz baja a Leon que Schlomi hubiera hecho bien en abandonar a Ruhi en el hospital cuando la madre la abandonó primero. La excusa es que la chica merece un futuro mejor. Es cierto, porque Ruhi no tiene nada que hacer entre ellos. Es una chica sensible, despierta, que podría valerse por sí misma y a quien podría alcanzarle con el gran amor que le brinda su papá pero que no la salva del escarnio de sus compañeros de escuela, crueldad que imponen su entorno familiar, el sitio donde viven y su posible fealdad. Ruhi es fea y tiene la mirada torva, pero quién puede asegurar que así sea toda vida, quién puede decir que la casa del niño en un kibutz sea la solución para mejorar su destino. ¿Qué destino? ¿El destino no es esperar que las cosas cambien, esperar que pase algo, esperar nomás?
BEN ZAKEN, entonces, con sus planos largos en duración y precisos en su tamaño (ni tan grandes para amplificar la historia ni tan pequeños para condenar a los personajes a la claustrofobia), se propone a sí misma como crónica sobre el statu quo de la clase trabajadora israelí, una crónica que expone su objeto sin denunciar coyunturas porque sería demasiado fácil hacerlo, donde los conflictos territoriales son insoslayables pese a que el ruido de las bombas resulte ajeno a esa vida cotidiana, una crónica que personaliza a sus protagonistas pero que nos deja en claro que no son los únicos, y que tampoco son pobre gente. La anomia de la familia Ben Zaken (que en hebreo significa “hijo mayor”, toda una carga en este contexto) es la resultante de la desidia hacia las clases populares que imponen los vectores económicos y la voracidad política, anomia que no puede tener un final feliz porque los finales felices son nada más que para el cine, y en todo caso películas como esta, que se toman las cosas seriamente y utilizan al cine como vehículo para sembrar ideas, son las que contribuyen a mejorar el gobierno de una sociedad cuando reparan ese bache cultural que esconde la aldea o ese espejo roto que no nos refleja, en oriente medio o por aquí nomás.