QUO VADIS
En Morir de cine, un hermoso libro que compila sus escritos sobre la experiencia de ver películas, en el artículo titulado Cines de Madrid, José Luis Garci dice que de madrugada lo mejor que podía hacer una persona era refugiarse bajo el techo de un cine, porque si estás en el cine no puede pasarte nada malo. Es rigurosamente cierto. Jamás podrá pasarte nada malo si estás en el cine, porque en el cine, en el tiempo que pases en el cine, en el tiempo que dura una película, en el tiempo en el que se desarrolla la historia que cuenta la película, serás espectador de la eternidad y saberlo es muy tranquilizador. Luego, claro, existe la vida real y la sensación se desbarata, pero sin embargo nadie tiene más que diez años cuando se sienta en la butaca del cine y empieza una nueva aventura en el mundo, aunque ese mundo no exista.
Esto seguramente lo habrá pensado Flako al momento de aceptar contarle su historia a Elías León Siminiani para que Elías haga una película con ella: que en el cine, al fin, nada malo podría pasarle ni a él ni a su familia. Flako (que ni siquiera es su apodo, y que además es gordo), al momento en que Elías lo contacta, está preso en una cárcel en las afueras de Madrid purgando una pena por ser atracador de bancos. Su especialidad es el atraco con el método del butrón, eso que en las costas del Plata se denomina boquete. Al tiempo de estos atracos, hacia el año 2013, Flako repartía pescado con una furgoneta y tenía tiempo para recorrer los barrios de la ciudad y observar con ojo avizor cómo era la topografía de sus calles. No es lo mismo ver un edificio cuyos apartamentos tienen persianas de madera que persianas de plástico, por ejemplo: las persianas de madera son un deíctico de antigüedad, y eso indica que un edificio con apartamentos cuyas persianas son de madera seguramente es un edificio que tiene sótano. Y si en un edificio así hay una sucursal bancaria, con seguir la red de las bocas de tormenta uno puede, a tanta cantidad de pasos, descubrir dónde horadar para llegar al tesoro. Dicho así suena inverosímil, pero Elías se toma el trabajo de comprobar si podía ser cierto. Y cual topo en aguas servidas Elías llega hasta el boquete aún abierto que lo lleva a una de las sucursales bancarias robadas. Este trabajo que se toma sorteando ratas así de grandes le gana el respeto de Flako y del jefe de la policía, cuestión que le da carta blanca al documental que Elías pretende filmar. Porque desde que se acuerda, Elías siempre quiso filmar una película de atracos.
Cuando arranca todo esto Elías se entera de que será padre junto a Ainhoa, y se entera también que cuando a Flako lo meten preso estaba naciendo su hijo. Flako dirá después que esa es una de las cosas de las que más se arrepiente en su vida, el no haber estado en el momento del parto de su hijo. Y hacer buena letra en la cárcel tiene como finalidad darle a su hijo el padre que él no tuvo, del que heredó su profesión de ladrón de bancos. Flako fue el hijo del Peque, otro butronero al que encarcelaron a su tiempo. Pero a diferencia del Peque, Flako no es un tipo peligroso. Bueno, en los asaltos que cometió con su banda hubo violencia porque así de violentos eran los tiempos en que los cometió, sin embargo su lema era el mismo que el de Albert Spaggiari, que en los ’60 robó sesenta millones de francos en Niza: sin armas, sin odio, sin violencia. Flako sabe perfectamente que esta clase de robos no son por necesidad sino por justicia, porque son robos por cuestiones de clase. A la gente con pasta le da morbo tener cerca un malandro, y viceversa, concluye parafraseando a su padre, y no es casual que por esto le llamaran a él, a Flako, el Robin Hood de Vallecas.
Para que una película vaya a alguna parte y sea extraordinaria, como ocurre con APUNTES PARA UNA PELÍCULA DE ATRACOS, debemos hallar una sumatoria de elementos interesantes que capturen de inmediato nuestra atención. Uno de esos elementos interesantes es el uso de un arbolito de madera, geométrico, que depende la estación del año se pone verde, rojo o marrón y deja redondelitos marrones sobre el escritorio de Elías. O que la primera vez que Flako disfruta de una salida transitoria de prisión, el auto conque Elías pasa a buscarlo está estacionado frente a una parada de ómnibus que exhibe el afiche de una película de atracos, Cien años de perdón. O que todo el tiempo Elías le quiera hacer entender a Flako que debe bajarse de su nube de Al Pacino, porque un documental será visto por muy poca gente y él no será estrella de Hollywood. O que Flako se llamará Flako y no como se llame porque cerca de la cárcel hay un corral de ovejas en cuyo paredón exterior hay una pintada que se adecua sobradamente al romanticismo del hampa que lo seduce a Elías. O para que Flako no devele su imagen (porque su hijo no tiene que cargar con el estigma de ser el hijo de un ladrón), Flako habrá de usar una máscara ridícula hecha a medida, y que al rato de verlo con la máscara puesta Flako vuelve aún más entrañable a su personaje. Porque esta no es una película sobre asaltos a bancos: es una película que desafía lo que entendemos por realidad y nos lleva más allá, porque nos obliga a pensar en que la gente, para reinventarse, solo puede hacer las pases con el pasado de los otros, aunque los otros tengan la mirada recortada de una estrella de cine en una película olvidada.
Disponible en Netflix