Me verás caer.
Por Carlos Diviesti.
Sandra y Samuel son un matrimonio de escritores e intelectuales, que viven en un hermoso aunque remoto enclave de montaña. Tienen un hijo de más o menos doce años, Daniel, que quedó ciego en un accidente de tránsito. La carrera de ella se despegó en trascendencia popular respecto a la de él, y es a ella a quien le hacen entrevistas, es a ella a quien le dedican estudios críticos, es a ella a quien consideran un personaje importante de las letras.
Ella es alemana; él, francés y se conocieron en los claustros universitarios de Londres. Una tarde, mientras una muchacha entrevista a Sandra y Daniel sale a recorrer el bosque con Messi, su perro lazarillo, Samuel pone la música a todo volumen y se apresta a continuar con los arreglos que lleva adelante en la buhardilla de la casa. Samuel escucha una misma canción en loop, y según Sandra esa es una irritante particularidad de su marido. La entrevista termina cuando Sandra ya no puede ocultar cuánto la atrae esa chica que no quiere mezclar las cosas y prefiere volver a Chambery. Sandra se desentiende y vuelve al trabajo de una traducción, o a dormir la siesta. Cuando Daniel vuelve del paseo descubre a su padre muerto, tendido sobre la nieve, con una herida sangrante en la cabeza. ¿Samuel se cayó por la ventana, o su caída no fue accidental? Empezaremos a conocer pormenores de la vida de esa pareja, que no se llevaba tan bien, y sabremos que Samuel se siente culpable por la ceguera de su hijo ya que era él quien manejaba el auto que tiene el accidente, y sospecharemos junto al fiscal que posiblemente Sandra haya matado a su marido.
Todo es posible cuando hay circunstancias que favorecen la duda, o el prejuicio: Sandra es famosa, Sandra es bisexual, Sandra es alemana, Sandra es mujer, y todo eso junto pareciera no ser compatible, al menos en el guion de Justine Triet y en la Francia de provincias que ella retrata en esta película. Anatomía de una caída es una película muy competente, que se toma 150 minutos para desarrollar una hipótesis cuya tesis –y sobre todo su demostración–, sin embargo, no resisten comparaciones ni con los grandes cultores del polar (el policial francés, como Jean-Pierre Melville o Claude Chabrol) ni tampoco con los maestros del existencialismo burgués (por caso, Michelangelo Antonioni). Estas comparaciones podrían ser pertinentes porque la película de Justine Triet ganó la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes, lo cual le da un aura de notoriedad y supuesta trascendencia que en otras circunstancias no tendría. No hay que ver la caída para comprender la trayectoria de un cuerpo en el vacío, y quizás lo mismo ocurra con esta película, que sí merece la pena para apreciar el gran talento de esa estupenda actriz que es Sandra Hüller.