Darse cuenta.
Por Carlos Diviesti.
Giulia, la hermana de Chiara, cumple dieciocho años. La fiesta se desarrolla dentro de los carriles normales, con los amigos, las hermanas, los padres, todos con ganas de celebrar la arrolladora simpatía de esa chica que ya deja de ser tal a pasos agigantados.
Esas formas heredadas de las series indican que llegó el momento de dar los discursos en los que cada uno comentará qué representa Giulia para sí. El único que no quiere hablar es el papá. Es un hombre huidizo para estas cosas de exponerse frente a las cámaras de los celulares.
Aunque Chiara lo sabe, le disgusta que papá no diga cuánto quiere a Giulia delante de todos. Papá tiene sus razones, por supuesto, que Chiara entenderá de golpe (mejor dicho, golpeada) cuando papá desaparezca de casa al día siguiente y ni mamá ni la hermana mayor se preocupen tanto por esa desaparición extemporánea (la hermana menor no cuenta, es muy chiquita, no entiende de estas cosas).
Todos saben que papá es un mando medio de la ‘Ndrangheta, la mafia calabresa. Muchos de los que están ahí, como el primo Kekko, también son parte de la organización. La única que no lo sabe y ya tiene edad para saberlo es Chiara, pero ¿a qué costo uno se entera de las cosas que, literalmente, le cambiarán la vida por completo? ¿Sacrificando el amor? Según cuenta en algunas entrevistas, Jonas Carpignano filmó esta historia en sentido cronológico para que Swamy Rotolo, la actriz adolescente que interpreta a Chiara, tuviese determinado tipo de reacciones.
Esto, y que la familia de Chiara sea la verdadera familia de Swamy, más que meros recursos resultan ser la médula del trabajo que Carpignano culmina tras desarrollarlo en sus dos películas anteriores (Mediterránea, 2015, sobre los inmigrantes ilegales; y A ciambra, 2017, sobre el enfrentamiento entre las familias locales y las familias gitanas por el control de la mafia): el acercamiento a la actualidad calabresa a partir del retrato de sus contemporáneos, más que con la meta de contar la “verdad”, con la intención de ser respetuoso con la historia y la sociedad de este siglo, en un sitio anclado a un tiempo que se resiste a avanzar y a una geografía insobornablemente eterna.
El resultado de A Chiara es tan apasionante como el de sus predecesoras y, como ellas, merece encontrar un público más allá de los circuitos del cine de arte.