Por Gabriela Gómez.
Carlos Presto (Montevideo, 1961), artista geométrico, se fue muy joven a Argentina y en Buenos Aires se desempeñó como vendedor en una inmobiliaria, en casas de ropa, sastrerías y como vendedor de autos. Hizo tres años de teatro con Lito Cruz y también fue músico. Dice que, si no se hubiera dado su inclinación por la pintura, habría sido contrabajista de jazz. Aunque siempre tuvo una clara simpatía y facilidad para el dibujo figurativo y llegó a vender cuadros, cuando se encontró con el tratado Estética de las proporciones en la naturaleza y en las artes, del rumano Matila Ghyka, le “destruyó la cabeza” y lo llevó a crear la técnica de grilla desplazada, realizada con tiralíneas con acrílico, que producen un efecto cinético o de 3D que convierte su trabajo en una mezcla de arte óptico con análisis matemático. “Soy renúmeros”, dice: según él, esta búsqueda de la geometría lo transforma, más que en un artista, en un científico.
Naciste en Montevideo y te fuiste en 1981 a Buenos Aires. ¿Por qué?
Un poco por razones económicas, porque yo no tenía inclinaciones políticas, no estaba con el arte, hacía deporte. Soy de la generación del proceso. Podías tener relación con algún partido. Tuve malas experiencias, pero no demasiado complicadas. Fue algo así como ir a buscar el mundo. A los dieciséis o diecisiete años trabajaba en la fábrica Ildu, en la administración. Para llevar la contabilidad trabajaba en unas máquinas enormes que llevaban el control de las entradas y salidas.
Nada relacionado con la plástica, en ese momento eran los números…
Es que yo soy números; yo soy renúmeros, naturalmente, por eso el tipo de pintura. Cuando arranqué fueron pinturas figurativas. Al principio, un poco influido por el surrealismo, pero enseguida empecé con una figuración tradicional: pintaba músicos de jazz, en blanco y negro, en óleo. Pero en un momento me apareció el libro de un rumano, Matila Ghyka, que hablaba de las proporciones en el crecimiento de la naturaleza. Me destruyó la cabeza porque basa en matemáticas lo que se llama el número áureo, un numero irracional que empezó a estudiar Pitágoras y que se desarrolla a partir de que Luca Pacioli le pide a Leonardo Da Vinci que le haga los dibujos de ese estudio que él hacía de la naturaleza, todo un estudio de las proporciones que transfieren a las proporciones del cuerpo humano, pero que en realidad nace a partir de la observación de la reproducción de los conejos: juntando dos conejos, cómo es la multiplicación en cantidad matemática, y esta es la sucesión de Fibonacci: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21… Esa es la proporción en la que crecen los conejos, y a su vez es la proporción en la que crecen las ramas y las hojas de los árboles. Este libro habla de eso y luego aborda proporciones más complicadas. Yo llegué hasta donde llegaba a responder mis preguntas en cuanto a cómo funcionaba eso en una tela de trabajo.
¿Cuál fue tu primer contacto con tu parte artística?
Mi parte artística nació cuando yo era niño, porque mi abuelo hacía esculturas y pájaros con guampa. Él era un hombre de campo. Cuando miro para atrás, siempre digo que esto surgió en la adolescencia. Porque como los de nuestra generación no teníamos remeras con dibujos, para mí y mis amigos las dibujaba yo. Ese fue mi primer trabajo artístico. Pero en realidad, el primer acercamiento fue armar las esculturas de guampa que hacía mi abuelo. Eso fue en la niñez, y después lo dejé de lado. En el colegio la pintura y la matemática nunca me resultaron complicados. Hice mucho tiempo deporte y me fui a Argentina con la intención de hacer algo de deporte y de tenis, pero no funcionó y busqué trabajo en las ventas y después arranqué con el teatro.
¿Cómo volviste a relacionarte con la pintura cuando estabas en Argentina?
Yo vivía en Buenos Aires y me ganaba la vida como vendedor en una inmobiliaria, en casas de ropas, vendiendo autos. Mi primer contacto con lo artístico fue tomar clases de teatro con Lito Cruz. Cuando llegué a Buenos Aires, sentí que el ritmo de vida de ellos me sobrepasaba, en la capacidad de venta te avasallan, y el montevideano no tiene eso, y decidí buscarlo desde lo expresivo. Estudié tres años con Lito y después hice tres años con otro grupo y me divertía. Junto con la gente de teatro está la gente de la música, y me decidí a hacer música. Empecé tocando el saxo; después, cuando empecé a formar bandas y el tema del escenario me volvió a marcar, pasé a tocar el bajo, porque no quería estar tan cerca del público. Trabajé muchos años en ropa, hasta con Elsa Serrano. Empecé como vendedor, después fui ascendiendo y llegué a ser el encargado de Patio Bullrich, también trabajé en una sastrería y lateralmente con la música. Luego hice mi primer viaje a Europa y decidí quedarme allí. Cuando volví no busqué trabajo y una amiga y me dijo: “Vos que tenés facilidad para dibujar, ¿no te animás a hacer sets para una casa de decoración?”. Empecé a pintar, me resultaba normal y se empezaron a vender. Hice trabajos más detallados y en un momento empecé con el surrealismo, porque en el viaje vi a Dalí, lo onírico, etcétera. Y un día una amiga me dijo: “Mirá, hay un concurso, ¿por qué no hacés un cuadro y lo presentás?”. Llevé un cuadro figurativo y me fue bien. Luego, en una galería en Buenos Aires, fui con mis primeros cuadros geométricos, que era lo que estaba investigando: la geometría, y también con los cuadros hiperrealistas. Y mirando el book, el de la galería me dice que le haga una muestra de los músicos de jazz en óleo, hiperrealista, y que me daba la galería gratis. Me dio seis meses para preparar la muestra, y empecé a pintar músicos de jazz con óleo.
¿Cómo retornaste a la geometría?
En eso, un día me explotó la idea de esto, que son grillas desplazadas. Con acrílicos y tiralíneas creo imágenes casi en 3D. Genero toda la estructura donde voy a trabajar, pinto todo, hago la estructura con un lápiz acuarelable blanco. Termino de pintar, luego lavo el cuadro, ahí se va todo el lápiz blanco y queda la estructura sólo de la pintura. Ese es un invento mío. Las grillas son de dos centímetros y se desplazan dos milímetros hacia arriba, hacia abajo o hacia un lateral, generando ese efecto de profundidad que produce el volumen y el movimiento. Con esta técnica, que es un invento, empecé a trabajar con los músicos de jazz. A partir de una técnica superestructurada genero formas geométricas o pseudofigurativos. En ese momento hice el cambio de técnica. Como la figuración, en ese proceso pasó toda una carrera, porque me cambió la cabeza totalmente. Todo lo que venía trabajando era en blanco y negro, y cerré la muestra con un cuadro en color. Arrancaba en hiperrealista y terminaba en una geometría sencilla, que queda casi orgánica en el cuadro. Este es el primer proceso de geometría de desplazamiento; después arranca lo del trabajo con tiralíneas a imágenes bien abstractas. Después trabajé también con imágenes figurativas a las que agregué el proceso de tiralíneas con la puerta de la Ciudadela y otros edificios.
¿Cuánto de niño hay en tu trabajo?
Muchísimo. Los niños son los que más aprecian el trabajo, porque el mensaje es sencillo y lo entienden rápidamente. No tienen preconceptos. Me pasa que en las muestras siempre los que me dicen algo son los niños.
¿Cuándo empezaste con el arte cinético?
El cinético vino después, es la parte de los cuadros ópticos. Este año para la exposición Este arte voy con cuadros que tienen que ver con la naturaleza. Y cuando toda la sinergia que hay en el cuadro te lo permite, se puede ver, por ejemplo en este cuadro, una araña. Acá es donde arranca el estudio del número áureo y la progresión, es todo el estudio de la relación de tamaños en la progresión de las distintas líneas, tratando también de que la paleta de colores acompañe la perfección del movimiento matemático. Esto tiene una estructura matemática antes de empezar a pintar.
¿Cuál sería el proceso del cuadro?
Lo primero que hago es la estructura espacial, porque para nosotros nuestra idea previa es la naturaleza. Por eso todo lo que se pueda basar en el número áureo es fácil de comparar. A partir de esto, defino cómo voy a trabajar y subdivido esta estructura según la cantidad de colores que voy a utilizar, incluso de los tonos. Eso también genera una cinética en el cuadro, porque se empieza a mover. Es todo matemática: divido, por ejemplo, trece colores y hago la proporción áurea de cada una de las líneas.
¿Estudiaste pintura?
Todo lo estudié de forma autodidacta, investigué de todo. Empecé con la plástica, la figuración, que era más por lo artístico que por lo científico. Al ver la relación, me enganché más con la matemática, que para la mayoría no existe. Y a partir de esto preparo el cuadro y después la paleta de colores. Todo está diagramado con el número áureo y tiene más que ver con el espacio; tirando diagonales veo cómo va habiendo coincidencias entre unos y otros, y me marca los planos. La búsqueda de la geometría, en este caso, va en cómo un número irracional tiene esa magia, y eso es lo que te hace ir a la profundidad en la búsqueda de esa magia. Todo está basado en eso que me hace ser, más que artista, un científico. La naturaleza es número; lo que pasa es que no estamos acostumbrados a sacar la cuenta de la naturaleza, yo soy un artista plástico que enfoca el estudio más por el lado de las proporciones. Y esto me resulta más vivo, más generador.