TRANSCURRENCIAS-IN-VISIBLES
Por Daniel Tomasini
“Yo amo los mundos sutiles”
Pintor de mundos ingrávidos y de soledades anchas, Diego Villalba se regodea, además, en los espacios microscópicos con el placer del relojero o del entomólogo, lupa en mano. Sus mundos casi monocromos son ingrávidos porque no pesan; son, como dijera Antonio Machado, sutiles, ingrávidos y gentiles, pero tienen la gravidez de la fecundidad y de la vida. Las tintas al óleo de sus paisajes, cuando penetra en el misterio de las sombras, tienen el encanto de las finas tintas japonesas en su espíritu. En su forma, Villalba es más insidioso con sus negros, y con maestría sabe extraer el profundo sonido de sus mil entonaciones. Cuando encara el blanco pinta con nieve, pero su pincel calienta el blanco hasta la magnificencia del color. Blanco-color y negro-color, antítesis ambos de una aventura plástica que debemos dejar por fuera de las calificaciones estéticas.
El propio Villalba no se ata a los dogmas estéticos. También lo vemos proponiendo paisajes en clave repetitiva, pero otra vez sutilmente distintos unos de otros, evitando la idea de postal y reincidiendo en su obsesiva atención a los eventos minúsculos. Sus criaturas pequeñas, a medio camino entre máquina y animal, pueblan despreocupadamente algunas de sus telas. Son presencias algo inquietantes que surgen de la también inquieta mente de su creador, quien a menudo tiende a incorporar el chorrete de pintura como un gesto entre negligente e iracundo. La pintura cae sin mayor preocupación, pero sabiamente controlada, en muchas de sus marinas extremadamente solitarias cual si se tratara de un paisaje lunar. La obra de Diego Villalba, heterogénea en su concepción, genera la unidad mediante su fino espíritu de pintor y logra alcanzar hermosas armonías desde su paleta baja, con grises
espléndidos. Se necesita algo de detenimiento para disfrutar de esta pintura, condición un tanto reñida con la vida contemporánea. El artista sabe que su relato se inscribe en este urgente transitar por el mundo, y por ello nos convida a la mirada intimista y escudriñadora, al tiempo que nos señala un lugar, nacido de la propia pintura pero absolutamente virgen.