Por Rafael Acosta de Arriba.
“Las formas artísticas, las técnicas y los mitos son el lenguaje cifrado de las civilizaciones”.
Octavio Paz
Aunque la producción simbólica en cualquier país está estrechamente vinculada a su contexto sociopolítico, en pocos casos esa relación biunívoca se da en los términos en que el arte cubano interactúa con los rumbos zigzagueantes de la nación caribeña. No hablamos de una nueva manifestación de esa especificidad superlativa universal que, en ocasiones, adoptamos los cubanos como expresión idiosincrática o identitaria “los más… del mundo”, sino de la particularidad de un arte sometido por completo a los vaivenes de la política estatal, centralizadora y exclusiva, y de una realidad nacional que soporta un auténtico hostigamiento externo. También de un arte que se ha sabido desmarcar de cualquier camisa de fuerza.
Pudieran establecerse algunas cotas de época para el análisis de lo que acabamos de afirmar, pero escogemos inicialmente, como el mejor momento para estudiar la relación antes mencionada, la entrada del mercado del arte a la isla, en 1990. Llegar al presente, objeto final de este texto, significa, en esencia, seguir el proceso de cómo el arte ha atravesado los avatares de producirse en un país donde la política lo domina todo, se cuela por los más sorprendentes intersticios sociales y tiene, como telón de fondo, el conflicto entre los gobiernos estadounidense y cubano.
El mercado del arte es, sin dudas, el último personaje invitado al convite del arte cubano actual. Merece un grupo de reflexiones por la extraordinaria incidencia que desde inicios de los años noventa del siglo pasado ha tenido en las mutaciones operadas en la plástica cubana contemporánea. El comienzo en grande fue la compra, por el coleccionista alemán Peter Ludwig, de las tres cuartas partes de la exposición Kuba OK. Arte actual de Cuba, en 1990. Flavio Garciandía etiquetó el fenómeno comercial recién estrenado como “el síndrome de Peter Ludwig”. Con ello quería significar el deslumbramiento de los artistas insulares ante lo que era el día a día del arte en el mundo.
Aquel comienzo fue definitivamente desproporcionado para un país en el que no existía ningún tipo de mercadeo del arte, debido principalmente al bajo nivel adquisitivo de los cubanos. Es decir, no existían formas de comercializar la obra de los creadores y, por tanto, esta no estaba debidamente cotizada en el mercado internacional. Fue aquel un acto virginal en una nación que se había desarrollado dentro de una suerte de campana de cristal en cuanto al funcionamiento del mundo moderno existente se refiere, arte incluido. El resto es más conocido. Estimulados por la peculiar situación política de Cuba, es decir, un contexto socialista vecino de Estados Unidos, comenzó una arribazón de coleccionistas y otros personajes del mundo del arte, quienes venían no solo movidos por Kuba OK… y el gesto iniciático de Ludwig, sino por asomarse también a un país al cual se le concedían muy pocas probabilidades de hacer sobrevivir su proyecto sociopolítico. Recordemos que, entre 1989 y 1991, la configuración política bipolar del mundo se transformó aceleradamente con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS.
Comenzó entonces la compra y venta de arte cubano. Despegó de modo abrupto, súbitamente las obras de los artistas multiplicaron su precio de forma increíble. Poco después, en 1993, el gobierno despenalizó la tenencia de la moneda convertible y ello contribuyó a que las reglas del mercado comenzaran a operar sin obstáculos mayores. Como me comentó en una ocasión la reconocida intelectual Graziella Pogolotti, estas reglas irrumpieron en el panorama artístico nacional sin que artistas e instituciones, ni nadie, estuviesen preparados para ello.
Es útil recordar que en el caso cubano no existe como tal un mercado interno de arte ya que los nacionales no disponen de recursos financieros para estos menesteres. Algunos diplomáticos, empresarios extranjeros y, básicamente, coleccionistas que arribaban al país como turistas eran los potenciales compradores de arte. Muchos llegaban con toda la información previa e iban “a tiro seguro” a las casas y talleres de los artistas.
Apenas necesitamos referir la influencia del mercado del arte en la conformación de zonas importantes del devenir artístico moderno y contemporáneo, lo que fue resumido brillantemente por los artistas británicos Gilbert & George cuando expresaron que “la historia del arte había sido escrita sobre una chequera”.
Los años noventa y el primer cuarto del presente siglo se movieron dentro de un auge comercial y de interés por la exhibición internacional que, debemos insistir, se correspondió no solo con el interés genuino de los centros del mainstream por los avatares de nuestra creación y por la suerte de nuestros creadores, sino por una moda que benefició ese posicionamiento en el gran escenario del arte contemporáneo: la moda del arte cubano. No sería inútil subrayar que una de las circunstancias que más ha influido en la gestación del arte insular del período que analizamos es la relativa libertad de viajes y movimientos internacionales, de becas y residencias, de participación en eventos de arte de importancia, un proceso que en la década de los años ochenta fue prácticamente inexistente. Esa confrontación, mirar y permearse del mundo o experimentar lo global, como se prefiera, tuvo un natural y lógico impacto en los artistas y en el arte.
Para la mayoría de los críticos se produjo, en el período entre siglos, un cambio de rumbo que tuvo como norte la metáfora, lo cual se etiquetó de diferentes maneras, según el enfoque y su autor: regreso al oficio, restauración del paradigma estético, simulación o simulacro, cinismo, trasvestismo o parodia, etcétera, fueron enunciados de la crítica para un arte que refuncionalizó códigos legitimados por toda una tradición en la historia del arte, pero que se utilizaron esta vez con el objetivo de establecer nuevos espacios de despliegue ante la situación de crisis y ruptura creada con las instituciones y, sobre todo, ante la visible y prolífera presencia del mercado. Fue un período donde la institución, recogiendo también las duras enseñanzas, se hizo más tolerante.
Los temas religiosos, de la ciudad, raciales, de género y migratorios se consolidaron, así como los referentes al cuerpo, al erotismo y la sexualidad (en todas sus variantes posibles), se reforzaron. Apareció incluso una huella renacentista denominada por alguna crítica como posmedievalismo, de excelente factura estética. El instalacionismo y el performance tuvieron un momento de esplendor, pero es justo decir que se llegó en ambas expresiones, en casos muy puntuales de artistas muy jóvenes, a realizaciones muy simplistas, pedestres incluso. Fue una etapa en la que los grupos creativos comenzaron a languidecer de manera general y los que existieron lo hicieron sin la fuerza y vitalidad que de los años ochenta. Ya a inicios del presente siglo virtualmente desaparecieron, salvo las agrupaciones de filiación docente.
Una tendencia que predominó en determinados artistas fue no abandonar su intención de seguir incidiendo críticamente en el plano social, lo que propició una suerte de crónica de las difíciles condiciones de vida de la cotidianidad cubana de esos años. No se renunciaba, por tanto, a mover en el espectador reflexiones de naturaleza crítica sobre la creciente marginalidad, la pobreza galopante y sobre las novedades que nos llegaron concomitantemente con el exultante despliegue del turismo. El abordaje de la sexualidad se hizo mucho más explícito y el trasvestismo, el sadomasoquismo y la prostitución fueron objeto de numerosas obras, en muchas de las cuales los artistas utilizaron la autorreferencia para lograr una mayor fuerza expresiva. La abstracción se mantuvo viva y experimentó un impulso con nuevos valores. La tendencia a expresarse desde un sentido minimalista se fue generalizando en el arte cubano de la última década del siglo pasado, sobre todo, en los más jóvenes graduados del ISA (universidad de artes).
La fotografía ganó un espacio importante dentro de las manifestaciones artísticas, se mantuvo en buen nivel la pintura (de manera especial la abstracción), el dibujo, el grabado y las manifestaciones tridimensionales y performáticas; las revistas (vehículo fundamental de la crítica especializada) acompañaron el desenvolvimiento de los creadores. Muchos artistas de relieve expusieron en el país, con lo que también se complementó el esfuerzo institucional. Louise Bourgeoise, Henri Moore, Shirin Nezhat, Robert Mapplethorpe y Andrés Serrano, entre otros, dejaron ver sus obras en distintas galerías y espacios abiertos.
De esta manera transcurrieron tres decenios en los que el arte cubano, instituciones y artistas, se relacionaron intensamente con el mercado y fueron los creadores los que sacaron mejor provecho. Artistas como Roberto Fabelo, Dagoberto Rodríguez y Marcos Castillo, quienes junto con Alexander Arrechea formaron durante años el grupo Los Carpinteros (ahora se desenvuelven por separado), Yoan e Iván Capote, Wilfredo Prieto, Carlos Garaicoa, Raúl Cordero, Tania Bruguera, Alfredo Sosabravo, Kcho, Manuel Mendive, Belkis Ayón, René Francisco Rodríguez y Pedro Pablo Oliva, entre otros, pero estos de manera principal, se colocaron con los años en altos niveles del mercado del arte. Si se tiene en cuenta el número de artistas registrados en Cuba, alrededor de diecisiete mil, un número muy elevado en correspondencia con la población (once millones de habitantes), se puede colegir que esa vanguardia los representa adecuadamente. Viviendo fuera de la isla hay nombres también relevantes: Tomás Sánchez, Julio Larraz, René Bedia, Flavio Garciandía entre otros, todos bien situados en el mercado de mayor nivel. De todas formas, es bueno precisar que el arte cubano no tiene fronteras, se produzca donde se produzca.
No puedo dejar de mencionar una anécdota personal en un recuento como este. Ocurrió en 2001, cuando unos días antes de reinaugurarse el Museo Nacional de Bellas Artes, le mostré a Gabriel García Márquez la colección cubana que atesora esa institución, es decir, decenas de metros de galerías. Recuerdo muy bien cuando el novelista colombiano, él mismo un gran coleccionista, me dijo, parados ambos en el pasillo del museo, ya al final del arte cubano exhibido, que era increíble que un país tan pequeño ofreciera un despliegue como el que acabábamos de ver.
La tradición artística del país (activa, latente), así como la enseñanza del arte, siguieron influyendo satisfactoriamente en la renovación de nuevas generaciones de creadores. Hablamos de una tradición rica y potente, que supo nutrir la imaginación de los artistas de diferentes generaciones. Wifredo Lam, Agustín Cárdenas, Servando Cabrera, René Portocarrero y Raúl Corrales, entre otros, eran gestores de obras suficientes para resplandecer en cualquier parte del orbe. Con los años subsiguientes surgieron nombres que rápidamente se colocaron en las preferencias de coleccionistas e instituciones internacionales. De igual forma, las acciones institucionales siguieron contribuyendo al desarrollo de la creación: Subasta Habana en lo comercial y la Bienal de La Habana en lo promocional (creada en 1984), continuaron estimulando la producción simbólica y el lanzamiento de artistas a planos internacionales.
Sobre la bienal se podría escribir mucho, Luis Camnitzer y otros especialistas la han distinguido elogiosamente en distintos momentos, resaltando sus valores (a diferencia de eventos similares de otras latitudes) por la seriedad investigativa de sus curadores, sus argumentadas propuestas curatoriales y la distancia que siempre tomaron de lo comercial. Un buen número de artistas de zonas periféricas, hoy nombres de mucho reconocimiento, encontró en la bienal cubana su trampolín de lanzamiento inicial. El arte de África, Asia y América halló en sus despliegues y galerías el lugar que no encontraba en otros sitios. Fue un evento que marcó una pauta en el arte internacional e insular de entre siglos. Hoy necesita de una reformulación completa, pues las últimas ediciones no están a la altura de las que la precedieron.
Después del mejoramiento de las relaciones bilaterales con Estados Unidos, al final del segundo mandato de Barack Obama, momento de esplendor para la comercialización del arte insular, las administraciones subsiguientes trataron de estrangular con saña al país y tal situación repercutió negativamente en la cultura y el arte cubanos. La situación económica, política y social de Cuba se ha venido degenerando aceleradamente en los últimos años y con la pandemia de la covid 19, el endurecimiento de las medidas de hostigamiento y cerco económico de los gobiernos norteamericanos de Donald Trump y Joe Biden, más las ineficiencias gubernamentales propias, que no son pocas, el país se aproxima a la situación de colapso. En consecuencia, los últimos años han sido escenarios de duros enfrentamientos entre algunos creadores y las instituciones, por motivos políticos y de resistencia a medidas administrativas impopulares entre los artistas, así como del desencadenamiento de un éxodo masivo, nunca visto, hacia otras latitudes (fundamentalmente Estados Unidos).
Hoy se extrañan y se recuerdan con nostalgia momentos pasados de fuertes debates intelectuales en torno al arte. Igualmente, las publicaciones periódicas que servían de contrapeso y crítica a la creación han venido desapareciendo y algunas que subsisten han perdido calidad y densidad crítica. Por fortuna, la academia mantiene una constante atención a la tradición artística a través de sus tesis de pregrado y posgrado. Sin embargo, la producción de libros sobre arte ha decrecido por las limitaciones económicas ya apuntadas. Pero la academia es solo un observador en primera fila, nada más.
La situación de la cultura y de las artes en el presente se corresponde con el cuadro oscuro del contexto. Según dijo recientemente el reconocido crítico de arte Nelson Herrera Ysla, en conferencia en la Sección Cubana de la AICA: “Hoy el escenario tiene un tono menor cuando no desleído, débil, opaco. Hasta pudiera decirse simple, parco en emociones y estremecimientos que a ratos da la impresión de que no pasa nada. Las circunstancias que vive el país y la cultura cubana hoy, por supuesto, son otras. El entorno socioeconómico se ha ido endureciendo, fracturando, llegando incluso a situaciones tal vez límites. La cultura (lo mismo académica y profesional que popular o alternativa) sufre las mismas contracciones y vicisitudes y no siempre suele encontrar vías para explicitar su real valía, sus virtudes y defectos, densidad y diversidad, su peso en la vida de todos nosotros”.
En realidad, lo que está diciendo este autor es que ya poco queda del boom o de la moda que disfrutó el arte cubano a inicios del presente siglo. Salvo un grupo de artistas bien insertados en el mainstream (ya mencionados los más relevantes de los que viven o residieron en Cuba antes de los últimos cinco años), la situación de la mayoría ha empeorado junto con la de la población. Depauperado el sistema institucional (con la escasez de materiales para trabajar como dato importante), menoscabada la enseñanza artística y limitadas las visitas de compradores y coleccionistas al país, un buen número de artistas han visto decrecer radicalmente la bonanza económica de inicios del presente siglo y el empobrecimiento gradual de sus actuales niveles de vida.
Es útil reconocer que los artistas visuales, dentro del conglomerado de artistas y escritores nacionales, han sido los más críticos con la realidad económica, política y social del país, y con su retroceso en las últimas décadas. Eso se ha podido apreciar en obras, exposiciones, declaraciones en entrevistas, también en su constante migrar y, en algunos casos, en un artivismo político, cuestionador y crítico, muy acentuado. Sin embargo, a pesar del cuadro descrito, se sigue produciendo artes visuales en Cuba, se realizan exposiciones de arte NFT, se mantiene una revista de crítica de arte, subiste un programa de exposiciones de cierto nivel y los artistas mejor colocados en el mercado del arte internacional mantienen ventas de obras a precios consistentes en subastas. Los libros de ensayos sobre el arte cubano no dejan de publicarse, Es decir, el arte cubano, contra viento y marea, sigue pujando por mantener la fuerza que lo caracterizó en las últimas décadas, pero la situación general del contexto presente no ha contribuido a que refleje su mejor rostro.
Quizá hoy más que nunca se haya puesto de relieve la naturaleza de los vasos comunicantes entre creación simbólica y contexto nacional, quizá ese develamiento refleje la verdadera naturaleza de nuestro arte y su real posición en el escenario artístico universal. ¿Qué quedará al final de este proceso angustioso? Solo el arte lo dirá.