A diez años del fallecimiento de Nelson Ramos, una exposición retrospectiva muy representativa conmemora la pérdida de uno de los mayores exponentes artísticos de Uruguay. Nacido en 1932, Ramos formó parte de la vanguardia uruguaya de la década de 1960, un período de brillo para el arte nacional, cuando surgieron artistas de primera línea que, sobre todo, hicieron que el país se insertara dignamente en el concierto del arte internacional. Nelson Ramos fue consciente de la importancia de este contexto, y su emblemática obra nombra una serie de colegas desde la forma simbólica de un nicho de cementerio. Se puede constatar en esta obra –que figura en esta retrospectiva– el respeto del artista por una serie de personalidades del mundo del arte y, sobre todo, por su madre.
Nelson Ramos fue una persona muy querida en su medio. Desde su relativa parquedad en el trato, no obstante afectuoso, supo ganarse el cariño de quienes lo conocieron, colegas y estudiantes, así como de personalidades del mundo del arte.
En esta breve reseña queremos destacar este aspecto, al mismo tiempo que su honestidad intelectual, su profundo compromiso con el hombre en su sentido más lato y genérico. Su arte se inscribe en un gran abrazo humano, y a menudo alza una voz silenciosa en favor de los oprimidos. En esta muestra puede verse una serie dedicada a la conquista de América. Mediante una técnica que ensaya una vez que agota las posibilidades de la pintura de caballete y que deriva de su investigación matérica, con gran aporte de lo artesanal en su más alto nivel, Ramos relata las injusticias –por decirlo levemente– de la gesta española en su afán de “culturización” del habitante indígena, legítimo propietario de estas tierras. De esta manera realiza una profunda crítica social: mediante una brillante interpretación a través de los medios plásticos y visuales recompone momentos, actitudes y gestos que fueron factor común en el avasallamiento de las etnias sudamericanas. Esta actitud de Ramos demuestra que inscribe su sensibilidad herida en el marco de un relato cuya interpretación ha dado lugar a grandes controversias y que, en cierta forma, aún continúa. Nelson Ramos establece su posición por medio de un concepto estético que muy posiblemente tiene contacto con el arte medieval –en su forma de relatar ciertas epopeyas cristianas, por ejemplo–, al tiempo que plásticamente lo hace visible o lo materializa mediante figuras creadas con papel, madera, hilos y otros materiales muy comunes y para nada ostentosos. Estas obras, que podrían considerarse pequeñas esculturas-pinturas, están inteligentemente construidas y compuestas. Su simbolismo es captado a través de esta caparazón formal, y la idea que quiere transmitir llega íntegra por medio de la sabia disposición de los elementos plásticos. Como gran parte de los artistas de la época, Ramos tuvo que soportar la dictadura que asoló Uruguay, un período para el olvido que, al mismo tiempo que cercenaba las libertades, hería con saña las finas sensibilidades. Es por este motivo que su obra demuestra empatía con todo tipo de opresiones y se lanza a la conquista de la libertad desde el arte. Enamorado de las claraboyas de Montevideo, inició una serie de investigaciones que culminaron con un diseño a partir de palitos, papel de calco y otros, así como pintura. El artista ingresó en el campo de la experimentación pura, del estudio de los elementos abstractos y de dibujo que este artefacto propio de muchas viviendas de Montevideo – hoy en buena medida sustituido– exhibía como producto de diseño arquitectónico.
Desde el tema del diseño, Ramos se introdujo en una serie que podría considerarse humorística, del tipo de humor gráfico, si vale la comparación. Inventó una serie de personajes a partir de herramientas, por ejemplo, un serrucho que se engorda cómicamente, del que se perciben apenas unos pocos y pequeños dientes –característica principal de esta herramienta–. Esta metamorfosis en la forma afecta la propia función y de esta manera se capta el espíritu lúdico de Nelson Ramos, una fina ironía que traslada desde las herramientas y objetos hasta las propias personas. Este campo de investigación lo lleva al propio campo conceptual, donde el elemento plástico adquiere otro sentido.
En el arte de los objetos sigue trabajando inteligentemente con el color. Una obra notable en este sentido, que defiende la línea como elemento gráfico y pictórico, es posible observar en una instalación en la que una línea blanca atraviesa toda la gran sala principal del Museo Nacional de Artes Visuales. Esta línea, del grosor de una pulgada aproximadamente, atraviesa objetos negros, comenzando y terminando por un cuadro y extendiéndose a través de sillas y tanques de combustible metálicos. Debemos considerar que el negro fue adoptado por Ramos como un color fuertemente simbólico. A la par de su sentido del humor, Ramos tuvo actitudes creativas inéditas (es el caso de una mesa con objetos y frutas donde todo es pintado de negro, excepto el extremo de una banana –pintado de amarillo– que sale precisamente fuera de la mesa). Este recurso, que Ramos usó en la pintura, es trasladado con el mismo sentido plástico al arte de objetos, lo que nos permite comprobar que nunca dejó de ser un pintor y que nunca dejó de considerar que el arte es uno solo. Este artista, al que hoy consideramos un maestro, ha difundido a Uruguay en los centros más importantes de arte internacional, y mediante su incansable trayectoria deja un legado de creatividad esperanzadora.