Por Melisa Machado.
El orden y la incertidumbre.
Hasta el 27 de febrero se puede ver en la parte alta del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV ) una muestra retrospectiva sobre la obra de Miguel Ángel Battegazzore.
Además del conocido trabajo de raíz constructivista del artista, en el cual los objetos parecen entrar a la fuerza dentro de una estructura y a partir de ahí ordenarse o desbordarse, hay allí algunas otras piezas o series de piezas, quizás menos conocidas, como las Entropías criollas, nombre que vuelve a aludir al concepto de opuestos complementarios, resignificando la incertidumbre de todo sistema, esa polaridad orden/caos que parece sostener todo su trabajo creativo.
Las entropías de Battegazzore establecen un diálogo con sus “heráldicas criollas”, saliéndose del plano para entrar en las dimensiones de la instalación o la escultura, tomando como objeto de partida las piezas de hierro y madera con las que (aún) se suele marcar al ganado, práctica que hoy en día los defensores de los animales ponen en tela de juicio ético (ver instalación titulada Antigua puerta procedente de la Herrería Machango de San Carlos, perteneciente a una colección privada y expuesta ahora en el MNAV).
En esa tensión del orden/caos, el artista recrea en el plano pictórico una suerte de jeroglíficos que aúnan marcas y señales como iniciales de apellidos que hacen referencia a la propiedad del ganado (recreación de monogramas familiares), restos de simbología cristiana (como cruces o tocados obispales) o dibujos de culturas nativas (como flechas u objetos de uso para la vida cotidiana) y hasta símbolos astrológicos (como Marte, Venus, Saturno, el Sol, la Luna y las estrellas) que pueden leerse desde diferentes cosmovisiones y que generan un discurso crítico/creativo, quizás casi inaudible para muchos espectadores.
No es esta una obra contemporánea que siga modas y modismos de estos tiempos que corren, al menos no en forma explícita. Sin embargo, ahí están recreados los símbolos de una contemporaneidad que continuamente se ordena y se desordena en una incesante búsqueda del sentido ‒o del sinsentido‒ de las cosas, y que hasta bucea en el orden cósmico (más allá de ser uno de los tópicos torresgarcianos, basta observar las redes sociales para ver el auge que está teniendo actualmente la astrología psicológica evolutiva como un intento de buscar respuestas en una época plagada de incertidumbres) para tratar de entender qué estamos haciendo como humanidad: qué hemos construido como sociedad, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Por otro lado, y yendo en busca de otros goces y reflexiones, llama la atención una serie de obras que destacan en el contexto de lo creado por Battegazzore por su singularidad estética: La serie Lisboeta es un conjunto de piezas que hibridan su propia heráldica con el diseño clásico de los azulejos de España y de Portugal, de los siglos XV al XVIII, con reminiscencias del arte bizantino islámico y gótico, sobre los cuales el artista investigó y experimentó durante su estancia en Lisboa, a raíz de la beca que le fue otorgada por la fundación Gulbenkian de esa ciudad.
Quizás otra de las excepciones del clásico trabajo del artista visual sean las obras inspiradas “en” y dedicadas “a” los Cantos de Maldoror, del conde de Lautréamont, libro considerado blasfemo y oscuro, muy nombrado en muchos círculos y todavía poco leído, como el famoso Ulises de James Joyce.
Bajo los techos bajos de la sala angosta y lateral del primer piso del MNAV, con una iluminación intensa que paradójicamente recrea un ambiente entre íntimo y lúgubre, se puede ver unos cuadros intensamente azules, con figuraciones abstractas de negros, amarillos y rojos plenos, a los que Battegazzore suma versos escritos en francés por el fallecido poeta uruguayo, de nombre real Isidore Ducasse, hijo de un diplomático francés, que murió de tuberculosis a los 24 años, un año después de haber escrito esos cantos considerados “malditos”.
“Me sirvo del genio para pintar las delicias de la crueldad. Delicias ni efímeras ni artificiales, por el contrario, comenzaron con el hombre y terminarán con él. ¿No puede el genio aliarse con la crueldad en los secretos designios de la Providencia?, ¿o, acaso, el ser cruel impide tener genio?”, escribía Ducasse entre otras frases profundamente inquisitivas sobre la complejísima condición humana, donde el bien se encuentra indisolublemente ligado al mal y conforman dos partes de una misma polaridad que se repele y se complementa tanto como el orden y el caos, los cuales aparecen representados en las ya clásicas estructuras constructivistas de Battegazzore, que se desbordan y casi que amenazan con inundarlo todo.
La mente binaria y dualista puede enfermar a una sociedad o puede liberarla al mostrar las dos caras interrelacionadas de una realidad intrínsicamente compleja. Battegazzore lo sabe y lo representa. O al menos eso parece.