Por Gabriela Gómez.
Así como un escritor sale en busca de sus personajes y luego les da voz, cuerpo y alma, la artista Martha Escondeur (1957), valiéndose de los pinceles, el cincel o el torno retrata y da vida a personajes ficticios que nacen en su imaginación y después se completan para relatar una historia. Desde muy pequeña empezó a dibujar y tras intentar abrirse camino en estudios universitarios, comprendió que debía guiarse por su sentir interior y acabó dedicando su vida a la pintura y la escultura. Autodidacta, aprendió los oficios de escultora y pintora por el ensayo y el error y el resultado es maravilloso: la delicadeza de las miradas y los gestos de los retratos ,así como el manejo del color con una paleta en general de colores vivos dejan ver un optimismo y una alegría que están manifiestos en su última exposición en el Hotel del Lago, denominada Diecinueve mil días. Esta exposición celebra los cincuenta años ininterrumpidos de un recorrido en el mundo del arte con series como “Pasajeros del tiempo”: retratos de personajes que expresan el pasaje por este mundo en continuo movimiento, o “Tratos y retratos”, con retratos de personas conocidas y anónimas que accedieron a contar sus historias para quedar luego plasmadas en los colores, las miradas y los gestos. A Escondeur los retratos le interesan “más como expresión de ideas o conceptos que como el retrato en sí mismo”, por esto la mayoría de sus personajes son inventados, aunque cuando uno se planta frente a su obra lo que transmiten son una gran familiaridad, vitalidad y energía.
¿Cómo fue tu formación en las artes plásticas?
Empecé muy joven y eran otros momentos. En esa época no había Bellas Artes, por ejemplo, y yo estaba en Santa Lucía. Vivimos ahí hasta que tuve quince años y después nos vinimos a Montevideo. Era otro momento y dedicarse a ser artista también era una cosa rara, y la eterna pregunta de mi padre: “¿De qué vas a vivir?”. También era un tema familiar porque mi papá era escribano y él quería que yo fuese escribana también. El apoyo familiar no estaba destinado tanto hacia el arte, y yo lo comprendo. Entonces me formé sola porque era tanta la pasión que tenía que arranqué pintando con óleos y con aceite de cocina porque mi madre no me dejaba usar la trementina. Mi primera exposición fue a los doce. Es más, vendí en esa exposición; y de ahí no paré más.
¿Tenés antecedentes familiares en la pintura?
No. Pero dibujaba muy bien. Desde los cinco años ya hacía retratos de mis amigos, en la escuela hacía dibujos para todos mis compañeros, era algo que traía adentro. Igual que con la escultura. Empecé a formar cosas con barro. Eran las dos cosas en paralelo. Todo autoformación, que no es lo mismo que decir autodidacta porque autodidacta es una palabra que, a veces digo, no es real, porque en cierto sentido estudiás, buscás las técnicas, o sea que te autoformaste, mirando a los que son referentes en Uruguay. El día que fui al Museo Nacional de Artes Visuales y vi la exposición de [Carlos Federico] Sáez, piré y tendría trece años. Ahí dije: “No puede ser, esto es maravilloso”. Después estaba el tema: de qué vivir.
¿Al principio era un hobby?
El tema era que tenía que decidir: o era un hobby o era mi dedicación. Fui a Facultad de Medicina dos años, estudié para nutricionista, porque es otra cosa que me gustaba muchísimo. Todo eso me sirvió mucho porque, como siempre, el interés estuvo en la figura humana, la parte de medicina y anatomía me sirvió para estudiar músculos y todo lo que tiene que ver con el cuerpo humano. En determinado momento, ya tenía veinte y pico de años, dije: “No me importa y no le voy a buscar más la vuelta. Si tengo que pasármela a mate y galletas, así será, yo voy a hacer lo que quiero y esto es lo que quiero hacer”. Hasta ese momento no tenía formación académica, pero tenía a mi padrino que me daba mucho apoyo y me presentó a Sergio Curto para que viera lo que estaba haciendo, cuando yo tenía catorce años. Él me dio para adelante, para que siguiera y así fue. Luego, las técnicas las vas aprendiendo con base en ensayo y error. La parte de escultura fue recomplicada, por ejemplo.
¿Cómo fue tu incursión en la escultura?
Fue muy importante, fue como sacar la figura para afuera del cuadro, pintar es difícil porque en una superficie plana tenés que generar dimensiones y en la escultura tenés la posibilidad de trabajar algo tridimensional. Pero la escultura tiene una parte técnica y son tantas las etapas: desde que uno parte del barro que es una faceta prácticamente mágica, hasta su etapa final que la hacés en bronce; también trabajar con resinas o la talla de la piedra que hice mucho, la talla directa en mármol. Pero son etapas en las que pasás por el molde de yeso; el yeso en sí como obra intermedia para poder terminarlo prolijo, después pasarlo a la cera y trabajar en los detalles, con un mecherito caliente, para poder llegar a un bronce. Entonces es mucho laburo. Lo mismo si trabajo con resinas. Hay que empezar por el molde, hoy están los moldes sintéticos que facilitan el poder hacer copias de las obras, pero igual es una técnica bastante complicada. También hice muchas esculturas en cerámica, las hacés en barro y para poder hornearlas hay que partirlas, ahuecar por dentro y volver a armar. Es bastante el trabajo, pero terminan siendo piezas únicas.
¿Has trabajado mucho en esculturas?
Sí, la escultura ha sido mi dedicación más a full. El mármol fue mi gran pasión por mucho tiempo y tiene una peculiaridad, que no la tiene cuando trabajás a partir del barro, y es que tenés que encontrar dentro de la piedra la escultura que está escondida. Hay que desbastar para que salga a la luz lo que hay adentro. Porque no es que puedas planificarlo, esa es la magia del mármol. Trabajé con mármoles nacionales, no es el mármol de Carrara, el propiamente escultórico, entonces son mármoles que los trabajás y de pronto, en el medio de la obra te sale una rajadura o una quebradura porque, salvo algunas excepciones, es muchísimo más duro que el de Carrara. Pero es fascinante, el brillo de la escultura se saca a lija, por ejemplo. Es un trabajo riesgoso porque vas sacando fetas de mármol con la amoladora y con cincel, para ir llegando a la forma. Después cuando tenés una superficie rústica empezás a lijar con una lija gruesa hasta llegar a la más fina y le das el brillo.
¿Cómo empezaste a mostrar tu trabajo?
Hice feria en Villa Biarritz, con las cerámicas, y después empezó la etapa en que me fui afianzando y entré en las galerías de arte. En aquel momento entrar a una galería no era para nada fácil, pero estuve tocando puertas y entré en la galería Latina, donde estoy hace como treinta años y después en casi todas. Era otro momento, en que se vendía mucho y al trabajar cosas diferentes como escultura, pintura y cerámicas siempre tuve trabajos en la parte de escultura. Tengo bustos en casi todos los departamentos del país, de próceres o medallones o placas. Después empezaron los pedidos de las estatuas. También trabajo para la Iglesia, con esculturas y con pinturas o murales, grandes. También empecé a viajar mucho. Estuve en Estados Unidos y expuse allí, fui por la Fundación Faingold, que fue una experiencia espectacular junto con tres artistas. En 2001 me llamaron para hacer clases de modelado en una academia en Florencia. Allí tenías cerámica, pintura, escultura, clases de ópera. Estuve tres meses en una de las experiencias más divinas, hice cursos de entrenamiento para la parte de modelado. Visitar las canteras de Carrara ya fue una experiencia increíble. Pero después, al momento de decidir, era un contrato que íbamos a tener por dos años y medio. Nos daban papeles italianos para mí y para mi familia, y me entró la duda y el temor de sacar a mi marido de su trabajo y a mis hijos de su mundo y todo eso, aunque a veces pienso por qué no lo hice Traté de que fuera por menos tiempo y no, era así y no lo acepté. Soy tan fanática de Uruguay. Viví tres años en Estados Unidos y también me volví.
¿Por qué te interesa el arte figurativo?
Trabajo con la figura humana, aunque también tengo trabajos abstractos, pero la figura humana fue lo que a mí me atrajo y, en realidad, creo que no se trata de hacer caras. Lo que intento es que cada cuadro transmita algo, hay una historia atrás de cada retrato, es lo que quiero que diga la cara. Si mirás lo que hay en arte en el exterior, por ejemplo, quizá se piense que lo figurativo no es tan habitual o no es tan buscado, sin embargo, en el exterior hay una tendencia enorme de búsqueda hacia el arte figurativo. A mí el hiperrealismo no es algo que me llegue a tanto. Yo estoy más para un tipo de búsqueda que es lo contrario, aunque no dejo de admirar el trabajo hiperrealista, que es fantástico. Los pintores noruegos son mis preferidos, tienen esa cosa donde no hay perfección pero que te dice mucho.
¿Cómo organizás las exposiciones? ¿Hay un tema que destacar?
En el caso de la exposición Tratos y retratos, todo surgió de una idea: a mí lo que me interesaba era reunir personajes anónimos y personajes famosos. Elegí a los personajes que me interesaban y les pregunté si les interesaba que los retratara para una exposición. Entonces primero teníamos una reunión, como una entrevista, para saber cómo era esa persona y ese era mi interés para después pintar el cuadro. Después de eso hacía algunas tomas de fotografía, algunos bocetos. En los cuadros siempre hay una referencia a mi taller, mostrando que estuvieron allí. En la figura humana, si te equivocás al pintar la cara o el cuerpo, en un milímetro, es otra persona. También hay veces que, en la pintura, uno puede generar algo que sea ficticio para darle belleza. Luego de pintarlos les pedía que vieran los retratos y me dijeran si se veían a sí mismos, porque eso es lo que yo busco en el retrato y es tan difícil de lograr. Por ejemplo, con Vera Sienra me pasó. Ella se paró frente al retrato y dijo: “No sé si soy yo, pero te aseguro que me veo, que soy yo”. Y todos somos divinos, esa es una de las cosas que tiene el retrato porque va más allá de la mera fotografía. La fotografía artística es una maravilla, pero el retrato tiene algo más, la personalidad, qué hay en la mirada y si hay un defecto no importa, porque es lo que te llega como impacto primario.
En el momento que pintás a personas que conocés seguro que es un desafío muy diferente a cuando pintás a un personaje famoso…
Claro, y además la gente es muy exigente respecto a cómo se ve. Por suerte nunca me pasó que rechazaran un retrato, siempre han quedado contentos. Pero también me pasó de retratar a una persona que había fallecido. Una familia del interior me encargó el retrato de una señora, joven, y además dijeron que les gustaría que en el retrato tuviera una campera determinada, y unos días después me enviaron un paquete con la campera. También mucho de los personajes que pinto son inventados, yo los invento y luego van tomando su propio carácter. Son personajes ficticios. Aunque también me ha pasado de gente que se identifica con el retrato, o lo encuentra parecido a su madre o a su hija.
¿Cada retrato tiene su propia historia?
Ahora acabo de terminar el retrato del general [Manuel] Osorio que fue para Brasil. Y del general solo había una foto en sepia, muy antigua, como referencia, pero no había fotos del cuerpo, más que un retrato antiquísimo, que yo lo miraba y no tenía nada que ver con la foto del retrato. Todo eso fue un enorme trabajo en el que tuve que inventar absolutamente todo, porque era un retrato a cuerpo entero.
¿Qué lugar ocupa tu trabajo en el arte hoy en día?
Creo que el artista es la obra, y es indivisible. Uno es lo que es, en conjunto con la obra. Uno tiene la chance de estar muy en conjunto con una serie de medios que te permiten, como la informática, mostrar la unión entre el que hace algo y la obra. No me puedo ver de otra manera porque viví toda mi vida, desde muy jovencita, dedicada al arte, con todos los altibajos que el arte representa. Y con cuestionamientos personales permanentes, porque no es que todo fluye. A pesar de que yo considero que en el arte la inspiración es una quinceava parte, la mayor parte es trabajo. Hay que pararse todos los días y venir al taller como un trabajo porque si no esto no se hace solo. La inspiración va saliendo a medida que uno trabaja, el trabajo es prioritario, establecer la conexión. Pero también vienen los baches donde sentís que tenés que romper todo, que no vale nada. A veces eso es un preámbulo de que viene algo nuevo. La voluntad uno siempre la tiene porque es como un entrenamiento, siempre estás trabajando porque tu mente está siempre observando. Porque mi alimento fundamental es lo que veo, son conversaciones que me cuentan, tengo la fortuna de que la gente me cuente sus historias. No es que estás todo el día con el pincel en la mano, pero estás entregada todo el día a un propósito. Es un sacerdocio. Es una forma de vida. Estás por ahí, te cuentan algo y decís: “Eso lo tengo que pintar”. Porque ¿cómo puedo escribir algo? Lo pinto. ¿Cómo puedo contar algo? Lo pinto o hago una escultura. A veces son historias mías, cosas que me pasan a mí.
¿La creación artística está acompañada también por esos períodos no tan alegres para el artista?
Los bajones sí se dan, he quemado cuadros y es más frecuente de lo que uno piensa. Y también debés tener esa voluntad cuando te pasan cosas, como los desprecios. Yo ya estoy grande, pasé por todas y ya no me impactan las desilusiones porque pude hacerme de una coraza y hay críticas que no me llegan. Si no te gusta lo que hago, sigo adelante, porque es lo que quiero hacer. Pero es dura la parte elitista del arte, que es muy particular en ese tema. Primero sufrí como mujer la discriminación, porque empecé muy joven en una sociedad donde los pintores varones eran los dominantes, entrabas a los museos y todos eran pintores. Además de la variedad de cosas que hice desde siempre. Igual fue un mundo al que me integré perfectamente. Siempre estuve en contacto con todos los grandes de acá, de mi generación conozco a todos y siempre notando esa discriminación. Y no solamente de los hombres, de las mujeres también. Yo firmaba mis cuadros como Martha Escondeur, y un día fui a una de las galerías con la que trabajaba y me dicen que había estado un matrimonio al que le gustó uno de mis cuadros y parece que la señora al ver la firma dijo: “Pero ¿cómo?, ¿lo pintó una mujer? Bueno, vamos a pensarlo un poquito”. A partir de ese día firmé: M. Escondeur. Y así mantuve el anonimato y soy más bien de perfil bajo. El ser artista implica estar expuesta al juicio de los otros, de los críticos. Pero ahora en realidad me siento muy libre en todo sentido, muy libre con lo que hago y si a alguien no le gusta lo que hago, digo que a mí sí y me mantengo firme, porque son muchos años. O los concursos: es todo un camino en el que el artista va ganando espacios y terreno y en definitiva lo que importa es la obra, es la que tiene que hablar por el artista, lo que importa es lo que hacés. Por eso en un momento me dije: que no se sepa quién soy, lo importante es que hable mi obra si es que tiene algo para decir.
¿Estás satisfecha con lo que querés transmitir a través del arte?
Yo todavía no he logrado nada de lo que intento en el sentido de comunicar algo porque yo sé que eso es el arte. Porque si no lo comunicás, si no lo mostrás, está la otra parte: hay gente que se emociona y que siente cosas y ahí está el vínculo completo. Exponer es exponerse y además es presentar algo nuevo, hay que seguir adelante pase lo que pase, esa es la clave. Y siempre ser auténtico, buscar quién es uno. No está mal inspirarse, estudiar, aprender, pero es importante que el producto de toda esa información y ese conocimiento se depure y que lo que surja sea auténtico porque solo lo auténtico es lo que va a trascender y tener una marca, que se te reconozca. Se lo dijo a los jóvenes: que el arte se empape en uno. Que no importa lo que te pase, hay que levantarse y seguir adelante.
¿Qué reflexión te provoca mirarte en perspectiva, a raíz de la exposición que celebra tus cincuenta años de carrera?
Al principio pensar “Esto es real”. He dedicado una vida entera al arte, considero que me he ganado mi lugar en el arte y he hecho conmover a muchos, que es lo que más valoro. Mis pretensiones son seguir haciendo lo que hago y considero que mi arte va a tener su trascendencia a lo largo de la pintura contemporánea actual. En la carrera de un artista no todo queda necesariamente para un museo para que trascienda. En la marcha uno va logrando determinadas obras que se destacan por algo, porque tuvieron esa magia especial. Creo que tengo obras que tienen esa magia, pero creo que estoy en el punto donde todavía puedo decir, y lo digo con humildad y con franqueza, que aún no he logrado lo que estoy buscando, y eso es muy lindo. Todavía necesito más tiempo porque considero que si uno es un artista de verdad, como lo siento yo, hay que movilizar ese interior que todavía no llegó. Capaz que nunca llega, pero me voy a pasar el resto de mi vida intentándolo.