Nada se pierde, todo se transforma ∞.
Por Daniel Tomasini.
Año 2016, Miguel Ángel Battegazzore (1931-2024) nos recibe sonriente en su casa en Punta del Este. A las puertas, un hermoso ovejero belga negro se acerca amistosamente para –obviamente– registrarnos. Conversamos con el marco de un patio de frondosa vegetación, en torno a una larga mesa de madera. A sus 85 años, Battegazzore es un hombre extremadamente activo, de mirada escrutadora y nerviosa sonrisa que usualmente sigue a alguna reflexión aguda, a un pensamiento propio o a una nota de ironía. Da la impresión de ser un gran conversador sobre temas muy específicos de su interés. A poco de iniciar la charla, relata que en el hotel Barradas se reúne todos los martes un grupo de amantes del arte para discutir diversos temas. Se trata de una especie de seminario entre amigos que, a esta altura, se ha hecho una grata costumbre. Participa en el grupo el arquitecto Leonardo Nogués, quien tiene a su cargo la realización arquitectónica del proyecto de Battegazzore en homenaje al artista Joaquín Torres García, que se ubicará en las inmediaciones de Pueblo Garzón, un lugar de características muy particulares, sobre todo en lo relacionado con lo artístico. El proyecto fue expuesto como maqueta en la última muestra de Battegazzore en el Museo Gurvich.
Él no fue alumno directo de Torres García, pero desde el comienzo de su actividad artística ha desarrollado un sentido estético vinculado a la forma concreta, a lo geométrico y a la estructura constructivista. Esta propuesta plástica lo ha inducido a desarrollar series de investigación en la forma y en el color, fundamentadas teóricamente en un profundo estudio en este último campo.
El sentido de la serie y su agotamiento en tanto posibilidades plásticas y lingüísticas otorgan una característica muy personal y original a su obra. En el monumento Homenaje a Torres García, Battegazzore establece un centro de interés estético y plástico en la llamada “sección áurea”, clave para comprender la doctrina del universalismo constructivo.
De esta estructura áurea surge el “molinete”: una configuración de planos orientados hacia los cuatro puntos cardinales, que ha sido un recurso de la estructuración dinámica compositiva del taller Torres y de la Escuela del Sur. El molinete configura el centro del monumento diseñado por Battegazzore, adquiriendo así el carácter de un mirador hacia el paisaje circundante.
El molinete que Battegazzore concibe se configura en un círculo y un cuadrado inscriptos que remiten a su emblemática publicación Círculo y cuadrado. Sabido es la alta significación que estos elementos geométricos, que son la base del arte de la construcción y de la arquitectura, han tenido en la historia. Desde la construcción de las pirámides, pasando por la construcción de las grandes catedrales góticas y –desde luego– recorriendo todo el arte y la arquitectura del Renacimiento, estas formas geométricas han tenido y tienen un significado que va más allá de ser considerados meros trazados. Recordemos al hombre vitruviano realizado por Leonardo da Vinci: el gran maestro renacentista inscribe la figura humana dentro de un cuadrado y un círculo, imagen acuñada por el notable arquitecto romano Vitruvio, del siglo II d. C., gran compilador de los métodos constructivos de la época.
Por lo tanto, el significado profundo de estas formas geométricas se pierde en la tradición mística y esotérica, pasando por la escuela de Pitágoras, quien fue un gran matemático y músico, creador del teorema que lleva su nombre, y además dirigía una escuela de las llamadas “de misterios”, vinculada a las enseñanzas de los antiguos sacerdotes de Egipto, entre otras cosas. Nos encontramos entonces en un plano en el que las formas trascienden y se conectan con otro tipo de saberes que remiten al cosmos, con todo su misterio.
La ideología de Torres García se impregna de estos elementos místicos y desde estos conceptos hace una adaptación al lenguaje del arte desde las formas construidas basadas en la legendaria sección áurea. Battegazzore comparte las implicancias fenoménicas de esta aproximación artística a los grandes misterios del universo, que tiene en algunos casos monumentales antecedentes en la obra de las civilizaciones antiguas que también han considerado que el universo está rigurosamente determinado y rinde un homenaje a los pensadores que intentan levantar el velo de este misterio, en este caso y específicamente referido al maestro Joaquín Torres.
Los comienzos artísticos de Miguel Battegazzore se remontan, como en muchos ejemplos de artistas uruguayos, a la enseñanza y el estímulo recibido por sus primeros profesores de liceo. Recuerda en este aspecto particularmente a la profesora Quela Rovira, del liceo Joaquín Suárez.
Comenta que concursó para un cargo docente en secundaria, y después de su regreso de Europa, donde usufructuó la beca para egresados de Bellas Artes, concursó para un cargo docente en la antigua Escuela Nacional de Bellas Artes –hoy Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes–. En su formación, entabla conocimiento con dos maestros que él llama “opuestos”: Felipe Seade y Miguel Pareja. Refiere que Seade era un pintor social –con una estética vinculada a los grandes muralistas mexicanos–, cultor de la pintura mural y en particular de la técnica al fresco, mientras que Pareja es un pintor poscubista con una paleta alta y un cromatismo extremadamente sutil en la calidad de sus mezclas.
Fue Seade quien lo indujo a presentarse en secundaria; en este sentido, Battegazzore comenta sus primeras experiencias como profesor de dibujo del liceo de Carmelo, donde conoció a María Freire, quien dictaba clases en el liceo de Colonia. Ella fue una gran promotora del arte concreto. Recordemos que María Freire y su esposo, José Costigliolo, fueron los pioneros de esta tendencia abstracta en Uruguay. Ambos llegaron a plasmar un estilo basado en formas geométricas puras en el caso de Costigliolo, y de formas cerradas cuasi orgánicas en el caso de Freire. Constituyen altísimos exponentes de esta tendencia en Uruguay.
La labor de Battegazzore como profesor se extendió al liceo del Cerro en Montevideo, que configura una de sus mejores experiencias como docente y como artista vinculando el trabajo social con el arte. Relata que se reunían alumnos, padres y colegas para hacer pintadas en el propio liceo, trabajos que incluían la decoración de muros interiores y exteriores basados en diseños de los alumnos. Battegazzore, además, dictó clases en el Instituto de Profesores Artigas y después en la Facultad de Humanidades y Ciencias.
Su pasión por la pintura y el arte en general es equivalente a su pasión por la docencia, a la que, por otra parte, también considera un arte.
En la época de Bellas Artes fue responsable del Taller de Pequeña y Gran Dimensión. En este punto de la conversación, el artista se levanta e ingresa a su taller, desde donde trae una serie de carpetas de gran tamaño que contienen toda su investigación docente para aquella institución en aquella época. Son más de cincuenta –dice–, y en ellas puede recorrerse un trayecto pedagógico que incluye la forma, el color, el análisis geométrico de obras de arte, el modulor de Le Corbusier, elementos de diseño e incluso de moda, fotografías e innumerables documentos sobre el estudio comparativo de las estéticas y de elementos concretos: manchas, sombras, estructura, proporciones, estudios basados tanto en pintores nacionales como internacionales, incluso el estudio de arquitectos como el brasileño Oscar Niemeyer y otros. Cada una de estas carpetas, de por sí voluminosa, incluye material gráfico y fotográfico, análisis y síntesis didácticas e innumerables ejercicios que abarcan la pintura, la escultura, el grabado, etcétera. Es un material que el artista atesora y que probablemente consulta incluso hoy día, para llevar adelante sus investigaciones.
Otro aspecto muy interesante en su extremadamente dinámica vida de artista y de docente se refiere a su actividad como escenógrafo del Sodre, de lo que cuenta muchas anécdotas y sobre todo el ingenio que necesitaban para realizar las escenografías con pocos recursos. Nos refiere que bajo el techado del Sodre había un taller donde se trabajaba en escenografía y recalca el aspecto artesanal de esta actividad. Battegazzore cuenta la importancia que tuvo para él esta actividad de escenógrafo, particularmente en cuanto se refiere a la ópera, que él considera “una obra de arte total” que incluye el ballet, la música y la pintura. La música, con la que, por este intermedio, convive con su trabajo de pintor, lo influyó profundamente en sus concepciones estéticas y plásticas, particularmente en sus estudios teóricos sobre la forma y el color. También comenta que el cine lo ha influido significativamente. En una época dictó clases de Historia del Arte en Cinemateca Uruguaya, y desde entonces su afición por el cine no lo ha abandonado y ha incidido significativamente en su metodología pedagógica.
Sobre su primera exposición cuenta que la hizo por intermedio de Quela Rovira, que estaba vinculada a la galería Losada. En esa oportunidad Battegazzore expuso sus formas seriadas, que investigaba desde la época de Bellas Artes. En esta galería también inauguró su primer audiovisual, Cine y color, que fue el comienzo de una serie de experiencias audiovisuales.
Corría 1975. Sus referentes o sus influencias variaban desde el arte constructivo y concreto hasta la música atonal de Arnold Schöenberg, así como la influencia que tuvo el Sodre desde el aspecto musical y el cine. Por esa época recibió una invitación del Instituto Goethe para un intercambio académico, por lo que viajó a Alemania. El Museo Nacional de Artes Visuales organizó entonces una muestra con Battegazzore, Ramos y Espínola Gómez que se presentó en Alemania.
Miguel Battegazzore es un artista visual y un intelectual, estudioso del fenómeno del arte, investigador de la fenomenología del color. “En el IPA era capaz de dictar una clase de color de siete horas”, comenta.
En este sentido, su conocimiento y el desarrollo de sus teorías sobre el color están a la altura de los grandes teóricos del tema, cuyo paradigma lo encontramos en la célebre Bauhaus, en la que profesores como Vasili Kandinsky, Johannes Itten, Josef Albers y Paul Klee desarrollaron –en aquella institución pionera de la enseñanza del diseño y del arte– cada uno de ellos un sistema particular para estudiar el fenómeno. Cuenta Battegazzore que su teoría mantiene una relación con la música atonal de Schöenberg y trabaja la serie de colores con la idea de acercamiento y alejamiento de la tonalidad base, eludiendo los tonos próximos; por ejemplo, partiendo del amarillo coloca un verde en lugar del naranja (que es el tono próximo al amarillo). Como síntesis de esa experiencia, ha escrito un libro sobre la problemática del color.
También es ensayista. Escribió La trama y los signos, sobre Torres García, que recibió en el año 2000 el Premio Nacional de Literatura al mejor ensayo de arte; también escribió sobre Rafael Barradas, un artista que influyó significativamente en Torres García, a pesar de que era bastante más joven que este. Muy gráficamente comenta Battegazzore que “Barradas le movió el piso a Torres”, haciendo referencia al encuentro de ambos en Barcelona en 1917, cuando Torres García abandona el neoclasicismo.
En su intenso trajinar por el devenir artístico uruguayo y montevideano, Battegazzore recoge infinidad de anécdotas sobre el medio. Una de ellas refiere al hecho curioso de una visita a la viuda de José Gurvich acompañado del crítico de arte francés Jacques Leenhardt, por entonces presidente de la Asociación Internacional de Críticos de Arte. En medio de la conversación, la señora comenzó a extraer cuadernos de debajo del sillón donde estaban sentados, entre ellos un invaluable diario de anotaciones que Gurvich produjo durante su estadía en Nueva York. Estos cuadernos fueron para Battegazzore una revelación y tuvieron mucha influencia en la serie Entropías. Actualmente este material se exhibe en el Museo Gurvich.
Es sorprendente la energía que despliega Battegazzore. Su andar un tanto encorvado, por el peso de los años, se contrapesa con una gran vitalidad que demuestra en sus actos y en sus dichos, lo que le confiere un aspecto juvenil. Su taller está colmado de sus pinturas y también de otros estudios y experiencias, fechadas en diversas épocas, algunas bastante lejanas. Por ejemplo, un estudio sobre la pintura de azulejos, que en su momento llevó a cabo en Lisboa; una cerámica correspondiente al grupo que fundara junto con Mario Sagradini y otros, que denominaron Gama 70; una copia de una obra de Seade, etcétera. Cada una de las muchas pinturas y esculturas que conserva tienen una historia y un sentido en su vida tanto de artista como de profesor o estudiante.
Analiza algunas de las últimas pinturas con la técnica del acrílico. La idea de las “espinas de la cruz”, con un diseño detenidamente estudiado, genera una particular relación fondo-figura. A este enunciado contribuye la decisión cromática, de manera que el resultado impresiona por la fina y vigorosa solución que el artista encontró en este mundo de relaciones.
Cual si se tratara de una experiencia de percepción visual, las formas de Battegazzore participan en dos espacios simultáneos, en tanto la mirada, o el cerebro, se concentre alternativamente en uno u otro campo (la figura como fondo o el fondo como figura). Su último catálogo, Lo simbólico entre el orden y el desorden, contiene una serie de estas obras que proponen justamente –y si se puede decir así– “el punto medio de conciliación (tan importante para Aristóteles desde el punto de vista filosófico) en el mundo de la pura visualidad.
Battegazzore desde hace ya un buen tiempo ha tomado como punto de partida de investigación plástica la entropía, un concepto de energía que, entre otros, tiene relación con la teoría del caos. El mural monumental en estado muy deteriorado (por problemas inherentes al soporte, según comenta) que se puede ver en la esquina de Magallanes y Colonia es una muestra elocuente de la serie Entropías que desarrolla particularmente como pinturas de caballete.
En esta serie el artista coloca una serie de signos volumétricos en un espacio tridimensional, haciendo referencia a la trama ortogonal torresgarciana. Battegazzore incursiona en el aspecto tridimensional y dinámico, en lugar de hacer la composición en el espacio plano y estático.
Sus objetos-signos son colocados en una especie de anaquel o estanterías compartimentadas, desde donde establecen un juego de relaciones semánticas-plásticas con el resto de los objetos. Algunos signos torresgarcianos clásicos, como el pez, la balanza, el sol, la estrella, etcétera, se convierten en piezas como si de un juego se tratara. A menudo los conecta con un sistema de escaleras, con lo que da la idea de ascensión o elevación. Este peculiar concepto de la estructura, de origen en la escuela constructivista, lo lleva a situaciones en las que el signo –en tanto pieza y objeto– comienza a manifestar una independencia particular, con un destino particular. Este planteo lo distancia singularmente de la escuela constructiva ortodoxa y, curiosa y hasta paradójicamente, es muy posible que Battegazzore ingrese a un mundo surrealista. En las Entropías de la arena, las piezas semienterradas que se advierten son una buena demostración de esta idea. Decimos “paradójicamente” porque es sabido que Torres García, desde sus lejanos orígenes en el periodismo del Círculo y cuadrado, publicación que compartía con Michel Seuphor, se había instituido en un militante antisurrealista. Sin embargo, y según apunta Battegazzore, “Torres habría sostenido que había creado el universalismo constructivo por no estar satisfecho con el cubismo, el neoplasticismo y el surrealismo”. Sin embargo, agrega, el maestro habría dicho: “Del cubismo tomé el plano, del neoplasticismo las ortogonales y del surrealismo el dibujo automático”. Como se aprecia, el conocimiento de Battegazzore en lo que respecta al tema del constructivismo y su fundador es profundo y abundante.
Desde nuestro punto de vista, Miguel Battegazzore ha realizado una interesante e inteligente conciliación entre estéticas. Aunque reniega de las etiquetas, el análisis a fondo de la cuestión estética lo ha acompañado toda su vida. Su obra, profundamente cimentada en estos principios, establece un disenso con las ortodoxias, manteniendo una libertad de criterio sólidamente fundamentado, que es muy positivo para el propio arte y constituye un verdadero aporte, sobre todo cuando se parte de principios que son respetados pero que, en definitiva, son sólo un peldaño más en la historia de la cultura y no necesariamente deben transformarse en un dogma a seguir contra viento y marea.
Esta actitud es la del verdadero investigador y del artista independiente.
Battegazzore saca partido de su familiaridad con el color y logra aprisionarlo en la forma cerrada integrándolo estructuralmente. En sus pinturas de la serie Entropías muchas veces las ortogonales se transforman en un laberinto (idea que surge de Borges).
Los anaqueles son, por lo tanto, laberínticos, y esto da la idea de caos o de expansión de la energía. Cuando Battegazzore trabaja sobre el tema de las entropías, deja de lado momentáneamente los experimentos de color, que de suyo son verdaderos protagonistas de otras series, no menos importantes, como por ejemplo la de los bolos, en la que la atmósfera surrealista se densifica, en tanto trabaja el volumen en las relaciones espaciales.
Battegazzore reconoce que lo ha influido el arte literario. Ha realizado una exposición en la Fundación Atchugarry basada en la ilustración de Los cantos de Maldoror, del denominado Conde de Lautréamont (joven montevideano-parisino llamado Isidore Ducasse). Esta obra es de una poética surrealísticamente desgarradora y trágica, tan particular y única que es muy difícil de categorizar. Desde ella, Battegazzore realiza su interpretación pictórica en la que demuestra su manejo de la metáfora plástica hasta límites verdaderamente sutiles e impactantes, como corresponde a un gran maestro.
Quedan muchos temas por tratar con una personalidad como la de Miguel Ángel Battegazzore: de su profundo conocimiento del arte y sus protagonistas, desde sus inolvidables experiencias en el campo de la docencia, de la investigación y de la creación. También sobre el cúmulo de conocimientos que supo extraer de las muchas disciplinas en las que participó, conocimiento que fue amalgamando en el correr de una extensa trayectoria que lo sitúa en un lugar paradigmático dentro del arte y la cultura nacional.
NOTA REALIZADA en el 2016, publicada en la edición 60 de Revista Dossier.