Nelson Ramos se ha convertido en un paradigma del artista nacional. Ingresar en esta categoría implica una profunda consustanciación con el ser nacional desde su punto de arraigo –que en este caso es Montevideo– y, en segundo término, una proyección latinoamericanista propia de los adelantados intelectuales que nutrieron y se nutrieron de nuestra cultura, todos ellos forjadores de utopías, creadores de estilos, creadores singulares con lo poco o mucho que tenían a su alcance.
Vemos en Ramos un gran proceso de diseño en función de su gran interés por la línea. Su diseño está directamente dirigido hacia lo plástico expresivo, en lugar de tomar su sentido desde la función. Este sentido del diseño le confiere una intuición formal tan característica como original, más aún si tenemos en cuenta el sentido del humor que lo caracterizaba en su parquedad legendaria.
Las voluminosas herramientas de trabajo que seleccionó Ramos, entre otros objetos, por su particular diseño estarían inhabilitadas para su uso –aunque se trate de una representación–, y es obvio que su objetivo es metafórico desde una clave humorística. Hablaremos de algunos títulos que complementan la idea, donde las conexiones semánticas se establecen en una dialéctica forma-discurso.
A comienzos de la década de 1970 Ramos fundó el Centro de Expresión Artística (CEA), donde su enseñanza se caracterizaba por no trabajar con un método preconcebido y estaba dirigida a darle al estudiante la mayor libertad creativa, instándolo a trabajar con todo tipo de materiales. Por su parte investiga él mismo estos materiales, que en la década de 1980 irrumpieron en su serie de las Claraboyas, un tema típico de la arquitectura popular montevideana. Esta serie demuestra, con la técnica del assemblage o del collage, un fino sentido de la composición, traducido en maquetas artísticas en lugar de las clásicas de arquitectura. Se conforman en una serie de cajas con compartimentos definidos por maderas, con cerramientos de papel de calco a modo de vidrio, con cartones corrugados (estos últimos elementos descartables), entre otros materiales.
A partir de estas investigaciones, Ramos desarrolló la idea del objeto desde los más variados puntos de vista. La propia pintura abstracta anuncia la idea de cuadro como un objeto, en tanto se han depurado los elementos decorativos y queda en cuestión la presencia de elementos concretos, definidos, personalizados, sin ulteriores objetivos como el uso del color en contrastes altisonantes, a pesar de que el contraste de color está presente en pequeños toques. Vale mencionar la serie Tapados, en la que el elemento conceptual es su clave. Se trata de dibujos tapados con hojas de papel que en ocasiones dejan ver algo de ellos, mientras que en otras oportunidades la hoja blanca los tapa totalmente. Esta serie es de 1976 y tiene directa relación con el momento más virulento de la dictadura en Uruguay y en todo el Cono Sur.
Sus formas globulosas y divertidas participan en cierto modo del mundo del cuadro; y así como los artistas Madi que modificaban el legendario rectángulo o cuadrado del bastidor, Ramos recorta y cala un contorno que en definitiva formará parte de la obra. En cierto sentido todo se vuelve pintura. Sus instalaciones son, por otra parte, un canto a la línea, ya que sobre un fondo negro que aplica a diversos objetos, desde barriles hasta mesas y sillas, una línea blanca recorre en forma persistente, de una punta a otra, la serie de los objetos. Una obra conceptual que al mismo tiempo presenta un espectáculo plástico. Ramos concilia los polos de la idea del conceptualismo con la forma en la pintura, y este logro no es menor –siempre que no nos coloquemos en una visión ortodoxa–. Ramos se nutre del legado torresgarciano de la estructura, aunque trasciende su finalidad específica que esta escuela le atribuía. Su pensamiento artístico, muy original, se apoya en la cualidad estructural y desde allí despliega sus alas poéticas atrapando materiales y materias disímiles.
Hacia la década de 1990 inició su serie sobre la colonización de América Latina (‘Invasores’, ‘Victoria’, entre otros). Son collages en cajas en las que la madera, el cartón y el papel son protagonistas del lenguaje matérico. Ramos se desprende de su parquedad del minimal y se introduce en un barroquismo necesario para el mensaje. Estas obras van más allá del contenido plástico. Deben ser interpretadas y consideradas objetos de comunicación, ya que participan en el relato gráfico –tan antiguo como la historia del hombre desde las primeras civilizaciones– del sometimiento del mundo precolombino. Por ello son obras para comprender, no específicamente para contemplar.
Nos consta que toda la obra de Ramos tiene una profundidad tal que se hace necesario replantearse el tema de la contemplación pura y llana, entendida como deleite estético. El artista nunca intentó agradar con sus obras, que son el producto genuino de una inteligencia y una sensibilidad altamente artísticas y están cargadas de un pensamiento que no necesariamente coincide –o tiene que coincidir– con el del observador. En este sentido, su obra aparece original desde el punto de partida de la coherencia de su pensamiento. Es original en tanto genuina, y es genuina porque es honesta, sin pretensiones grandilocuentes y no por ello carente de complejidad ni de misterio.
En la serie de la conquista y la colonización americanas, Ramos pone al descubierto, a partir de la metáfora de la muerte y de su símbolo más elocuente –la calavera–, una serie de actos y procedimientos que revelan la violencia inherente a esta supremacía cultural por cuenta del agresor, y al sometimiento de las culturas autóctonas desde lo guerrero a lo religioso. Los personajes correspondientes a las dos culturas en pugna se traducen en el papel y el cartón a modo de marionetas. De allí la idea de teatro que tienen sus cajas, constructivamente concebidas a la vez como una escenografía y como actos individuales. Esta iconografía particular se relaciona con un concepto de imagen-signo, que se transforma en símbolo. El repertorio plástico y visual de Ramos es un sistema de signos articulados a menudo en fase crítica o irónica, no obstante cargados de profundo significado. Desde este punto de vista se comprende que la lectura de su obra debe hacerse ‘más allá’ de ella. Se debe considerar, además, que el contexto represor que lo rodeó en sus inicios, en el que debía crear, propició la idea del símbolo por el hermetismo que implica su decodificación. Esta situación que en Uruguay se extiende desde 1973 hasta 1985 determinó un replanteo formal para el artista, quien ya había incursionado con el dibujo, el grafismo y la palabra para expresar emociones.
En función del sincretismo “irreverente o desacralizante” de Ramos, encontramos obras que podrían tener un referente en el arte pop, aunque direccionadas justamente en el sentido de la ironía, lo que establece un profundo cambio conceptual con aquella estética para adquirir nuevas connotaciones.