Es un placer visitar las instalaciones del museo Ralli. Además de su colección de artistas surrealistas, compuesta mayormente por latinoamericanos –entre ellos, naturalmente, algunos uruguayos– en los géneros de pintura y escultura, también se puede admirar obras de los pioneros de esta estética, como Salvador Dalí, por ejemplo, y una muy interesante obra de Arman, uno de los fundadores del neorrealismo francés.
El Museo Ralli, como es sabido, forma parte de una serie de museos ubicados en distintas partes del mundo. Su acceso es gratuito y el nivel de sus expositores es muy alto. Distribuido en dos pisos, la primera planta contiene la colección de pintura surrealista latinoamericana. En el piso siguiente se distribuyen confortables salas que ahora exhiben obras de Manuel Pailós, uruguayo de la escuela de Torres García, del ruso André Lanscoy y del grupo Espartaco, de Argentina.
La edificación del museo responde a un estilo neocolonial y los espacios son ligeramente curvos, protegidos sus corredores por hermosas barandas. Al final del ala superior se encuentra otra sala que actualmente está destinada a la exhibición de obras de arte del género paisaje de los siglos XVII y XVIII. Son retablos de artistas no muy conocidos, realizados con la técnica de la época, es decir, óleo con barnices. Sin embargo, hay una exquisita obra de un autor muy reconocido: Francisco Guardi. Esta colección es ilustrativa de algunas ciudades puerto europeas, pero también tiene notas costumbristas de la cultura popular de aquellos días, incluyendo jornadas de labor agrícola, entre otras, que recuerdan a Brueghel. Lo más significativo es la oportunidad de apreciar la elaborada técnica de estas escuelas: obras de 1652 parecen haber sido pintadas recientemente.
En la sala 1 está la muestra del artista constructivo uruguayo Manuel Pailós (1914-2004), un fino exponente de la Escuela del Sur. No obstante –como la mayoría de los alumnos de Torres, una vez que el maestro dejó de ejercer su rígido control– Pailós encuentra la manera de colocar su nota personal en su pintura. Dentro de la grilla que el maestro Torres inculcó en sus alumnos, Pailós se mueve con una inquietud de color distinta e incorpora algunos tintes, sobre todo la gama de amarillos, naranjas, azules, cremas y rojizos de índole muy personal. También ciertas investigaciones con contorno circular lo distancian un poco de la escritura constructiva clásica, así como el tratamiento formal de sus símbolos. Su interés por investigar lenguajes plásticos diferentes caracteriza sus inquietudes de innovación: experimenta con la técnica de la encáustica (cera caliente), el esmalte (en base a resinas alquídicas y barnices), técnicas mixtas, y naturalmente la pintura al óleo sobre distintos soportes.
El aporte de Pailós se manifiesta en algunos matices creativos y ciertas aperturas hacia la flexibilización de la ortodoxia, rigurosa por definición. Esto imprime un sello singular en su producción, que, sin embargo, permanece sólidamente anclada a los principios del universalismo constructivo.
En la sala 2 se encuentra el grupo argentino Espartaco, nombre relacionado con las actividades militantes de Rosa Luxemburgo, una personalidad muy particular dentro del esquema político de principios del siglo XX que poseía una singular sensibilidad hacia las artes, por lo que en ocasiones se enfrentaba a las personalidades más ortodoxas del marxismo. Si bien el grupo está compuesto por ocho artistas, entre ellos un boliviano, el pintor Ricardo Campani (1930-1997) es el que prácticamente lo representa, pues la mayoría de las obras son de su autoría. La propuesta del grupo es de pintura social y sus temas se centran en el movimiento obrero, particularmente en la figura del trabajador. La paleta baja, en clave de negros, blancos, grises, algunos ocres pálidos y tierras, obedece a una sobriedad posiblemente vinculada con la sobriedad de la temática. Con un leve tinte de similitud con la obra de David Siqueiros, Campani desarrolla un estilo vigoroso, de planos que se encajan volumétricamente, muy expresivos de las manos –como elocuentes símbolos del trabajo– y de otros gestos vitales, a menudo en clave de protesta. Los otros integrantes, con una paleta equivalente, plantean diversas miradas al mundo del trabajo, con el paisaje de la fábrica de fondo. La obra del grupo ofrece una calidad plástica superior y el tratamiento del óleo, a menudo con densos empastes, produce una sensación de total empatía con el tema representado.
Con respecto a la obra de Arman, artista francés nacionalizado estadounidense (1928-2005), se trata de una instalación-escultura con la técnica denominada décollage, que define un espacio muy inteligente a partir de la partición de un violín como en rebanadas. El instrumento así presentado está rodeado de cubiertos dorados –tenedores, cucharas y cuchillos presumiblemente revestidos con un baño de oro–. El conjunto es altamente impactante y corresponde a una obra de la estética neorrealista francesa de los años sesenta, que propone una serie de representaciones con base en nuevos conceptos, en algún caso inspirados en el propio desecho industrial. (Cabe recordar en este sentido las obras de César a partir de la chatarra de automóviles). La siguiente cita ayuda a comprender el aspecto conceptual de Arman con respecto a la obra de referencia: “Cuando maltrato un objeto perfecto no hago más que rendirle homenaje, porque un objeto perfecto no puede dar más que restos y ruinas perfectas, a su vez cargadas de toda su perfección en un orden diferente”.
En esta nota no se agotan las posibilidades de analizar todas las obras que se exhiben en el museo Ralli, que desde todo punto de vista se ha consolidado como un centro cultural ineludible para visitar y disfrutar hasta que llegue el invierno, cuando entra en receso.