Por Gabriela Gómez.
Artista multifacética e inquieta, principalmente escultora e investigadora tanto en el manejo de los materiales con los que produce sus obras (cerámica, madera, metales, textiles, papel) como en sus proyectos interdisciplinarios, Nora Kimelman (Montevideo, 1949) es representante de una generación de artistas que se formaron con maestros como Guillermo Fernández, Nelson Ramos y Clever Lara. Con la finalidad de “salir de la soledad del taller” para reunirse a intercambiar opiniones sobre diversos temas surgieron los proyectos Joya x joya, Ancestros, Arte al pasar, Imagine, Ludus, Ancestros y memoria, en los que se trabajó en equipo en torno a temas tan diversos como el juguete y su importancia, las primeras migraciones al Río de la Plata, la no violencia, los grupos étnicos originarios; para ello convocó a artistas y a especialistas en diversas disciplinas. La obra de Kimelman se caracteriza por provocar placidez mediante objetos que hacen que la mirada se detenga en las formas y en volúmenes nada estridentes y de colores calmos. Ya sea frente a las grandes esculturas en madera o en el detalle y la delicadeza de sus joyas –a las que denomina “esculturas para usar”–, se percibe el modo en que define su búsqueda y su producción artística: “En el arte busco armonía y paz”.
Nota publicada en la edición 68 de Revista Dossier, año 2017.
—¿Cómo empezó a relacionarse con el mundo del arte?
—En mi familia no hubo nadie que incursionara en el arte, y mi niñez y juventud transcurrieron en una época en que se aspiraba a que los hijos estudiaran profesiones académicas. Mi madre era médica y mi padre comerciante, por lo que empecé mi camino en las profesiones académicas, que finalmente no me gustaron: estudié medicina y después derecho. El encuentro con el arte se produjo de forma casual, a partir de cierta forma de artesanía que me enseñaron cuando mis hijos eran muy chicos, que me gustaba muchísimo, y un día descubrí que quería hacer arte por medio de esas pequeñas artesanías de los comienzos. Paralelamente, me había formado para abrir un taller de expresión plástica para niños con María Mercedes Antelo, que era una genia, una maestra que se dedicaba a eso, y tuve mi taller durante cinco años, en el que les enseñaba a niños y estudiaba arte. A raíz de que quise aprender otra técnica para enseñarles a los chicos, me interesé en la cerámica, pero no tenía el objetivo de desarrollarme en esa área. Fui al Taller del Carrito y me apasionó hacer esculturas en cerámica. Empecé por modelar figuras –paisanas y gauchitos, con mucho color– y después me familiaricé con el material y les enseñé a los chicos a experimentar con él. Después me enteré de que se iba a reabrir la Escuela Nacional de Bellas Artes, que había sido cerrada por la dictadura, y como los docentes eran los mismos que en el Carrito, fui una de las primeras en enterarme de la apertura y fui una de las primeras en inscribirme. En paralelo, me formé con otros maestros: Guillermo Fernández, Nelson Ramos, Clever Lara. Fui descubriendo, sobre todo en Bellas Artes, que mi intención era hacer escultura, porque siempre me vinculaba con el volumen.
—Hasta ese momento no había trabajado con madera.
—No, las esculturas en madera fueron muy posteriores a la cerámica. Trabajé siempre con maderas encontradas; muy pocas veces mandé cortar madera. Cuando son maderas con historia trato de respetar el origen.
—¿Dónde busca los materiales para trabajar?
—En desguazaderos de barcos, en casas de remates. También recurro a objetos familiares. Por ejemplo, en un momento le hice un homenaje a mi abuela paterna, que vivía con nosotros y que fue quien nos crio: guardé macramé antiguo, croché, las agujas, y utilicé en el desarrollo de esa obra, en su homenaje, un montón de objetos, como carreteles de hilos de bordar de esa época, que estaban impecables, y usé algunos para las obras. Hay elementos que me inspiran, entonces los guardo y después los utilizo.
—¿Les da color?
—Sí. En general, trato las maderas con nogalina, acrílico, óleo. A veces uso betún de Judea, y cuando tienen inscripciones –por ejemplo, cuando son de barcos muy viejos– las mantengo. Tal vez, si me molesta visualmente, las lijo un poco, pero trato de que el origen se mantenga, guardo esa simbología del pasado.
—También trabajaste haciendo joyas. De esa experiencia surgió la exposición Joya x joya, que se exhibió en 2008 en el Museo Nacional de Artes Visuales.
—Tuve un período en el que hice muchas joyas, a las que siempre consideré “esculturas para usar”. Siempre tuvieron volumen, un movimiento en el espacio, profundidad. Es algo que me gusta mucho hacer, aunque lo he dejado un poco de lado; tal vez en algún momento lo retome. Pero la escultura fue algo que me apasionó desde el principio. En el momento de la apertura de la Escuela [Nacional de Bellas Artes] no había docentes de escultura, solamente había un taller de cerámica que dictaba Javier Alonso, en el que pasaba gran parte del tiempo, porque sabía que en cerámica podía construir mis esculturas.
—También ha convocado a artistas y teóricos. ¿Qué la motivó a tomar esa iniciativa?
—Los artistas estamos, en general, muy solos en nuestros talleres, y pensé que podía ser interesante hacer cosas en conjunto y, además, vincularlo con otras disciplinas. Por esa época leí sobre la experiencia de un proyecto que tenía que ver con la interpretación de poesías mediante el arte. Se me ocurrió la idea de hablar con una poeta uruguaya y le conté que tenía en la cabeza un proyecto que sería interactivo entre cinco artistas plásticas que hicieran joyas y cinco poetas uruguayas. Fue un intercambio muy interesante: cada artista interpretaba un poema, y cada poeta interpretaba una joya de cada una de las artistas, que trabajaban con distintas técnicas: algunas con metal, otras con textil, otras con cerámica.
—El tema de los viajes, que se vincula con el de las migraciones, ha sido parte de Ancestros, otro de sus proyectos colectivos. ¿Cómo fue esa experiencia?
—La experiencia fue buena. Cuando nos juntábamos les pedía a los artistas que hablaran de cosas de su infancia y de sus ancestros. Eran de orígenes diversos: algunos venían de Brasil, otros de Escocia, como Margaret Whyte –ella ha sido invitada a casi todos los proyectos–, Olga Bettas tenía sus ancestros en Grecia, Doreen Bayley tenía orígenes en Inglaterra. Después estaba Eloísa Ibarra, que no sabía cuáles eran sus ancestros, entonces su obra fue una búsqueda en la guía telefónica de los apellidos Ibarra, porque ella no sabía de dónde era su familia; tuvo que hacer toda una búsqueda. Había artistas argentinas, como Silvia Brewda y Silvia Dimant, que trabajan con textiles. Cada uno contaba sus experiencias. Se trata del viaje del pasado al presente, pero la migración es un fenómeno que continuamente se sigue produciendo, aunque las actuales son otras migraciones. En Ancestros aludía a las primeras migraciones en el Río de la Plata, y las que se están produciendo en este momento son muy fuertes. Pero siempre los motivos son parecidos: la búsqueda de trabajo, el hambre, las guerras.
—También organizó el proyecto Imagine, en 2011, con la violencia como disparador creativo de los artistas.
—Imagine fue un proyecto en el que convoqué a varios artistas para que nos imagináramos un mundo sin violencia, pero en lugar de trabajar a partir de la violencia, hacerlo con un mundo utópico en el que no exista la violencia. Muchos artistas no lo consiguieron y trabajaron sobre la violencia. Eran todos uruguayos. Yo hice una serie de cinco joyas que transmitían diferentes mensajes: eran como países inventados, todas las piezas se tocaban y todas tenían una piedrita; se llamaba “Luces de esperanza”, por la canción de John Lennon. Me desperté con esta canción, y después empecé a acordarme de la letra y llegué a la conclusión de que ese tenía que ser el título de la exposición. Convoqué al colectivo Mujeres de Negro, para que nos hablaran sobre la violencia de género.
—Además de hacer joyas y esculturas, pinta. ¿En qué disciplina se encuentra más cómoda?
—En la escultura. También me gusta pintar, pero cuando hago pintura salta a la vista que soy escultora, porque mis trabajos son volúmenes, son muy matéricos, texturados. Trabajo sobre arpillera, lo que me permite poner un material para darle volumen. Trato de darle volumen con texturas, y muchas veces las formas que utilizo para la pintura son totalmente escultóricas.
—¿Cuál es su estilo? ¿Cómo lo nombraría?
—Abstracto. También tuve una época de dibujo, que estaba muy asociado a la escultura de cerámica: dibujo a la línea, con drypen blanco y negro, con líneas muy fuertes.
—En sus esculturas la paleta es de colores más bien oscuros. ¿Es influencia de Joaquín Torres García?
—Oscurezco las maderas porque siempre vienen en un estado desastroso y siento que tengo que levantarles el color con nogalina y acrílico. Los uruguayos somos un poco de paleta baja; no sé si es influencia de un pasado. No fui alumna de Torres García, pero todos tenemos determinadas influencia en lo visual. Muchas veces intento cambiar mi paleta, pero no puedo, y vuelvo y vuelvo. O sea, siempre trabajo con colores cálidos: utilizo mucho el rojo, que es mi color favorito.
—¿Cuál de sus maestros ha influido más en su trabajo?
—Guillermo Fernández, y él sí fue alumno de Torres García. Fue muy importante su legado; además, es muy generoso con sus conocimientos y nos enseñaba mucha teoría. Ninguno de mis maestros tenía paleta fuerte en los colores: ni Nelson Ramos ni Clever Lara. En un período también fui alumna de Osvaldo Paz, que usaba tonos pastel. Pero en unos trabajos nuevos que estoy haciendo, con papeles prensados, me siento más libre y uso mucho rojo, violeta, naranja, y subo los colores.
—¿Qué cosas la inspiran para crear?
—Tengo momentos en los que me siento más inspirada; esos días trato de trabajar mucho. Pero también tengo períodos en los que me siento mal conmigo misma, y pueden llegar a ser períodos largos. Por otra parte, hay momentos del día en los que me inspiro más: de mañana, cuando me estoy despertando, o de noche, cuando me voy a dormir, me vienen imágenes, ideas. Ahora tengo la costumbre de anotarlas, porque de lo contrario me olvido. Tengo una cuadernola en la que anoto mis ideas, cosas que escucho en clase, y de repente veo algo y digo: ¡qué bueno esto que escribí, voy a desarrollarlo! También me inspiro viajando, visitando exposiciones, pero no porque busque copiar, sino porque suele abrirte la cabeza en cuanto a los materiales a usar. También me hace bien seguir concurriendo a clases, porque considero que hay que actualizarse.
—¿Qué busca con sus trabajos?
—No quiero que mi arte sea meramente formal, como en la época en que me formé, cuando en la escultura lo que interesaba era la forma, que fuera armónica; más allá de eso, lo sigo buscando, siento que en el arte busco la armonía. No me gusta el arte que muestra cosas morbosas, aunque lo respeto y entiendo que es una forma de transmitir mensajes al mostrar algo fuerte; todos tenemos distintos enfoques, y está bueno que existan distintos tipos de arte. Últimamente he participado en clínicas, porque me interesa el hecho de que el arte actual está explicando con el concepto y hay una libertad que antes no existía, existen posibilidades de interacción entre distintas disciplinas. Por ejemplo, un artista que tiene un proyecto no tiene por qué desarrollarlo solo: puede convocar a un guionista, a un videasta, a un fotógrafo, a un historiador, a o un sociólogo, a un médico, a un psicólogo… Eso me parece buenísimo. Incluso concurrí a cursos de arte en los que había diseñadores, arquitectos, gente de la moda, y creo que en cierta forma todo se puede relacionar. También me inspira mirar obras de otros artistas, y la vida misma. Y, en buena medida, el manejo de los materiales: de pronto me instalo en mi banco de carpintero y me pongo a observar las cosas que voy recolectando, y sobre esa base desarrollo el trabajo; de pronto recorro mercerías antiguas, de las pocas que quedan en el Centro, y selecciono galones, flecos de tapicería, etcétera. Me inspiran muchísimo las texturas y me las imagino jugando con la madera. Eso es lo que estoy haciendo ahora: unir lo textil con la madera.
—¿Cuál es su opinión sobre el arte contemporáneo?
—Se basa mucho en lo conceptual. Siento que es necesario modernizarse, en el sentido de que no podemos ignorar que hay corrientes nuevas. Aunque los artistas no estamos obligados a integrarnos a corrientes contemporáneas conceptuales, podemos analizarlas, saber de qué se trata, ya que tiene su interés y es el arte que se está desarrollando en este momento. En las bienales se puede encontrar, por ejemplo, una obra pequeña y largos textos explicativos al lado. Yo sigo sintiendo que la obra se tiene que explicar por sí misma y no por medio de un largo texto. Esos textos que explican las obras no me atraen, porque al final la obra queda perdida entre un montón de palabras; por ejemplo, en la Bienal de Venecia no te da el tiempo para leer todo y además ver toda la obra de la forma que se merece, y esta pierde importancia frente a la escritura que la explica.
—¿Cree que su obra es lo suficientemente clara para no necesitar explicaciones?
—Ahora estoy trabajando con el tema de las migraciones, y no es muy claro: hay mucha alusión al transporte, a los barcos, a las construcciones luego de las migraciones, a los nuevos pobladores. Mi idea es incluir un pequeño texto explicativo como parte del catálogo y en la exposición, pero no largas disertaciones sobre la obra. Creo que está bueno que el espectador pueda sentir y reaccionar frente a lo que uno hace. Por ejemplo, hay obras de artistas como Juan Burgos o David LaChapelle que al analizarlas uno va viendo que se trata de la violencia, de la sociedad actual, pero si el artista escribe un montón de cosas pierde espontaneidad y el espectador no participa; está bueno que el espectador ponga algo de sí, y que su interpretación esté libre de todo prejuicio, que no sea la que se le imponga desde afuera. El proceso creativo muchas veces es intuitivo: recolectamos material y cuando uno está en el proceso creativo se permite cosas que tal vez no interprete exactamente como al final de la creación. El artista muchas veces se va del tema: no lo podés encasillar. Se trata de dejar volar la imaginación, a lo que se suma que en todos nosotros aflora un cúmulo de sentimientos: todo lo que nos va pasando en la vida influye.
—Si mira hacia atrás en su carrera, ¿cuál le parece que ha sido su aporte?
—El trabajo colectivo aporta mucho aprendizaje, y es muy lindo escuchar cuál es el sentir de cada uno. Cuando hablábamos del tema de la violencia, cada uno explicaba lo que sentía; en el proyecto sobre migraciones, los artistas trajeron fotos de los primeros inmigrantes de su familia, investigaron. Creo que mi aporte en los trabajos colectivos fue que la gente con la que he trabajado se vio llevada a investigar en sus raíces, y creo que eso es muy enriquecedor. También fue muy importante el aporte de los antropólogos; además de las entrevistas, sugerí la lectura de El legado de los inmigrantes, de Renzo Pi Hugarte y Daniel Vidart, como apoyo teórico. Traté de estimular la interacción y la investigación. No sé si lo logré, pero algunos resultados se vieron cuando la gente se sentía motivada a buscar sus raíces, a conocerse más. De la interacción con las poetas surgieron cosas buenas y otras no tanto, porque emergieron los egos, pero salió lo que tenía que salir. Creo que de todo se pueden obtener experiencias positivas.
—¿Cuál es su definición de arte?
—Creo que el arte debe acercarse a la gente, debe crear e inspirar a la gente. Es un ida y vuelta. No es un compartimiento donde vos creás y queda ahí: lo bueno es cuando podés charlar con la gente sobre eso que está en una exposición, que es el fruto de lo que en un momento sentiste. Tiene que ser algo interactivo. El arte puede ser hermoso o un monumento a algo decadente; en mi caso, quiero transmitir armonía y paz. Siento que tenemos que dejar un mensaje por medio del arte, si hay algo que nos incomoda en la sociedad tenemos que transmitirlo: es nuestra obligación como artistas.
—¿Qué proyecto tiene entre manos ahora?
—Me convocó la concejala del barrio Reus para hacer una escultura en la peatonal Reus. Es el llamado “barrio de los judíos”, porque ahí se establecieron los primeros migrantes judíos, sobre todo provenientes de Rusia, de Polonia, y crearon sus propias escuelas, sinagogas, comercios, etcétera. Como no hay ninguna placa recordatoria, me sugirió que hiciera una escultura, que va a tener aproximadamente un metro y medio por dos metros y se va a llamar El abrazo de los pueblos: son dos formas, una cóncava y otra convexa, que se tocan en un punto. Yo doné el proyecto, pero hay que pagar el pasaje a tamaño grande, que es un trabajo de gran entidad; la comisión tiene que recaudar 15.000 dólares para la realización. Me parece una cosa muy linda: es mi primera escultura en un espacio público y va a ser de acero Cor-ten [realizado con una composición química que hace que su oxidación tenga unas características particulares que lo protegen de la corrosión atmosférica sin que pierda sus características mecánicas], que solamente toma una capa de óxido en la superficie y se ven los cambios de colores que esto produce, pero no se corroe como el hierro. Además, estoy preparando una exposición, para mediados del año próximo en el Museo Nacional de Artes Visuales, sobre la temática de la migración, la memoria y la identidad.