Por Fabricio Guaragna Silva.
Me interesa que el espectador aporte a la obra su experiencia de vida y que elija su propia forma de experimentarla
Margaret Whyte
Son las doce del mediodía, el tránsito en Montevideo me recuerda a un enjambre de abejas furiosas y se siente el fuerte calor sobre los edificios grises. Entro a la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC) sobre la calle Maldonado, donde Margaret Whyte tiene su taller y contemplo con intriga y asombro la relación intrínseca que existe entre el adentro y el afuera. El caos y el “desorden” me interpelan hasta transformar mi incomodidad en placer, cuando entiendo que solamente desde ese micro universo complejo, abigarrado y amorfo pueden surgir obras maestras de la talla de esta trascendental artista.
Abierta a explorar su universo creativo, Margaret se define como una artista visual. Esta acotación no es menor, ya que desde su lugar como artista mujer, se relaciona con el universo del arte contemporáneo de manera fluida y honesta. Su trabajo siempre se conecta con su contexto histórico aunque nunca utiliza referencias de otros artistas para resolver sus procesos creativos.
Tenemos un vinculo de años que trasciende nuestra brecha generacional, impacta sobre mis prejuicios y me dejan maravillado su lucidez y actualización. Conversamos sobre su trabajo y todo fue claramente un ordenado caos.
Del devenir a la explosión
De pequeña se vinculó con la pintura y el dibujo. Las mujeres de su familia pintaban sobre sedas y bordaban además de su faena femenina diaria. Pero ella escapaba de esas tareas y usaba unas pequeñas estatuillas de mármol de su padre para inspirarse y pintar. “Mi padre era contador del Banco de Londres, y cada tres años viajábamos a Escocia, momento en el que yo dibujaba mucho, realizaba muchos paisajes hermosos. Algunos de ellos los usé en mi exposición Ancestros”. Este mecanismo de volver a la memoria es recurrente en su obra.
Comenzó sus estudios formales en el Círculo de Bellas Artes en el taller del maestro Clarel Neme en la década de 1970, donde trabajó lo académico y formal en la pintura y el dibujo. Esta dinámica le permitió enmarcar una estructura vertebral que le sirvió para invocar sus impulsos plásticos durante toda su carrera. “Él era un genio de la pintura, y cuando hacíamos algo mal, se refregaba la cara, se enojaba y se iba para otro lado. Que fuera tan estricto me dio muchas herramientas para saber dibujar”, cuenta sobre la didáctica estructurada del maestro.
Al tiempo pasó a estudiar con Amalia Nieto dentro del mismo Círculo, en donde consiguió expandir sus procesos creativos, “ella me amaba, me daba mucha libertad para meter la pata”, fue una etapa sumamente creativa en su formación en la que se sumaba la forma clásica con la experimentación sistemática. Es en esta etapa que su obra se torna más personal y explorativa.
“También concurrí a clases con Jorge Damiani, que eran más teóricas”, cuenta. Estas le sirvieron para determinar un encare diferente del arte, del conocimiento de la historia y las técnicas, sumando reflexiones a su camino.
A mediados de los ochenta, escuchó el espacio de arte del maestro Hugo Longa en radio Carve. “Era muy chistoso, divertido, y siempre se refería a la pintura, te atrapaba”, comenta la artista sobre la singular personalidad irónica y humorística del maestro. Recuerda con mucho amor y fascinación su paso por el taller de este gran artista, quien marcó su vida personal y profesional: “Nos enseñaba muchísimo y de manera muy lúdica; a través de su biblioteca nos brindaba toda la información que necesitábamos, aunque no nos dejaba llevarnos sus libros”.
El taller de Hugo Longa fue un espacio de reflexión al que concurrieron muchos de los que referentes del arte contemporáneo uruguayo. Fue un espacio comprometido con el arte, fermental, que buscó cambiar los paradigmas modernos del arte uruguayo para una proyección más contemporánea, desestructurada e internacional.
“Cuando llegué al taller de Hugo empecé un camino sin retorno, que sentí que definía lo que quería ser como artista, y no paré de pintar”. En ese espacio fue de suma relevancia el contacto con otros artistas que moldearon su relación con el campo del arte contemporáneo: Teresa Puppo, María Clara Rossi, Fernando López Lage, Álvaro Pemper, Gustavo Tabares, entre otros.
En ese tiempo “híper estimulado”, Whyte investigó de manera intensiva el color, con expresiones exacerbadas, activada por el sagaz peso del ojo de su maestro. La cantidad de pintura era directamente proporcional al nivel de expresión de esta. “Él nunca se metía en lo que vos querías hacer, te marcaba el camino con algo concreto y después te dejaba sola”. En este tiempo su obra era vibrante, trascendentemente expresionista con sesgos fauvistas, que miraban al cuerpo como un todo abierto.En el último tiempo de taller, junto con su docente, fue planificando una importante exposición individual que realizó en 1992, en el Museo de Arte Contemporáneo del País (MAC). Esta muestra fue posterior a la muerte de Longa, casi como un homenaje explícito desde la pasión que los unía: la pintura y el color.
El poder creativo de la angustia
La muerte de Hugo Longa (1990) dejó “huérfanos” a una camada de artistas que se quedaban sin referente y sin un espacio físico para continuar sus investigaciones. En consecuencia decidieron instalarse en un lugar donde convivieran y trabajaran como colectivo. “Sufrimos mucho la pérdida de Hugo. Buscando un espacio para trabajar y seguir aprendiendo, comencé a pintar en el taller de López Lage. Lo tomamos como un referente… Con el paso del tiempo nos mudamos a un espacio más grande, ya que éramos muchos, a una casa con muchas habitaciones por el Cordón. De a poco se iba formando el FAC”.
Durante este primer período de trabajo en un espacio nuevo, Margaret realizó la exposición Las cosas mismas, en el Museo Blanes, con sesgos sutiles, materiales etéreos y con reminiscencias del universo femenino, marcando un inicio fuerte en el campo de las instalaciones. En esta propuesta también se instala la memoria como tema, encontrándose explícita en todos los objetos autorreferenciales que interviene. Ya se puede ver el interés por la espacialidad y su capacidad de interlocutora. No es casualidad que en este momento de quiebre emocional y artístico recurra a la memoria como eje transversal.
“Mi proceso de trabajo involucra todo lo que voy absorbiendo durante la construcción de la idea, pero cuando llega el momento de plasmar la tela, todo lo que aprendí se borra, es como empezar de cero. Siento que mis procesos no son fáciles y atravieso muchos sentimientos duros, de dolor, tristeza, pero también de alegría. Me es difícil dejar terminada la obra”, señala la artista, dejando entrever la angustia como un mecanismo de construcción, y la falla como un espacio de creación inminente.
A finales de los años noventa , impulsada por una investigación en el color negro desarrolla el imponente proyecto Cajas de Petri; el peso de la pintura y la profundidad del negro la llevaron a desandar un proceso de más de dos años. Es importante entender que existe un vínculo estrecho entre el espacio pictórico y el real en la obra de Whyte, que le proporciona una libertad que muchas veces se transforma en caos y angustia, estados propios de sus engranajes creativos. El negro como sinónimo de vacío, un lugar dudoso, infinito y doloroso.
Cuestión de vida o muerte
El contacto con tantos materiales químicos repercutió en la vida y el trabajo de la artista de manera radical, haciendo que se conectara con materiales que resignificaron su proceso artístico. “Tuve muchos problemas de salud por usar pinturas tóxicas, se me irritó la garganta y tuve problemas en los pulmones; el médico me prohibió pintar. Esto hizo que cambiara la manera de trabajar y los materiales: fue todo un desafío. Yo estaba acostumbrada a pintar”. En su búsqueda estética y procedimental, interrogándose infinitamente, continúa su camino explorando el universo textil, un devenir circunstancial que colocó a la artista en un espacio desconocido y muy rico, en el que ella con total soltura y fascinación pudo llevar al extremo más creativo y potente el desarrollo conceptual y formal de su obra.
“En ese tiempo falleció un ser querido muy cercano, y decidí usar su ropa en mi obra”. Sin ninguna noción de costura, construyó tapices, objetos, esculturas blandas e instalaciones, forjadas desde una puntada tosca y agresiva. “Whyte trabaja desde hace más de una década desde la reformulación de los materiales, desde su función de abrigo, de protección, de segunda piel, de límite de lo externo con lo interno”*, plantea Fernando López Lage cuando analiza su muestra Cuerpos atávicos, expuesta en la Colección Engelman- Ost en 2003.
En 2007 realizó la mega instalación Pliegues en el Subte Municipal con la curaduría de Fernando L. Lage. En ella su fuente material fueron objetos en desuso que las personas tiraban: pieles, telas usadas; que configuraron un espacio ambiguo, que en palabras de la artista “eran contrastes, de lo bello a lo feo, de lo que se ve a lo que está oculto, de lo suntuoso a lo pobre, como capas”. En este importante evento fue clave la utilización consciente de una estética punk, que atravesó cada mini instalación. “Fue una muestra agresiva, porque creo que representa el mundo que nos rodea, cruel, y que me impacta profundamente”. En este momento se puede ver la maduración del trabajo en el espacio y sus diversos lenguajes.
Dos años más tarde, presentó la instalación Belleza compulsiva, curada por Jacqueline Lacasa en el Museo Nacional de Artes Visuales, un espacio de importante visibilidad, que la acogió durante unos meses como taller de creación, en donde la artista de manera incisiva volvió a experimentar la pintura sobre objetos y diversos materiales. Ella recuerda esta exposición como un desafío por el espacio enorme de la sala y su proceso de trabajo, atravesando momentos de verdadera angustia enmarcados en una pausa simbólica, que la llevó a componer obras de gran tamaño y profundo carácter estético. “Vuelvo a usar objetos, telas, ropas, vidrio, para poder transformar estas cosas en obrasde arte, como el horror se vuelve belleza”. Los planos negros con reminiscencias de las Cajas de Petri, se envuelven en rojos sanguíneos y vidrios, contraponiendo la carne y el vacío.
Como spotligth en su carrera, en 2014 (sin dejar de lado otras tantas exposiciones individuales y colectivas importantes: EAC, Bienal de Montevideo, Teatro Solís, Centro Cultural España, entre otras) se le otorga el XIX Premio Figari a su trayectoria como artista. “Me enteré del premio en el supermercado y se me cayó todo, no lo podía creer”, comenta –con la humildad que la caracteriza– cómo esta distinción la llenó de emoción y sorpresa. Con una trayectoria de más de cuarenta años, se siente inmersa en la felicidad de formar parte de este legado de artistas consagrados y, a su vez, conmovida porque Lacy Duarte, una artista referente para ella, fue quien la seleccionó. “Me dejaron decidir el curador de la muestra y era importante que fuera Fernando, porque él sabe lo que pienso antes de que lo piense, me conoce mucho y estuvo en todos los momentos de mi carrera”, cuenta sobre la propuesta “Borde”, título de esa edición del premio.
Puedo entender que su vida es el arte, y viceversa. Que la manera que tiene de comunicarse y hablar sobre el mundo es a través de su poesía visual, porque en el cotidiano es una mujer reservada y conciliadora. Pero en su interior es una tenebrosa e incisiva amazona llena de energía vital, una bruja incineradora que con su arte dispara directamente a nuestra carne, a nuestro cuerpo atávico. Una mujer artista que se interroga a sí misma constantemente y refuerza su pasión en las nuevas generaciones, apoyando y sosteniendo el amor por la duda y la veneración de lo sublime y espantoso.
*Catálogo del XIX Premio Figari, texto de Fernando López Lage, 2014, Montevideo.
Fotos de las obras: Natalia de León. Catálogo del XIX Premio Figari, 2014.
Entrevista publicada en la edición 68 de Revista Dossier.