La sede en Punta del Este del museo Ralli –con exhibiciones de alta calidad de carácter internacional– presenta tres muestras plásticas con esculturas, además de la ya clásica colección permanente. En otras ocasiones hemos comentado la inteligente utilización del espacio en este edificio de estilo colonial situado en el barrio Beverly Hills. En la galería de la planta baja se presenta una exposición permanente de artistas surrealistas latinoamericanos de alto nivel, incluyendo un curioso –porque esta artista se dedicó casi exclusivamente al grabado– dibujo a lápiz de color de la artista uruguaya Leonilda González. En el primer piso, desde el cual se puede observar la galería de la planta baja debido a que se cubre la planta parcialmente, hay tres salas donde se exponen obras en carácter itinerante, en general dedicadas a artistas reconocidos o de gran nivel.
En la sala 1 están expuestos los bocetos que Marc Chagall hizo para los doce grandes vitrales para el Centro Médico de la Universidad Nacional de Hadessah de Jerusalén, para lo cual fue convocado en 1959 por el gobierno israelí. La obra definitiva –los vitrales– fue realizada durante dos años con el aporte de los técnicos vitralistas Charles Marc y Brigitte Simón Marc. Los bocetos del museo Ralli figuran como “oleografías” –de hecho son litografías, porque el consultor para estas obras fue Charles Sarlier, litógrafo francés y amigo personal del autor–. El color de estos trabajos, numerados en una serie de más de cien copias, todas firmadas por Chagall, es prácticamente fauvista, un estilo creado por Henri Matisse, Maurice de Vlaminck y André Derain a comienzos del siglo XX.
Chagall, nacido el 18 de marzo de 1887 en Vitebsk, un pueblo de la Rusia imperial, es un artista muy particular formado en la vanguardia moderna y con un estilo ecléctico que se vincula particularmente con el surrealismo, incorpora algunos elementos cubistas y sobre todo una vibrante imaginación altamente poética. El surrealismo en realidad es una corriente y no se define por un estilo propiamente dicho sino por su espíritu. Por este motivo está aún vigente en tanto la imaginación no tiene límites de tiempo ni de espacio. Es imposible explicar sino muy esquemáticamente –lo cual va en desmedro de la verdadera apreciación de la obra– la estructura de color con la que el artista resolvió el problema. Lo hemos definido como fauvista, aunque lo que hace complejo y eventualmente difícil de expresar con palabras son las sutiles relaciones de matices dentro de un universo de formas que alcanzan su potencia de expresión plástica desde una complicada sintaxis, en la que el color es el eje de esta interpretación. No obstante, es una interpretación puramente visual, a la que concurren figuras con gran contenido simbólico. Conforman alegorías que hacen referencia a las doce tribus de Israel. A menudo se aprecian letras hebreas que tienen directa relación con esta epopeya fundacional.
Los bocetos son de tamaño regular, prácticamente del de hojas A3, y poseen, desde esta intimidad, un extraordinario influjo magnético que las obras maestras de pequeño tamaño a menudo irradian. Los vitrales no retienen esta característica, debido a su escala monumental y a que la luz es la que produce el efecto final. Se podría decir que ambas resoluciones pertenecen a universos diferentes. Chagall había realizado emprendimientos de magnitud de esta naturaleza (en relación con el vitral), entre otros, en la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York.
La cuestión técnica se percibe inmediatamente en su importancia. No obstante, hay que decir que estamos en el campo de las obras maestras, perfectamente logradas desde sus respectivos enfoques técnicos. Chagall debió manipular una materia cromática en las litografías y otra en las vidrieras, para lo cual se usaron recursos como el ácido para diluir el color y hacerlo más transparente, así como la técnica del verre plaqué, basada en placas de vidrio de distinto color superpuestas y fundidas. La complejidad del armado posterior con base en trozos de vidrio unidos con plomo y soldados con estaño también conforma un marco que obliga a reconocer la magnitud del trabajo aun cuando contara con asistentes altamente profesionalizados. Desde el aspecto de la ideación creativa de los bocetos hasta la resolución final del vitral, los resultados han sido impecables e impresionantes, lo cual inscribe a Chagall como uno de los grandes maestros del siglo XX.
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