No les traigo ninguna noticia de los márgenes. Les traigo noticias del cruce.
Paul B. Preciado
En el campo del arte uruguayo, en el devenir de varias décadas hasta hoy, se comienzan a disolver las espesas estructuras arcaicas que durante muchos años sostuvieron una invisibilización del lugar y el legado de las mujeres. Estructuras sostenidas por redes patriarcales y racistas, que dominaban el posicionamiento de algunos sobre otras, ponían en líneas difusas el trabajo de cientos de artistas mujeres en diversos contextos del tiempo uruguayo. Claramente, el encauzado ritmo de muchas luchas, enfrentamientos socioculturales y sostenidas heridas abiertas dan lugar a un gran cambio de paradigmas y posiciones políticas en el universo artístico contemporáneo.
En este marco de movimientos sísmicos, marcados por deconstrucciones y nuevos relatos contados por sus protagonistas, el arte se ha encontrado inmerso en puro movimiento, atravesado por disidencias y voces otras que nos permiten enunciar desde otros lugares, mirando otros horizontes posibles. La regularización epistémica y la estructura productora de los hombres fue siendo desarticulada para ampliar y diversificar sus posibilidades, incluyendo cada vez más la imagen de lo que no se podía nombrar. Desde una mirada contemporánea, como una de las protagonistas uruguayas que están generando conciencia y acción en estos importantes movimientos, la figura de María Mascaró, Pity (Montevideo, 1971), hace ya varios años que resuena en el eco de un grupo de artistas y agentes del arte que se implican de manera comprometida y profunda en dar lugar y poner en cuestión problemas estructurales de nuestra cultura.
Con Pity nos conocemos desde 2012, fuimos compañeros en la Fundación de Arte Contemporáneo de Uruguay (FAC) y coordinamos encontrarnos en su apartamento para la entrevista. Su casa la compró hace muchos años junto a su esposa, Ana, un hogar que se sigue construyendo desde la comunión, el respeto y el amor. Cuando nos sentamos a charlar, miré a mi alrededor: era un espacio lleno de luz natural, colmado de obras de su autoría y de otras artistas muy importantes uruguayas; libros, objetos, adornos llenos de historias, pequeños y grandes detalles de distintas partes del mundo. Era una atmósfera que profetizaba un concepto claro: la memoria. Pero no se trata de una memoria general conceptualizada y lineal, sino una memoria que atraviesa el cuerpo, una memoria afectiva que se asoma para pronunciarse y develar, esa memoria que nos conecta y nos sacude cuestionando la verdad impuesta por la hegemonía. Y es esta memoria viva y latente la que se cuela por la historia y proceso creativo de esta artista multidisciplinaria.
La pintura continúa
“Me inicié de manera autodidacta y siempre tuve la inquietud por la pintura y el dibujo. De adolescente me puse a hacer parches para ropa con diseños de dibujos conocidos y los vendía”, cuenta Mascaró. Así comienza un camino que la coloca de manera causal en un recorrido vital plagado de estética, técnica y revolución. “En un cumpleaños, siendo adolescente, mi hermano me regaló una valija con materiales de pintura. Ahí empiezo a investigar en telas y otros soportes”, relata la artista quien, apoyada por su familia, desarrolló una pasión por esta disciplina que nunca dejó de sentir.
A los dieciocho años se fue a vivir sola a Buenos Aires. Buscando sustento, comenzó a trabajar en una empresa de serigrafía que generaba estampados para telas a través de matrices. Conveniente trabajo para una joven que miraba esa técnica como algo mucho más trascendente: “En ese tiempo tuve mi acercamiento profundo a la serigrafía, lo que me sirvió muchísimo para entender el funcionamiento de los colores, el armado de capas para formar los diseños y la aplicación de estas técnicas a la pintura como una formación específica”.
En 1992, después de dos años de vivir en Buenos Aires, apareció un nuevo cuerpo en escena. “Cuando conocí a Ana (la que hoy es mi esposa), empezamos a conectarnos entre Buenos Aires y Montevideo a través de cartas. El 5 de diciembre de ese año le dije que volvía a Montevideo para empezar de nuevo y vivir este amor que fue y es el amor de mi vida”. Dejando que las causalidades tomen su forma, emprendió su regreso con el mismo espíritu de aventura que aún hoy la lleva a colarse por las rendijas de lo desconocido. Diez años después, y con una estabilidad que le permitió reconocer y ampliar sus caminos vitales, decidió ingresar al taller del maestro Guillermo Fernández. “Ingresé al taller en 2003, como un primer encuentro formal con el arte. Sin ser muy afín a su pintura, me enseñó muchísimo y aprendí una manera profunda de conectar con la pintura. Durante meses te tenía dibujando rayitas. Con el tiempo te dabas cuenta de que toda esa disciplina y ese trabajo era fundamental para entender el plano y la capacidad de las formas”. Evidentemente fue una personalidad que marcó su lineamiento técnico y que demostró que las estructuras se podían romper para resignificar los afectos. “Era un taller constructivista, ya que él fue alumno de Torres García. No me gustaban los colores que él usaba, entonces yo lo desafiaba. Usaba colores flúor y vibrantes para los trabajos que planteaba”. De esta manera se empezó a dilucidar una artista con una impronta rupturista, atravesando los límites posibles de quebrar. “Guillermo era una persona muy amable, como un abuelo fraterno”, menciona María, recordando con afecto a su maestro.
Al año siguiente, junto a su esposa, se instalaron a Londres. Esta contingencia fue aprovechada por la artista, que se volvió una espectadora extrema de arte. Logró exponer sus obras en una galería y conoció los trabajos de varias personalidades pertenecientes a los Young British Artist*entre otros grandes artistas: “En Londres me corté el pelo, me empezaron a llamar María y me dediqué a pintar mucho. Fue un momento de mucho crecimiento y conocimiento para mi carrera. No me importaba donde fuera, yo siempre trataba de ir a todas las inauguraciones que podía”. La presencia, la compañía y la conexión directa con las personas formaron una plataforma distintiva en la personalidad de la artista. En ese momento su estilo constructivista comenzó a transformarse en una estética más pop, de referencias más naturalistas.
Al volver a Uruguay, dos años después, surgió el proyecto de inaugurar un restaurante, que felizmente construyó con su singularidad y personalidad, lo cual la obligó a disminuir su hacer pictórico para dedicarse por completo al emprendimiento. La pintura se volvió latente y asomaba su fulgor esporádicamente, pero quedó en un compartimento casi silencioso por un tiempo. Nunca dejó de pintar. Hasta hoy continúa con proyectos pictóricos que movilizan su trayectoria, obras sin mostrar que esperan nacer en algún momento y que, sin lugar a dudas, van a remover los espacios de nuestra, a veces muy quieta, memoria.
Tartaruchus
En 2012 ingresó a la Fundación de Arte Contemporáneo de Uruguay (FAC) dirigida por Fernando López Lage. “Cerré el restaurante, tenía mi casa, y pude comenzar a dedicarme de lleno al arte”, cuenta María. Fue entonces que comenzó a profundizar y deconstruir su impronta artística, de la mano de López Lage, a través de las clases impartidas en la fundación sobre teoría y filosofía del arte. Las instancias de trabajo y constante movimiento hicieron que la artista comenzara a investigar en nuevos campos y disciplinas, conceptualizando y resignificando su proceso creativo.
“Yo siempre tuve tortugas de mascotas”, comenta como un elemento neurálgico de este período de producción. “Con uno de los tantos ejercicios que hacía con Fernando en la FAC surgió la imagen y la referencia de la tortuga como un elemento significante. Empiezo a investigarlas y a observarlas. Es un animal muy resiliente. Son antiquísimas, anteriores a los dinosaurios, tienen esa capacidad de superar y seguir. Llevan su casa a cuestas, y yo soy medio nómade… En la mitología china es un ser venerado y se relaciona con la conexión entre el cielo y la tierra. Su cuerpo representa esa conexión, y yo me identifico con ese cuerpo, conectando lo espiritual y lo terrenal, soy de andar en esos límites. Me gusta caminar en las fisuras, en los bordes, entre lo que se puede y lo que no se puede tanto”. Esta reflexión nos delimita una de las tantas zonas de producción que la artista entrama con su contexto. “La primera obra que hago en la FAC es un carro de naipes como recreando una tortuga sobre ruedas, donde las cartas eran los objetos fotografiados que yo tenía dentro de mi auto. Esta obra se llama Mi casa es mi auto y representaba mi vida, ese estado de equilibrio que puede derrumbarse de golpe y volver a armarse. Me permitió profundizar en el tema de la resiliencia”, revela. Otras obras, como ‘Amanat’ (de la exposición individual Femiliencia, de 2014) e ‘Interiomidad’ (2015), profundizan la relación del símbolo/objeto/animal tortuga y la proximidad a la lucha de los seres humanos por atravesar las dificultades, develando el engranaje profundo de los procesos inherentes al dolor.
En este encare divergente de su trabajo y su vida, Mascaró modificó su planteo conceptual artístico: “En ese momento empecé con un trabajo más introspectivo, a mirar circunstancias personales que también pueden ser problemas de otres. Hacerme preguntas desde mi singularidad para llevarlas al mundo. Mis obras son de una engañosa simplicidad (según Fernando Barrios), todo parece muy ameno y simple en la superficie, pero cuando empezás a conectar en profundidad te das cuenta de que es más complicado y duro”. Esta característica es de vital importancia para acercarse a sus producciones, ya que no pueden ser vistas de forma simplista ni rápida. Pero también hay un punto importante en el espectador del arte que maneja sus tiempos y recursos, por lo que el complejo andamiaje de la experiencia artística es tenido en cuenta a la hora de poner en escena sus obras. A veces, simplemente “hay que tener ganas y entrar”, nos recomienda. Y, cual tortuga, percibirnos desde nuestro cuerpo y nuestras experiencias, nómadas frente a lo que otros nos muestran, protegiéndonos, escondiendo la cabeza, esquivando las balas de la normatividad.
Jaqueos en colectiva
Ingresar en un colectivo es un acto de valentía, una acción estratégica en este contexto en el que el mundo se vuelve intensamente quebradizo y violento, atentando contra las singularidades, dejando visibles en extremo las divisas siniestras que nos atraviesan y aplastan.
“Tuve que aprender a trabajar en colectivo. Yo no mostraba nada, venía de estar en mi casa, viviendo puertas adentro mi universo artístico, y al ingresar ahí todo se hacía a puertas abiertas, los espacios eran de todes, todo se compartía. Fue un cambio que me sorprendió y modificó mi relación con el arte, fue muy lindo e importante. Recibir críticas constructivas de otres artistas es algo interesantísimo para construirse una misma. Viví un tiempo muy enriquecedor”. Esta cita refiere a la implicancia del trabajo colectivo, espacio aprovechado al máximo por ella para desarrollar otra de sus facetas: la investigación y el archivo. En este sentido, se conecta con otras artistas para construir proyectos que no solo involucran un estado personal sino una conciencia colectiva.
En 2015 formó parte del proyecto Arte degenerado, curado por Fernando Barrios, una muestra donde se produjo una fuerte interpelación por parte de cada integrante, modificando de manera profunda muchos pensamientos y haceres, gestando un proyecto contundente y movilizador que marcó un hito en materia de la historia queer uruguaya. Tres años después, en contacto permanente dentro de la FAC, construyó junto con Natalia de León, Catalina Bunge y Lucía Ehrlich, la Colectiva Coco (https://colectivaco.com/). Con ese colectivo se generó una red de investigaciones que abrieron la mirada sobre el género y sus violencias estructurales dentro del campo del arte nacional, visibilizando las voces apagadas de mujeres, de disidencias sexuales y cuerpos racializados, apoyándose en otras epistemes posibles, otras verdades enunciadas reconstruyendo otra historia. En 2020, María, Natalia y Catalina realizaron un gran proyecto llamado RIP**, expuesto en su totalidad en el Centro Cultural de España en Montevideo. El estrecho vínculo con el archivo determina un fuerte compromiso hacia la memoria y nos enfrenta a una realidad dolorosa. Y es la resiliencia, desde este contexto, un arma terrorista contra la normativización patriarcal estructural de la cultura.
Con un espíritu siempre crítico, María Mascaró nos introduce en su universo desde la amabilidad y la compasión. Sumando proyectos a este recorrido, se incluyen un libro de cuentos, varias performances y proyectos educativos, entre otras actividades. Resulta todo un desafío sumergirse en su vasta vida, colmada de procesos intensos, de movimientos del alma. La suya es una existencia nómade, que nos regala por momentos una simbiosis afectiva con un animal que sobrevive al tiempo y al dolor del cambio. Con una clara impronta conceptual, la obra de Mascaró marca la carne con el hiriente filo de la realidad y nos abraza con el amor de una amiga, de una artista, de una esposa. Se trata de una mujer que deconstruye estas etiquetas y las resignifica en metáforas sensibles y desafiantes, aprendiendo del error como instrumento creativo, habitando los cruces. Es importante coincidir con personas así.
*Es un grupo de artistas contemporáneos del Reino Unido, muchos provenientes del Colegio de las Artes Goldsmith de Londres. Destacaron por su “táctica de choque”, el uso de materiales inusuales y de animales, entre otros elementos estéticos.
**RIP es una acción artística que materializa la investigación en curso que ya lleva cuatro años, sobre el relato artístico nacional, en la que se devela un poder normatizador y patriarcal que ha dominado –también– el campo del arte en Uruguay. A este proyecto le antecede Archivo X, una plataforma web colectiva, colaborativa y en continuo crecimiento, donde se pueden encontrar artistas invisibilizados en la historia del arte en Uruguay.