Por Ariel Mastandrea.
Su obra se caracterizó por un gusto decorativo, ornamental y estilizado, vinculado al art déco, con ciertas reminiscencias del modernismo. Fue el primero en el siglo XX en realizar actividades multidisciplinarias en el campo de las artes aplicadas, diseño de moda, joyería, decoración de interiores, artes gráficas, vestuario y escenografías para cine, teatro, ballet y ópera.
Roman Petrovich Tyrtov, más conocido por el seudónimo de Erté, nació en el seno de la aristocracia rusa en San Petersburgo el 23 de noviembre de 1892. Sus visitas al Palacio del Hermitage y el acceso a grandes colecciones privadas de la corte zarista dejaron una huella indeleble en sus aspiraciones y en su trabajo. Si bien su padre, almirante de la Flota Imperial Rusa, le diseñó una carrera militar dentro de la corte, a él le interesó más la historia del arte, en especial lo relativo a Mesopotamia, Egipto, Asia y los diseños bizantinos.
La dinastía Romanov había obligado a Rusia a entrar en la guerra chino-japonesa de 1896, interviniendo en el establecimiento de la base de Port Arthur en 1898, la ocupación de Manchuria en 1900, y finalmente convino con los británicos en el reparto de Persia en esferas separadas de influencia en 1907. Pero a este muchacho le interesaban más los prerrafaelistas ingleses, como Dante Gabriel Rossetti, Edward Burne-Jones y William Morris, el arquitecto, diseñador y maestro textil que creó el movimiento británico Arts and Crafts.
El descubrimiento de París
A comienzos del siglo XX, a los 18 años, se exilió en Francia para huir de las presiones familiares y de la cultura zarista que lo asfixiaba. Inmediatamente se cambió el nombre: Erté es la pronunciación francesa de las iniciales de su verdadero nombre, RT. Estudió con Ilya Repin en la Académie Julian de París. Sus maestros descubrieron que el nuevo pupilo tenía mucha habilidad y rapidez para el croquis, el boceto a mano alzada, la caricatura y el perfil de silueta: por supuesto, no sería un pintor o artista clásico.
Poco a poco, su trabajo se enfiló al diseño abstracto con perfiles coloreados; empezó por el vestuario con telas con estampados de su propio diseño. En 1913 ingresó como estilista en la casa de alta costura de Paul Poiret y comenzó un trabajo de décadas para la tienda Henry Bendel’s.
El primer diseño importante de ropa especial fue para un personaje singular y misterioso: Mata Hari, a quien convenció para que posara semidesnuda con un brasier de bronce trabajado con joyas al estilo asirio-babilónico. “Una muchacha rara: nariz, manos y pies grandes, pero con una piel suave y translúcida como la luna”, dijo después.
En París formó parte del movimiento que hizo estallar los viejos valores burgueses del arte clásico y que instaló el dadá, el surrealismo y el cubismo como nuevo marco de valor estético, a lo que se le suma la escuela alemana de la Bauhaus en el diseño gráfico.
Siempre se sintió atraído por la vida nocturna y los ambientes del arte radical de vanguardia; visitó las fiestas de la alta sociedad del conde Étienne de Beaumont y los sitios sórdidos y decadentes de los bares portuarios. También le interesó el ocultismo, la quiromancia, el análisis del horóscopo y el tránsito de los planetas. Se rodeó de magos, costureras, cantantes, espiritistas, y también de charlatanes de teatro con imaginación. Hasta el final de su vida vistió de forma extravagante, por lo que llamaba fuertemente la atención.
Artistas revolucionarios de París
Desde 1914 trabajó como ilustrador de la Gazette du Bon Ton; ese año diseñó el vestuario para una escena llamada ‘La Musée Cubiste’ en una revista de variedades en París. El resultado fue tan inusual, tan conmovedoramente moderno que atrajo el interés de un grande de la escena rusa: Serguéi Diáguilev, quien lo contrató para los vestuarios de varias de sus producciones, en especial para sus renombrados ballet ruses con Vaslav Nijinsky a la cabeza.
Para este famoso bailarín clásico diseñó los trajes de Preludio de la siesta de un fauno, de Claude Debussy, y El pájaro de fuego, de Igor Stravinski. En las escenografías de estos espectáculos había otros dos grandes de la plástica del momento: los jóvenes Salvador Dalí y Pablo Picasso.
Erté dijo que el único poder especial de los nobles de cuna como él era “tener la intuición del saber inmediato y para siempre sobre las personas conocidas por primera vez”. Esta intuición, sostenía, era otorgada por Dios, sucedía como un rayo, era infalible y dividía a las personas en dos categorías: “los falsos del alma” y “los verdaderos del corazón”. A Dalí lo colocó en la primer categoría; a Picasso, en la segunda. Siempre se llevó bien con Picasso, admiró su capacidad de inventiva, el dominio de la línea suelta, su imaginario y “su salvajismo”. A pesar de ser un hombre diametralmente opuesto en todo a Erté, Picasso le demostró afecto y respeto, prácticamente por los mismos motivos.
Cambios de los astros para un mago
El éxito y su fama creciente en los ambientes del vodevil de lujo y la comedia motivaron que le hicieran ofertas importantes en Estados Unidos. Siempre curioso y lleno de fantasías, consultó los astros y su horóscopo; recibió buenos augurios, ya que “la Luna estaba moviéndose desde Capricornio hacia Acuario, y el único planeta retrógrado era Urano, mientras que todos los demás estaban muy bien aspectados”.
Ya entrados los años 20, llegó a Nueva York, donde comenzó una fructuosa relación con la revista Harper’s Bazaar, para la que hizo numerosas ilustraciones. Durante años fue el artista que identificó a la revista, utilizando colores básicos, espátula plana, líneas claras en seguimiento de un contundente sentido gráfico para la friolera de 246 portadas.
También trabajó para las revistas Vogue y Cosmopolitan, según la estación y su ánimo, o alternadamente según los astros.
Con el tiempo diseñó trajes para mujeres famosas: Joan Crawford, Norma Shearer, Josephine Baker, Marion Davies, Zizi Jeanmarie, Mistinguette y Anna Pavlova, entre otras. Descubrió y anotó en su diario personal que le gustaban “las mujeres remotas y fantasmagóricas al estilo de Theda Bara, de Leo”, “los hombres ensoñados y de mirada rapaz tipo Rodolfo Valentino, de Tauro” y “la magia arrebatadora de un ser celestial: Greta Garbo, de Virgo”.
La magia del cine y sus símbolos arcanos
En 1926 ingresó de lleno al arte cinematográfico con algo sensacional: el diseño de vestuario para la película muda Ben Hur, de la Metro Goldwyn-Mayer, que arrasó con todos los pronósticos y las taquillas. Al actor principal de la película, Ramón Novarro, le hizo un estudio de horóscopo para el futuro, cuyas conclusiones eran más que inquietantes: “Un escorpiano que llegará a la gloria y al oro inmortal y morirá asesinado por los dioses”.
En 1931 sucedió algo curioso. Dirigidos por George Fitzmaurice, Ramón Novarro y Greta Garbo, filmaron un melodrama sobre la figura de Mata Hari. Erté se enteró, oteó los astros, amenazó con maldiciones y estalló en predicciones: “La Luna está en el signo de Virgo, fuera del elemento tierra, y Júpiter en el fuego de la casa de Poseidón. Muerte sin resurrección”. Cundía la estupefacción en Hollywood, nadie entendía mucho, pero se rumoreaba que lo que a él le molestaba era que no lo hubieran tenido en cuenta en materia de vestuario y que hubieran copiado de viejas fotografías sus propios diseños sobre Mata Hari para engalanar con estrambóticos gorros de metal y diamantes falsos el divino rostro de la Garbo. La película fue un fracaso comercial y de crítica, el público se sintió ofendido por la candidez de la propuesta, pero, más allá de los dichos, revoloteó siempre aquello de “recuerda que morirás asesinado por los dioses”.
Novarro no pareció tomarlo nunca muy en serio, pero en 1968 se confirmó la predicción cuando fue asesinado mediante torturas por los hermanos Paul y Tom Ferguson, que fueron extras en la película Jasón y los argonautas, de Don Chaffey, que estaba plagada de dioses de pacotilla y monstruos de plástico manipulados con la novísima técnica del stop motion. El mundillo de Hollywood hizo coincidir los símbolos falsos con las figuras reales del celuloide y, aterrorizado, recordó inmediatamente a Erté.
Surgió entonces la persistente leyenda de que le habían introducido en la garganta a Novarro un consolador de grafito de estilo art déco, fabricado por Erté y que había sido un regalo dedicado por Rodolfo Valentino. Ante tanto chismerío y violencia desatada, Erté fue claro con relación a Hollywood y los ambientes cinematográficos; los catalogó como “basurales de Urano, calderos hirvientes de Arpías, Cronos y Plutón”.
Dejó Harper’s Bazaar y el vestuario cinematográfico en 1936, y se dedicó a trabajar para el Ziegfeld Folies. En esos ambientes llenos de vino y humo de los buenos muchachos del jazz y las alocadas chicas flapper, por un tiempo tuvo un espacio respirable de creación.
Retorno a Europa
Pero sus gustos refinados y modales aristocráticos lo aislaron. Harto de la vida mediocre y competitiva estadounidense de la época, aceptó la oferta del Folies Bergère. Regresó a París e hizo afiches, escenografías, programas y vestuarios completos, con diseño de luces para sus espectáculos.
En esos escenarios del vodevil francés todo es extravagante, inconcebiblemente irreal y con leves toques de trágica nostalgia. Erté se instaló solitariamente en la amplia casa de la Bois de Boulogne que conservó el resto de su vida. Allí vivió y trabajó cada día, con la música de Beethoven y de Edith Piaf, acompañado sólo por sus gatos, sus objetos esotéricos, una colección de muebles decididamente eclécticos entre los que se mezclaban alfombras persas con divanes de India y réplicas de los muebles encontrados en los años 20 en la tumba de Tutankamón, todo eso enmarcado con una fantástica colección de pintura, con cuadros de Renoir, Marc Chagall, Picasso y André Derain, e incluso dibujos eróticos de Aubrey Beardsley.
Sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial encerrado, asustado y solo como un caracol, durante los cuatro años de ocupación nazi de París, amenazado siempre por el horror de la Gestapo, pues la mayoría de sus amigos formaban parte de la resistencia francesa, y se sabía que Hermann Goering tenía mucho interés en apropiarse de sus colecciones de arte.
Renacer y nuevo público para el Mago
Tras un período de eclipse durante la guerra y sus amargas secuelas, la carrera de Erté parecía encaminarse al olvido, cuando en 1967 conoció a Eric Estorick, un comerciante de arte de Londres. Impresionado por el enorme cuerpo de trabajo en el estudio del artista, Estorick decidió relanzar la carrera de Erté. Este esfuerzo fue coronado con un éxito espectacular en Nueva York y Londres, con exposiciones de pinturas aguadas y dibujos, seguidos de venta de litografías, cartones à la gouache y óleos, afiches y objetos de bronce y vidrios coloreados. La respuesta entusiasta dio los más fuertes indicios de que había un público y un nuevo mercado interesados por su trabajo. Erté escribió en su diario de alquimista: “Hoy tembloroso. Marte huye hacia su mar oscuro y tenebroso, Venus y Dionisos comienzan otra vez a transitar por el signo de Acuario. Habrá cánticos y danza alrededor de la Luna. Luz de luces”.
El legado
Por más de tres décadas las ilustraciones y diseños de Erté definieron los rumbos de las tendencias y la estética del siglo XX. Sus trabajos se destacaron por los lujosos y extravagantes detalles, pero también por algo mucho más importante: creó un nuevo imaginario con las figuras del mundo de su tiempo y reflejó los gustos y los sueños de los habitantes de las grandes metrópolis.
Aunque sus diseños siempre conservaron cierto aire de los años 20 y su obra se asimile a la arrogante teatralidad del art déco, Erté logró ajustarse a los cambios tecnológicos del siglo XX y mediante las ilustraciones de las revistas de modas y los diseños para cine y revista musical supo construir un nuevo concepto del perfil y la identidad de la figura de la mujer.
En los años 60 su trabajo –gracias a las exposiciones de Eric Estorick– llamó la atención de la intelectualidad francesa, entre ellos a Roland Barthes, escritor, ensayista y semiólogo, quien desarrolló una exégesis de los símbolos, los signos y las representaciones alrededor del alfabeto que Erté comenzó a pintar à la gouache en oro y plata con valores metálicos desde 1927. La iconicidad de ese alfabeto ornamental, y posteriormente de sus números, sentó las bases de estudios multidisciplinarios sobre la imagen y el signo, que hoy se consideran modelos en la semiótica.
En los años 70, Erté fue el primero en utilizar el plexiglás en sus diseños teatrales, señalizó con luces dicroicas y ultravioletas las formas geométricas de los proscenios, amplificó con rayos láser segmentos de sus escenografías, hizo pelucas y trajes de aluminio y empleó las técnicas más actuales del estampado en relieve en sus gráficos y serigrafías.
De forma incansable, en los años 80 también creó a nivel industrial envases para perfumería, objetos de decoración en lámparas, ceniceros y floreros de vidrio, así como estatuaria de bronce y marfil en la forma de criselefantinas.
Su trabajo exquisito, minucioso, extravagante y refinado influyó notablemente en las manifestaciones del diseño industrial y aplicado, en la iconografía y la moda hasta el día de hoy.
Roman Petrovich Tyrtov, más conocido como Erté, falleció en París el 21 de abril de 1990, a los 97 años.
“La frontera entre la palabra escrita y la imagen visual es sutilísima. En ciertas ocasiones pareciera desdibujarse. A veces la escritura se hace plasticidad –el signo convertido en cuerpo visual, en materia–. Pero también, muy de vez en cuando, nos encontramos con imágenes plásticas que se leen como signos, como testimonios de un diálogo entre las letras y la semántica de la gráfica. En los instantes más afortunados la escritura se nos muestra como una sucesión de significantes, como corpúsculos que exigen ser amasados con la garganta y con los labios”. Roland Barthes. ‘El espíritu de la letra’ está incluido en el capítulo ‘La escritura de lo visible’, del libro Lo obvio y lo obtuso, imágenes, gestos, voces.