Todo el arte es una metáfora plástica. Esto significa que lo que sea que quiera decir el arte lo hace a través de una especie de lenguaje elíptico desde el lenguaje propio de las formas, donde estas adquieren significación mediante las particulares interacciones entre ellas, es decir, de la sintaxis. El verdadero arte es, por consiguiente, abstracto en la medida en que todo elemento de la realidad se vehiculiza a partir de un concepto de forma que actúa como signo, desde donde se produce –o se debería producir‒ el fenómeno de la interpretación. Cuando el signo es absolutamente independiente de lo real, lo denominamos abstracto; cuando nos sugiere la idea de lo real, lo denominamos figurativo. La pintura abstracta –absolutamente independiente del fenómeno de reconocimiento o de representatividad de lo real‒ fue creada originalmente por el checo Frantisek Kupka (nos salteamos momentáneamente la legendaria “acuarela abstracta” de Vasili Kandinsky de l910 para posicionarnos en el verdadero origen y consecuente desarrollo del abstraccionismo). La sintaxis formal del abstraccionismo remite hacia el propio concepto de pintura en base al uso no figurativo de la materia color. Cuando surgen elementos que abren una posibilidad de contenido semántico (descriptivo) estamos en presencia de una pintura de concepción abstracta, pero no puramente plástica en el sentido arriba referido. La diferencia entre lo plástico puro (premisa que sostenía el suprematismo de Kazimir Malévich) y la figuración es un problema de contenido. No es motivo de valoración estética, sino de posicionamiento diferente para el análisis.
La de Rita Fischer es una obra abstracta con contenido figurativo que se desprende de la propia metáfora visual. Esta categoría es simplemente para el análisis crítico y, como dijimos, no es un índice valorativo de la obra. No obstante, es útil para la comprensión de cualquier obra de arte y desde aquí es posible determinar los aciertos técnicos que concurren hacia los fines estéticos. La obra de Rita Fischer, nos apresuramos a decir, es indicativa de un gran talento colorista y es elocuente ejemplo de su acierto en alcanzar los fines estéticos que se propone. Estos fines se pueden identificar con su efectivo manejo de la metáfora plástica, que hermenéuticamente podemos interpretar como de representación del paisaje. La autora nos deja varios indicios para confirmar esta presunción, en algunos casos más o menos evidentes. Cielos, nubes, playas, ramas, árboles, pastos, atardeceres, sombras y más se pueden identificar en tanto nos colocamos en una contemplación alerta y bajo esta presunción. Estos signos, como recortes, conforman un repertorio de formas muy finamente construidas hacia la confección de un puzle cuyas piezas pueden asimilarse a signos que contienen conceptos naturalistas como los mencionados. Incluso desde este punto de vista podemos imaginar perspectivas aéreas con eventuales identificaciones de lagunas, límites terrestres a modo de mapas, etcétera.
Esta descripción, que a nuestro juicio favorece la comprensión de la obra, no desmerece para nada su propuesta y creemos que, por el contrario, consolida la idea de una naturaleza muy sentida y traducida a partir de signos particulares que la artista ha aislado y se ha apropiado para reunirlos en una totalidad coherente, por demás sugerente y esperanzadora. Su técnica de temple al huevo favorece la plenitud expresiva del pigmento, dado que no oscurece ni amarillea como en el caso del acrílico o el óleo, respectivamente. Delgadas capas pigmentadas con el aglomerante de yema de huevo contribuyen a fortalecer, paradójicamente, la delicadeza de sus formas, y cuando la herramienta deja sus rastros sobre una capa –idea que contribuye a la de corteza, por ejemplo– mantiene aún su impronta delicada y femenina. La obra de Rita Fischer es indicativa de su amor por la naturaleza, y su espíritu ha logrado materializar este sentimiento mediante la metáfora que mencionamos, que transmite este amor en forma de pintura. Digamos que esta exposición en la galería Xippas constituye una evolución –o más bien un desarrollo‒ de su obra anterior, fuertemente anclada en las formas naturales y específicamente vegetales, con la utilización, ahora, de una paleta alta que agrega un grado de sonoridad particular a la espacialidad de su obra.