TRANSCURRENCIAS-IN-VISIBLES
Por Daniel Tomasini
El constructivismo revisitado
Julio Mancebo, pintor de amplia trayectoria, ingresó con la sorprendente edad de once años al taller de Joaquín Torres García. Luego de un vasto aprendizaje del constructivismo, desde su ortodoxia más depurada nos ofrece una muestra con doce pinturas de gran formato y una serie de tintas. Se constata una mirada sobre la estética torresgarciana que a nuestro juicio no es tan novedosa, ya que en cierta forma también la han efectuado artistas como Manuel Pailós y José Gurvich. La inconmovible versión torresgarciana en tanto estructura ortogonal ha sido desplazada ahora por la línea orgánica y concretamente por las ondas. Uno de sus precursores fue sin duda Gurvich. Encontramos entonces la modificación de cier tas pautas que en épocas de la Escuela del Sur hubiera sido muy difícil cambiar, habida cuenta de la colosal solidez que tenían el discurso de Torres y su correlato plástico. Otro tanto se puede decir del símbolo. Para Torres el símbolo, de carácter hierático y casi solemne (así estuviera realizado con un par de trazos), pertenecía al mundo metafísico y como tal era considerado, o más bien llevado a la re- presentación por medio de una secuencia plástica guiada por el concepto de tono, que Torres materializó desde un discurso coherente y que une la filosofía, la concepción cos- mogónica, la concepción plástica y la idea. El concepto de tono y la paleta de colores seleccionados, en la medida en que hacen patente una ideología plástica determinada, fueron factores que se constituyeron en los pilares de la estética constructiva en tanto síntesis y símbolo de una idea. Porque el color en Torres García también es simbólico, origen en la paleta cuatricromática griega –arte muy admirado por el maestro que fue inspirador de sus primeras grandes obras, principalmente de los frescos en la Barcelona adoptiva–. También significaban sobriedad, espíritu austero y, por ende, esta paleta no estaba exenta de cier to misticismo, término a menudo citado por Torres García en sus lecciones. Nos ha sorprendido ver en el Museo Metropolitano de Nueva York un Torres García colgado en medio de obras de otros grandes pintores de vanguardia, y nos conmovimos no tanto por la remembranza a nuestra patria, sino por la robustez con que la pintura se sostenía frente a otras de ar tistas archifamosos. La pintura parecía estar prendida de las propias paredes e irradiabaunafuerzaparticular,productodeuna también par ticular concepción creativa que reflejaba sobre todo autenticidad.
Este relato viene a propósito de las nuevas miradas que sobre la estética torresgarciana han producido una serie de autores, como Julio Mancebo, que sin dejar de ser considerado un gran ar tista pone de manifiesto modificaciones tan sustanciales en su lenguaje que, hilando fino, crea una distancia considerable de la propuesta original llevada adelante por el maestro. Todas las implicancias que hemos anotado con respecto al carácter de los símbolos, al tratamiento plástico basado en el tono y la paleta de colores, se han visto modificadas al extremo de perder su propia identidad en tanto elementos o eslabones constitutivos de la cadena sólida del discurso constructivo. Las variaciones propuestas en la obra de Mancebo conducen a otra cosa, en primer lugar porque la estructura ha cambiado de concepción desde aquella organización sólida y armónica en el primer constructivismo hasta una nueva concepción espacial, donde la idea de naturaleza incluso en el sentido de la profundidad se hace presente, aumentada por la idea de onda de agua y otros elementos que producen una mezcla heterogénea de signos y de símbolos que han perdido su solemnidad metafísica y hierática inicial de la Escuela del Sur.
Estos símbolos se han convertido en formas plásticas que integran un repertorio que en cierta forma –y por su especial movilidad– son literalmente arrastrados por una corriente que obviamente apela al movimiento y no al hieratismo. No estamos diciendo aquí que la propuesta sea desacertada ni que el valor de lo novedoso –relativamente hablando, como vimos– no tenga justamente un valor. Lo que se nos ocurre plantear es que la estética de Torres ha sido considerablemente modificada desde sus principios doctrinarios, es decir, desde sus propios cimientos, considerando los puntos de vista que comentamos. Nos encontramos entonces con una interpretación que alude a la riqueza plástica de los símbolos desde el costado, posiblemente, del signo. Mientras que en Torres el símbolo es una unidad semántico-plástica, en Mancebo el símbolo es una figura gráfica sometida a una concepción espacial muy alejada de la mística torres- garciana. Las pinturas están perfectamente ejecutadas y, sin embargo, se percibe una especie de esteticismo un tanto efectista, que no niega en lo más mínimo la habilidad técnica, pero que inaugura un discurso conciliador, posiblemente a la altura de nuestros tiempos y alejado de los humos de guerra que respiraban los primeros fundadores del universalismo constructivo.
Esta muestra puede visitarse en la Fundación Unión.