El bosque constituye para Claudia Anselmi el epicentro de sus reflexiones plásticas. Es un bosque particular y abstracto, el que todos conocemos en cierta medida desde la lejana (y a veces no tanto) infancia, cuando ya se comenzaba a instalar el misterio. En la filmografía y en cierta literatura, el bosque es el escenario a menudo no sólo del misterio, sino del terror, sobre todo en los relatos nocturnos. Esto significa que el bosque ha arraigado casi subrepticiamente en nuestra cultura y en nuestra mente, y posiblemente tenga una interpretación onírica en el método psicoanalítico freudiano y junguiano, justamente porque evoca zonas muy semejantes al inconsciente, en el sentido de lo desconocido. Todo lo desconocido infunde, en cierta media, un temor. Claudia Anselmi nos sitúa dentro del bosque y, por medio de su concepción técnica y plástica en la modalidad de una instalación, nos coloca en un estado especial de extrañamiento, que es un verdadero logro en la obra. De tal manera que, al circular entre las telas pintadas –mejor dicho, impresas con la técnica del grabado– nos encontramos con el dilema interior-exterior. La artista propone un recorrido no unívoco, siendo de elección del observador el camino a seguir. A medida que nos trasladamos, las telas nos rozan y este contacto permite generar otras respuestas sensibles que incluso recuerda –para los que también amamos la soledad de los bosques– el contacto con las ramas. El bosque de Claudia Anselmi no posee gran follaje. Su dibujo nos remite en general a la idea de troncos y ramas, con algún que otro indicio de frutos o de hojas. Esta elección estética permite suponer un simbolismo particular que se remite al árbol y sus ramificaciones, que han sido utilizadas en diversas culturas para transmitir muchos conceptos, incluso cosmogonías. En algunos tests psicológicos encontramos también este diseño arboriforme. Los troncos y las ramas de la artista poseen cualidades plásticas diferentes, una elección que ella hace en la medida en quiere transmitir diversas sensaciones. Desde la densa trama de la tinta que se deposita decididamente sobre el grano de la fina tela, hasta las reservas grises y esbeltas de sus árboles-senderos (en nuestro criterio), el dibujo de su objetivo estético adquiere diversos perfiles. A punto de partida de una pintura de origen en el grabado monocromo con gran riqueza de grises, la artista incluye algunos signos cromáticos basados en el rojo que adquieren a su vez una connotación muy particular en tanto son formas visuales oblongas que recuerdan a los glóbulos de la sangre. No sabemos con exactitud si esta fue su intención; no obstante, la analogía visual es muy potente en este sentido. Algunos pocos personajes aparecen pintados como siluetas con este color rojo y bien podrían significar su relación con la vida. Pero si es así, el contraste con la materia vegetal que Anselmi describe con base en negros y grises instala una cuestión simbólica bien interesante. El despojamiento de hojas que se describe en la instalación –diferente de los árboles dibujados a lápiz en la pared, que se asemejan a estilizados centinelas– indica un pensamiento plástico que alude posiblemente al invierno o a la muerte, o a una situación de recogimiento o introspección que se encuentra en espera y se contrapone a la eclosión de la masa verde estival. Unidos todos estos conceptos que se transmiten mediante un intenso y dedicado quehacer plástico, obtenemos ciertas respuestas que a su vez se apoyan en la experiencia sensible. En cierto sentido, la instalación nos conduce al concepto de soledad, ya que no se puede circular en ella en forma multitudinaria y, por lo tanto, se dirige a dialogar con el espectador como individuo, por lo que busca la respuesta o la expresión de una visión interior, a la vez que el contexto general pide una contemplación externa. Ambos procesos simultáneos sugieren una experiencia con características místicas.
Desde esta envoltura de telas –análoga a la piel añosa de los bosques centenarios– se nos plantea una serie de interrogantes, cuyas respuestas sólo podemos encontrar dentro de nosotros mismos.
Esta situación de extrañamiento que mencionamos produce, mediante el inteligente y sensible manejo de los medios expresivos y plásticos, una reacción particular, ya que son particulares cada uno de los observadores que tienen esta experiencia, situación que aleja decididamente a Claudia Anselmi, cuando propone este proyecto, de un experimento meramente esteticista, ya que su contenido cala a gran profundidad.