En la galería Diana Saravia exponen dos artistas que definen sus propuestas con un grado similar de profundidad conceptual. Se trata de David de la Mano y Guillermo García Cruz, personalidades distintas que confluyen en el tema de los límites como problema tanto de representación como de reflexión estético-filosófica. En el centro de la pared que exhibe las obras, un conjunto de dibujos enmarcados conforma desde este enfoque particular de cada uno, una cohesión formal que alude al pluralismo bien entendido, dando a entender que todas las opciones son igualmente válidas. Esta estrategia de montaje simboliza, a nuestro juicio, la tolerancia y el respeto por lo diferente.
Las obras denotan que el concepto del límite es abordado desde diversos ángulos por estos artistas y las propuestas que resumen presuntas conclusiones sobre el tema apuntan no a cerrar el problema, sino a presentar posibles alternativas.
En el caso de David de la Mano, el fragmento como asunto de reflexión se materializa en pedazos de soporte, pétreo o similar, donde se constata visualmente cierta aleatoriedad, junto con la extraña seducción que produce un trozo, cuya pertenencia a una presunta totalidad queda suspendida como experiencia totalizante. Un resabio arqueológico va unido a esta sensación –como si nos remitiésemos a la recomposición de un mosaico de piso romano, por ejemplo– y de hecho, la obra de este artista hunde sus raíces en lo antropológico. Su iconografía monocroma recuerda ciertas pinturas rupestres, luego la actitud de sus personajes, humanos y animales, cristalizadas en ciertos gestos que podrían asimilarse a rituales –en el más amplio sentido del término– se convierten en datos atemporales de una acción que detenida momentáneamente no termina de desarrollarse.
Este epílogo indefinidamente esperado es justamente el detonador de la expectativa de la acción que ha germinado en los misteriosos actores de su obra. Se halla presente la idea de lo humano posiblemente concebido desde una mirada etnográfica y antropológica. Un relato sobre el “otro” que necesariamente somos nosotros en tanto especie, sujetos “sujetos” a las fronteras, sean geográficas, históricas o incluso ideológicas o mentales. El artista presenta su mirada antropológica y arqueológica como un relato de ficciones donde el problema de la realidad queda siempre pendiente en una suma de capas de interpretaciones polisémicas, en las que el propio límite entre la ficción y la realidad es tan lábil como la propia existencia.
Guillermo García Cruz pertenece a la tradición inaugurada en el Renacimiento con el trazado perspectivo. La perspectiva como forma espacial ha sido estudiada profundamente por teóricos como Panofsky en su carácter simbólico y representa a toda una cultura visual en la historia del pensamiento.
La perspectiva no es una mera estrategia de representación, es –sobre todo– una propuesta estética que implica una reflexión profunda sobre el espacio y la ilusión. Nuevamente nos situamos dentro de los límites entre lo real y lo imaginario. La obra de Guillermo García se sitúa desde la alternativa de una representación no objetual, del llamado espacio virtual o de la forma negativa, como es el hueco en una escultura. Desde allí el artista indaga la posibilidad de observación desde un punto de vista dado.
El dibujo que contiene esta propuesta, determinado por lineas de fuga y líneas paralelas al plano de observación, construye una serie de planos virtuales que son, en definitiva, una deconstrucción del lugar que toma como plataforma de observación. Mucha de la obra que ha realizado, incluidas las que presenta en esta oportunidad, parte de esta situación de representación del espacio real del lugar específico bajo sus propias premisas. De esta forma el artista propone una revisión de la mirada no sólo en esta relación contingente con cada lugar –institución– que recibe su obra, sino hacia el arte en general, hacia el problema del objeto como objeto de representación, hacia el vacío y hacia el propio punto de observación como gesto determinante y categórico. Esta propuesta de sólida base conceptual es presentada en términos gráficos con una estrategia de dibujo, pero también de color, donde el verde-amarillo del pigmento de las líneas trazadas adquiere, en virtud de los contrastes inteligentemente elegidos, un símil con la luz de neón.
Por otra parte, para reforzar esta idea, el artista construye con este tipo de luminaria otro símbolo de su relación con el espacio –en este caso de la galería– que contiene su obra, jerarquizándolo particularmente. Sea bajo el carácter de símbolo o bajo el carácter de punto de observación inaugural, la obra de Guillermo García posee el genuino grado de inteligibilidad que refleja su lúcido pensamiento sobre el tema del arte contemporáneo.