Por Melisa Machado.
Hace más de treinta años que Verónica Artagaveytia realiza esculturas, performance, dibujos, antijoyas y diseño de ropa. Su estilo de vida y su arte son una misma cosa. Vive a orillas del arroyo Pando, en el Remanso de Neptunia, en Uruguay, en un estudio/casa/taller hecho de madera y barro, diseñado por ella y por una de sus hijas, con superficies trasparentes de acrílico en techos y paredes, por donde se cuelan las ramas de la vegetación que rodea su hábitat y desde donde se observa el agua y las estrellas, y por donde entran los rayos del sol que también destellan en sus esculturas de aluminio, dispersas en su campo/jardín, por momentos casi salvaje, como ella.
Artagaveytia parece una druida o una chamana inserta en un mundo propio. Anda descalza por su territorio, vestida con ropas largas y holgadas, de tejidos naturales de algodón, blancas o verdes, diseñadas y teñidas por ella misma.
Sus dibujos de una sola línea, hechos a mano alzada, parecen convivir con los elementos de la naturaleza que la rodea: el agua, el fuego, la tierra, el viento, el mundo mineral y vegetal.
Así vive la artista y de ahí se desplaza en su camioneta a su otro taller en Montevideo, en Ciudad Vieja, donde un transeúnte distraído puede toparse con una de sus esculturas espiraladas, metáforas del origen del universo, del eterno aprendizaje y del retorno al origen, colocadas en la pared o en el balcón de la calle Washington.
Un poco de historia
La familia de Artagaveytia es del campo, de Cerro Largo, donde vivió la artista hasta sus diez años. Luego vivió veinticinco años en Buenos Aires, donde estudió escultura. A los veintiocho años se fue de viaje iniciático por la India, donde deambuló por lugares donde otros no se aventuraban, comía en la calle el típico plato indio thali, vivía por un dólar diario y dibujaba “sin parar templos, yantras, mutilados y leprosos” que se encontraba en el camino. “Volví totalmente cambiada”, recuerda. A su regreso se instaló en las sierras de Córdoba y tuvo tres hijos, hasta que un día se instaló en Uruguay, al lado del arroyo Pando.
Para ella era natural, y sigue siéndolo, vivir sin luz eléctrica y sin agua corriente, poder observar de noche el cielo oscuro y estrellado, “la penumbra en la que todo se destaca con magnificencia”, sin un foco eléctrico que opaque esa belleza. “La oscuridad te habilita a ver y oír”, susurra.
A sus 34 años crio a sus hijos a la luz de las velas, y con la parafina que se derretían en los fanales o con panales de abeja fue moldeando “casi sin querer” siete formas casi abstractas de lo femenino, el origen primero de esta Idea de mujer, la muestra que expuso, con curaduría de Jacqueline Lacasa, durante todo abril y hasta la primera de semana de mayo, en la Alianza Francesa de Montevideo.
Esta muestra instala, en la ciudad y entre las cuatro (grandes) paredes del anfiteatro de la Alianza, toda su experiencia como performante, dibujante y escultora, sumada a su rico mundo interior en estrecho contacto con la naturaleza.
Las sintéticas
Allí en la ciudad vuelven a cobrar vida y reinan los cinco elementos descriptos por la cultura taoísta: el agua, la madera, el fuego, la tierra y el metal, con los que la artista crea sus grandes o pequeñísimas esculturas de corte abstracto, donde apenas se insinúan los atributos del cuerpo femenino: los senos, las caderas, las nalgas, la vagina, “el tajito”, como ella misma dice, de una mujer “ideada”.
“La más bella y la más linda es la Dama Luna: semilla cósmica”, dice entusiasmada. Ella es el origen de la gran Dama Luna que expuso hace unos años en el Museo Blanes y que se llamó La fuente de la Dama Luna, una figura de mujer de noventa centímetros a la cual le caía agua por encima.
Integran esta muestra dibujos de partes del cuerpo femenino a la que ella llama “las sintéticas”, figuras abstractas, en una línea casi zen, despojadas de todo adorno, más dos videos: uno realizado por la artista, con la ayuda de su hija Ona, con una cámara Go Pro, en la que se sumerge en el arroyo Pando, lo cruza a nado y extrae arcilla de las orillas con sus propias manos con la que después realizó sus dibujos en el piso, el día de la inauguración de esta muestra. El otro video está realizado por sus colaboradores, donde la figura de la artista envuelta en sus propios diseños se expone al viento, camina descalza por la tierra, danza, juega con sus telas retorcidas o recita versos de Baudelaire, Annie Ernaux y Teresa Puppo.
Si antes dibujaba pequeños bocetos con tinta y plumín o con plumas de cóndor, en hojas A 4 que luego dividía en 7 siete estampitas que correspondían a siete ideas de mujer, ahora planea reunir cien estampas de aves y mujeres en una caja: útero que todo lo contiene.
Ya no dibuja con plumín, sino con un pincel de tres dedos de ancho donde “mi axila es el centro del gesto de un compás formado por mi brazo”, dice.
A la entrada de esta muestra se observaban dos esculturas: la espiral, “el punto primero del movimiento, donde nunca es posible pasar por el mismo lugar”, y una gran pluma en aluminio, alegoría del vuelo.
Artagaveytia se sabe una sofisticada outsider. Recuerda de cuando regresó de la India: “Empecé a juntar basura y cosas de la naturaleza, dejé de ser creadora de objetos y empecé a ponerme encima lo que hacía y hacer performances con mucho esfuerzo físico”.
Luego vinieron las antijoyas que, según sus palabras, “fueron un aterrizaje a partir del momento en que tuve hijos y quise hacer algo que se pudiera vender”.
Todo esto sirvió, según ella, para que empezaran a rechazarla en los salones de arte. Sin embargo, se dijo: “‘No me van a frenar’, y empecé a salir a la calle, a hacer performance, con mis gritos y mis sonidos, utilizando mi cuerpo”.
Ahora parece haber reunido sus partes e integrado sus fragmentos, en total aceptación de sí misma, de su origen, su trayectoria y su entorno.
En Idea de mujer, con curaduría de Jacqueline Lacasa, un curupí reseco cuelga del techo, al centro de la sala de la Alianza, y parece presidir la instalación que incluye los dibujos, las pequeñas esculturas, objetos como plumas y maderas o piedras, planchas de metal y videos.
En la performance, lució un tocado de ramas de “reina druida” y lució sus manos embarradas por la arcilla del arroyo donde vive. Gestos tan concretos y abstractos que reflejan un espíritu indomable, una idea interna y externa de mujer que se aleja de todo estereotipo. Ella es ecológica y “políticamente correcta” para estos tiempos de retorno y reconciliación con la madre tierra, idea de mujer absoluta que todo lo ama y lo contiene.