Por Gabriela Gómez.
La actividad artística de Juanito Conte (Salto, 1982), ha recorrido etapas que van desde trabajar en el taller de serigrafía de su padre, luego una etapa más expresionista producto de sus contacto con las escuelas europeas, hasta que, saturado por las imágenes, se empezó a cuestionar todos los procesos creativos que había realizado.
Es curioso cómo esta última etapa de investigación, producto de lo que Conte llama “saturación de la imagen”, en cierta forma lo llevó a valerse de ella, ya que actualmente la materia prima fundamental de sus obras son fotos que trabaja digitalmente para luego llevarlas al lienzo como figuraciones abstractas que reproduce en serigrafía.
Así como hay artistas que se forman en escuelas y van desarrollando su arte académicamente, Conte no hizo más que volver a sus orígenes para encontrar el sentido de su obra y la comodidad a la hora de realizarla. Fue la serigrafía la que le abrió las puertas a una manifestación artística que requiere de mucha intuición y un conocimiento muy profundo del color y las formas, separando la tecnología de su ámbito natural y cotidiano para presentarla después con cambios en sus volúmenes y texturas.
¿Cómo empezaste a dedicarte al arte?
Viví en Salto hasta los dieciocho años y con el paso del tiempo me di cuenta de que uno hereda algo que se tiene que ejercer. Mi padre, por ejemplo, tenía bandas de música cuando era joven y con el tiempo me di cuenta de que mi familia era re artística. De hecho, siempre digo que gracias al oficio de mis padres pude desarrollar mi arte.
¿A qué se dedicaban tus padres?
Mi padre tenía un taller mecánico –nada que ver– y se dedicaba al tema específico de los radiadores. Entonces, es como que ya cuando empezó mi padre visualizó que los radiadores en un momento se iban a cambiar por otros y no se iban a reparar más. No sé si es porque había poco trabajo o qué, pero dijo: “Yo tengo que hacer otra cosa”. Tengo en la memoria a mi padre cuando se compró una camiseta de fútbol, la puso en un cartón y le puso el número a mano. Después empezó a investigar, hizo un curso de serigrafía y creo que fue el primer serigrafista en el litoral norte. Me acuerdo de que mi abuelo, que también era mecánico, iba a mi casa, veía a mi padre estampando y de a poco fue tomando lugar el taller de serigrafía en el que era el taller de mi abuelo. Esto se fue ampliando y con el paso del tiempo se fue para el lado de la imprenta. También imprimía boletas, el eslogan era: “Imprimimos todo”. Nací entre bastidores y al momento en la adolescencia de elegir una orientación me gustaba la literatura, la filosofía, pero no me veía en eso. Empecé escribiendo y se despertó así mi parte artística. Siempre hubo en mi familia un empuje hacia la libertad creativa.
Ese contacto con los colores debe de haber sido muy importante…
Sí, eso lo analicé mucho, después. Siempre tuve abundancia de materiales y cuando empecé no sabía lo que estaba haciendo. Con catorce años, más o menos, hice mi primera pintura y fue cuando falleció mi abuelo. Me acuerdo de que en vez de salir con mis amigos una tarde me quedé en casa pintando y fue la primera vez que lo hacía y se me fue la hora volando. Cuando abrí la ventana era de madrugada. Había hecho un velorio, con fantasmas, pero nunca más encontré esa pintura. Me gustaría encontrarla porque es el primer registro de una pintura que haya hecho, muchos años antes de tomármelo como algo más en serio. En el taller de mi padre tenía estanterías enormes, llenas de tarros de pintura, y cuando empecé a hacer cosas mi padre nunca me dijo que no usara algo porque no había más. Incluso, sin saber lo que estaba haciendo, estuve siempre rodeado de gente que de alguna manera me ayudaba intelectualmente. Tengo un amigo que me decía: “Tenés que mirar esto”. No había Google en ese momento y fue a mi casa, me llevó un bolso con libros y me dijo: “Vos, si querés pintar, tenés que saber quién pinta, primero”. Y bueno, conocí entre tantos a Picasso, Miró, Oscar Kokoschka.
Tus primeras pinturas tienen un aire expresionista.
-Sí, de los libros que me acercó mi amigo, el de Kokoshka fue el que más me impresionó, sobre todo una obra: “La novia del viento”, que me impactó. Después me fui volcando al movimiento Cobra y cuando encontré eso fue como que me junté con gente que también iba por ese lado. Pero de hecho mi vínculo con la pintura fue autodidacta a partir de la libertad y la confianza que me dieron mis padres para que hiciera lo que me gustaba. También conocí mucha gente que, por ejemplo, había estudiado Bellas Artes, pero en formación de práctica. El taller fue mi escuela, mi lugar de educación. En cuanto a la elaboración de los colores, por ejemplo, yo me acuerdo de que el reto era por cuando venía mi viejo y decía: “Vino fulano y hay que hacer veinte banderas con este naranja, con este verde”. Te daban cuatro o cinco tachos de colores y vos tenías que llegar al color y todo eso. Todo lo que fue formación fue mucho darte la cabeza contra la pared porque no tenía un libro de teoría que aplicar. Ahora tengo muy claro que hay pigmentos que llegan y que en lo textil depende mucho de la base de la tela y muchas cosas más. Pero a veces trabajaba con gente en el taller que lo hacía intuitivamente y creo que eso es un valor agregado que tengo en mi formación: la intuición. Creo que su poder para generar algo es sumamente importante, porque si no termina siendo algo muy estructurado y mecánico. Hay un grado de intuición que lo trabajé mucho. Digo que mis grandes maestros no se autodenominan artistas: mi padre me heredó eso del laburo, la constancia. Por la parte de mi madre, es todo lo que tiene que ver con lo creativo y de resolver las cosas de una manera, con creatividad. Hay una anécdota que siempre cuento y tiene un tono un poco romántico y es que mi madre tiene esa cosa muy espontánea. Por ejemplo, cuando me portaba mal en lugar de decirme: “Andá a tu cuarto en penitencia”, agarraba una lapicera, hacía unos garabatos en un papel y me decía: “Bueno, ahora te sentás acá y me descubrís figuras en estas líneas hasta que descubras cinco, no podés repetir”. Esa era la penitencia. Eso te desarrolla la intuición, toda la parte de buscarle al problema una tercera o cuarta pata, aparte de crecer con ese tipo de ejemplos. Eso creo que tiene un valor agregado increíble.
¿Cuál fue tu primer paso como artista?
Me di cuenta de que lo que hacía era más importante por mi primera exposición colectiva en Salto. Mi padre estaba laburando en su escritorio y siempre había algún dibujo mío por ahí. Entonces entró un señor y le llamaron la atención mis dibujos y pidió para conocerme. Este señor terminó haciendo una exposición de varios artistas que encontró en Salto y que se llamó El alfa de la creación. Era un europeo que había recorrido el mundo, que le gustaba la pintura y nos juntó a todos. Jorge Salvador se llama, fue el principio de algo que yo no tenía ni idea y fue el impulsor de mucha gente en un interior que, y más hace veinte años, era como el Lejano Oeste. Eso nos dio un empuje bárbaro. Después me fui a vivir a Buenos Aires, estuve viviendo en Rosario unos seis años y después me vine a pasar un fin de semana a Montevideo y me quedé. Empezaron a pasar cosas acá. Justo abrió una galería que me había recomendado una amiga, el galerista se copó con mi obra y me instalé acá con mi taller.
¿Cómo te definís con respecto a tu trabajo y a tus etapas de creación?
No siento que sea un pintor. Artista visual, sí, no plástico. Porque la palabra visual me dice mucho más porque no soy nada más que la herramienta, hoy en día. Me considero un investigador. Si me preguntan qué hago, digo que hago una investigación sobre mecanismos en 3D, 2D o lo que sea, porque no me gusta decir que es solamente pintura. Lo que me movió siempre es la investigación, entonces tuve muchas etapas. Fui desarrollando una investigación, como que no hice una escuela y después me formé y salí. Me fui formando y generando cosas. A medida que lo fui pensando y procesando, lo fui mostrando. Creo que mi línea de tiempo como artista –tengo unos veinte años haciendo cosas– es corta. Creo que estoy en la mitad de mi carrera y siempre me impacta mucho cuando veo retrospectivas de gente joven. Porque para mí, en la línea de tiempo, para mostrar todo lo que uno hace, tenés que alejarte mucho. Para mí las retrospectivas se hacen cuando hay una distancia muy grande. Es difícil entender un proceso cuando hay un tiempo muy acotado.
¿Cómo han sido tus períodos creativos?
Siempre fui investigando y largando la obra, haciendo y mostrando. Nunca hice eso de que no quiero mostrar algo que estoy haciendo, siempre fui muy frontal. Hoy, desde hace cinco o seis años con relativo éxito de premios y cosas, me empecé a cuestionar un montón mi vida. No solamente la pintura o lo que hacía como artista visual, sino que me empecé a cuestionar si no había entrado en una especie de máquina y mi pintura era algo que se resumía en que yo llegaba al taller y la planificaba. Sentía que era algo repetitivo o que estaba pintando en piloto automático. Eso me empezó a aturdir la cabeza, a repetir, veía obra que había hecho y sentía que no tenía alma, sentía que repetía por necesidad. Llegó un día en que entré al taller y no tenía ganas de ejecutar, prácticamente. Ahí me empecé a darme cuenta de que en esa transición estaba sintiendo que estaba en el lugar del mundo que prefiero, que para mí es el taller, pero no estaba cómodo. Y me empecé a cuestionar por qué lo estaba haciendo, por qué repetía, la expresión esa ya no me colmaba. También creo que, como parte de lo que fue el inicio de lo que estoy haciendo ahora, llegué a pensar que estaba cansado visualmente. Ser artista y estar cansado de la imagen cuando uno es un generador de imágenes… Sentía eso, que en el trayecto de mi casa hasta el taller ya había estado saturado de imágenes de todo tipo. Es como que en el mundo actual uno no se da cuenta pero cuando estás en una ciudad es inevitable.
¿Y qué hiciste?
Al principio fue difícil darme cuenta cómo podía hacer, pero empecé a tratar de escribir, a tratar de exteriorizar lo que me estaba pasando y me di cuenta, como principio de la transición grande esa que hice en la pintura, de que estaba sobregirado de imágenes y que mi cabeza necesitaba calma. Al principio fue raro, porque empecé por ponerme pequeños obstáculos. Por ejemplo: “Bien, voy a seguir pintando, pero voy a quitar el pincel, no voy a pintar más con carbonilla, voy a bocetear”. Todas las cosas que no había hecho y que sentía que eran una especie de cortafuego para crear. Todo: bosquejos, pensar y darle un sentido a la pintura, desde que hice la muestra en Fundación Unión [2014] siempre tuve una abstracción figurativa, hacía una especie de figuras que se entrelazaban con formas abstractas. Tenía que hacer diez cuadros, pero en realidad dije: “Voy a pintar un cuadro y voy a desarmar ese cuadro en diez cuadros”. Entonces hice la deconstrucción de una obra en diez obras y como un estudio de eso. Lo hice para mí, yo estaba transitando por una necesidad de querer cambiar o salir de la imagen. En realidad lo que quería era meterme más en la abstracción y lo que hice fue tomar un lienzo, pintar un cuadro y a ese lo desarmaba en diez partes. Tenía la idea de que por más que sacara el dibujo de mi pintura mi trazo tiene una memoria, como el ADN, y por más que yo lo sacara del dibujo iba a estar, entonces hice una investigación que se llamaba: “La memoria de la línea”. Era como que viene contigo, en la cadena del ADN. Esa muestra fue el paso para que después luchara contra ese ADN. Aunque si mirás ahora mi pintura, ese trazo ya no está más, lo eliminé, porque en un momento lo que también quise hacer fue eliminar la gestualidad.
¿Cómo llegaste a la abstracción total?
Una vez en Buenos Aires, conocí a Daniel Calori, un pintor argentino, y cuando vi su pintura dije: “¿Cómo está hecho esto?”, porque era una abstracción y parecía una impresión, aunque era al óleo. En ese momento me gané un premio del Fondo de Estímulo a la Formación y Creación Artística y me puse a trabajar con él. Fue el viraje que me faltaba. Me preguntó por qué pintaba, le conté de mi experiencia en el taller de mi padre y me dijo: “Tu herramienta es la serigrafía: la espátula y el bastidor, porque ese es tu inicio, esa es tu identidad”. No le di mucha bola, pero me quedó retumbando, y empecé a hacer algo, que hoy es todo serigrafía. Al principio fue como que tenía que hacer una especie de cuestionamiento. Enseguida me fui a la fotografía, a probar otras cosas, pero lo que me había dicho Daniel me perseguía. Experimenté con fotos mías y de mi familia y lo que hacía era deformarla digitalmente hacia otra imagen y eso me resultó como una materia prima, pero como que estaba perdido en el mundo de la imagen, teniendo tantas posibilidades. Hasta que en 2019 me convocó Martín Craciún para hacer una muestra individual en La Pecera, en La Barra, y me dijo: “Pensemos un proyecto, mandame una idea”. Estaba re ilusionado con esa muestra, me senté en la computadora a redactar el proyecto. Me había comprado un dispositivo Chromecast, lo había instalado en la tele y a este aparato para que funcione le tenés que poner tu e mail y a su vez ese mail tiene un drive donde respaldás tus archivos: fotos o lo que sea. Estaba escribiendo el proyecto y en un momento miro la tele y veo que la tele empieza a mandar imágenes de mi back up del mail con un algoritmo que tiene el aparato que divide la pantalla en dos, entonces de un lado de la pantalla pone imágenes del mismo color o figuras geométricas, y ahí salió el proyecto Higlight. Lo que hice fue usar todos los back ups de mi celular, whatsapp, todas las imágenes, meterlos en un archivo en Drive, usar Chromcast para que genere un algoritmo de imágenes y con esas imágenes pasarlo a la pintura con serigrafía.
En esa exposición pintamos toda la galería de La pecera de amarillo, y fue el inicio de todo. Ahí me di cuenta de que no necesitaba buscar imágenes para lo que yo quería generar. Yo ya las tenía: ese back up que hizo la máquina ya lo tengo. No necesito consumir más imágenes porque las tengo ahí. Que era lo que me estaba torturando. Las imágenes las tengo y tengo que sacarlas de ahí.
¿Ese es el material que te sirve de base en este momento?
Lo que estoy usando como obra hoy en día es mi back up de imágenes, a eso le pongo una especie de “basural” de la imagen porque hay muchas imágenes que se deconstruyen. Hoy en día es mi materia prima, estoy usando estas abstracciones que al principio fueron sacadas de alguna parte. Al principio las figuras que usaba las sacaba de algunas fotos, ahora las diagramo en una computadora. Como un ejercicio para generar la imagen, hago la obra digitalizada en Photoshop y después, con ese archivo, trato de imitar a rajatabla todos los colores y las formas. Luego le calco las siluetas, encinto todo, tapo lo que no va pintado y con el bastidor de serigrafía hago el degradé. Es un proceso re largo, de esperar que se seque, es mucho material y de mucha precisión. Hay una cosa que muchas veces no se visualiza y es que en el mundo que vivimos de los colores todo es muy relativo porque depende de la iluminación, o de cómo esté configurado el dispositivo, entonces el color tiene sus complicaciones pero manejo un margen de aproximación lo más real posible. Con mi manera de laburar y lo que me estoy cuestionando mucho es la época en que vivimos, cómo manipulamos la imagen y que no tiene mucha trascendencia. Creo que con mi obra la re digitalicé, pero con mis manos cambié algo que ya estaba impreso.
¿En qué momento te encontrás actualmente como artista?
Siento que después de rodar en muchas cosas encontré algo muy personal. Desde la forma como se genera hasta el resultado final. Creo que tiene hasta un lenguaje muy personal. Como artista tengo la necesidad de generar una imagen nueva, siempre hay en mí la necesidad de que sea un polo de investigación, yo estoy seguro de que no voy a ser una persona que vaya a capitalizar una cosa y eso vaya a ser así para siempre. Creo que llegué a un lugar estético que es un resumen de cosas, que tiene una entidad que me está dando mucho material y me está generando una comodidad que quizá hace muchos años estaba más “en el aire”. Esto es producto de pensar, reformular y nunca bajar los brazos. Hay una cosa esencial que siempre digo cuando la gente me pregunta: “¿Cómo hacés para vivir de esto?”, creo que hay una virtud que hay que tener y es la personalidad para seguir y mantener una constancia. Uno debe tener la autoestima muy alta, hay que focalizar y no perder el punto. Siempre visualicé que para que mi obra tuviera una vigencia tenía que explotar en todos los lugares porque uno necesita expandirse.