Por Daniel Tomasini
Todas las salas del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) ofrecen muestras de alta calidad, con propuestas de diversos signos estéticos y con un contenido artístico de alto nivel. Los artistas a los que haremos referencia, pertenecientes a distintas épocas, orientan su lenguaje de acuerdo con las técnicas y el contexto social y artístico del momento histórico en el que les tocó vivir. No son oportunas las comparaciones relativas a la calidad –en el caso de que fuera (objetivamente) posible–, en tanto los parámetros mencionados resultan determinantes para colocar –parafraseando al psicólogo social Henri Pichon-Rivière– al artista en situación.
Las técnicas, que en sentido genérico consisten en la selección de materiales y la manera de utilizarlos, suministran la infraestructura del lenguaje, entendido como un sistema de signos que se pone en juego para efectuar el acto de comunicación que, en varios niveles, forma parte del hecho artístico. Por otra parte, desde la impronta misma de su selección, forman parte del hecho indisoluble de la creación: desde la idea creativa son parte de la expresión. Esta, que en términos académicos se define en el término “propuesta estética” (categoría que implica una clasificación hecha a propósito para facilitar la comunicación escrita o hablada, es decir, para hacer entendible la idea), se demuestra por la especial conformación de la propuesta. Cuando decimos “conformación” hacemos referencia a la forma y, por ende, a una entidad visual que tiene determinadas características y es la que hace impacto en nuestros sentidos. Este impacto, que se define por el especial tratamiento de la materia, es lo que califica el acontecimiento artístico como una experiencia. Es similar a una experiencia de viaje, gastronómica, de divertimento, a la causada por un accidente, o a cualquiera que implique un recorte, un aislamiento, un momento particular en el que el individuo está en contacto sensorial y sensible con el mundo o con una parte del mundo que lo afecta en particular en ese instante. Desde esta perspectiva abordaremos las muestras del MNAV.
Leonilda González
La obra de Leonilda González, indudablemente uno de los más reconocidos talentos nacionales en el arte del grabado, debe ser considerada una propuesta de contenido artístico-social de la más concentrada y acertada resolución. Desde la metáfora plástica, manejada con inteligencia y sensibilidad, plasma una serie de expresiones que se traducen al espectador en forma de diálogo silencioso y profundamente elocuente.
Olga Bettas
Aun cuando no haya considerado esta posibilidad en el transcurso de su ideario creativo, muchas formas parecen haber surgido de la seducción y la sensualidad de los materiales utilizados –su blandura, su suavidad, su docilidad y su flexibilidad–, cualidades que en gran medida conducen y determinan el placer de la creación. Desde esta perspectiva, no están ausentes las referencias fálicas (o aun vaginales) en casi toda la muestra: esto no resulta extraño, porque Bettas ya ha incorporado esta temática en otras producciones, en algunos casos referida a los fetiches sexuales, como las prendas interiores.
Es interesante detectar los hilos conductores de ciertos elementos que constituyen el eje de las reflexiones de cada creador, que mediante su proyección en tal o cual forma nos llegan con el impacto al que se hacía referencia más arriba. Siempre contenido en una serie de símbolos, el arte de Bettas, profundamente anclado en las posibilidades expresivas del material que utiliza, produce el efecto de una irrealidad real.
Cuando incursiona en formatos de gran tamaño, como los que representan una especie de animales que la imaginación asocia con reptiles, se desencadenan emociones encontradas, dado que Bettas tiene la característica (¿virtud?) de colocar ante el espectador una serie de objetos u artefactos que articulan reacciones a menudo contradictorias, porque aluden a un inconsciente repleto de memorias, asociaciones y, probablemente, de los llamados “arquetipos” junguianos. Estas criaturas reptilianas, que son blandas y obviamente reptarían, presentan texturas muy atractivas y agradables, que producen un conflicto de sensaciones deliberado –entre agradables y desagradables– que escritores como H.P. Lovecraft han desarrollado en la literatura con gran acierto.
Gerardo Goldwasser
La obra de Goldwasser evoca una tradición y la cultura familiar en la que fue educado. Con recursos sobrios y bien administrados, pensados de forma muy inteligente –de aquí la alusión al minimal y al conceptualismo–, Goldwasser consigue atrapar al espectador desde la perspectiva de un oficio como el de la sastrería, el de sus antepasados y progenitores. Habiendo vivido personalmente en el ambiente y en la problemática implícita en este medio de vida, el artista recorta sus impresiones y las sintetiza en una serie de objetos que van desde cuadros hasta instalaciones, en las que recobran un sentido plástico que hemos definido como evocador.
Esta mirada implica cierta nostalgia y un profundo cariño hacia materiales, utensilios y formas características de la profesión ancestral. El artista replica simétricamente, desde lo artístico, el trabajo de construcción que implica la confección de un traje, cuando articula desde los retazos de su memoria la recomposición-creación de una serie de obras en las que la delicadeza, la precisión y la amorosa memoria están presentes.
Museo Nacional de Artes Visuales
Tomás Giribaldi 2283. Tel.: 2711 6054.
Leonilda González. Artistas mujeres en la Colección del MNAV.
Olga Bettas. Molinos de viento.
Gerardo Goldwasser. Vaivén.