Por Julia Yolanda Boronat.
En el imaginario uruguayo, los barrios Sur y Palermo de Montevideo se asocian con el candombe, principal símbolo y legado de la cultura afro a la construcción de la identidad nacional. Originado en la época colonial –en las organizaciones en las que se congregaban los esclavos–, el candombe se difundió en el siglo XIX junto con el desplazamiento de población afrodescendiente afuera de los muros de la ciudad, una vez abolida la esclavitud.
En el año 1829 se decretó la demolición de las murallas de Montevideo y se encargó el proyecto para el primer ensanche de la ciudad. La Ciudad Nueva se delineó sobre el territorio del antiguo Ejido, desde el perímetro de las murallas hasta aproximadamente la actual calle Barrios Amorín. En la faja sur de ese amanzanado se fue construyendo paulatinamente el barrio Sur.
Pero Montevideo siguió expandiéndose fuera de los límites planificados, por lo que el gobierno en 1872 resolvió la realización de un nuevo ensanche de la planta urbana. La Ciudad Novísima se extendió desde el límite precedente hasta el proyectado bulevar de circunvalación General Artigas. En este segundo ensanche, lindando con el barrio Sur se fue desarrollando el barrio Palermo. El entorno del Cementerio Central, donde hoy se sitúa la Plaza Zitarrosa, se constituyó en lugar de encuentro de ambos.
El área costera sur, azotada frecuentemente por los temporales, no fue atractiva para que la población de ingresos altos construyera en ella sus residencias. Allí se fueron instalando actividades industriales y de servicios, algunas familias de trabajadores pudieron construir sus casas, también la zona fue propicia para que los inversores inmobiliarios construyeran viviendas para alquilar a obreros y empleados.
Entre esas construcciones, dos importantes elementos urbano-arquitectónicos –el barrio Reus Sur, conocido también como Ansina, y el conventillo Medio Mundo– albergaron a familias de afrodescendientes que en estos lugares se integraron a inmigrantes españoles, italianos y otros, así como a familias criollas, cultivando y difundiendo el candombe tanto en los patios de los conventillos como en las calles del vecindario.
En 1928 se aprobó el proyecto para la realización de la Rambla Sur que transformó el borde costero de estos barrios, “ganándole tierra al mar”. Así desaparecieron las playas Santa Ana y Patricios, pero también se demolieron las construcciones de una faja de manzanas con frente al Río de la Plata, erradicando también de este modo los ‘arrabales’.
La modernización de Montevideo implicó, en procura de la concreción de un emblemático ‘balcón al mar’, sucesivas demoliciones y consecuentes desalojos de población de las zonas afectadas. Paulatinamente, entre las décadas del veinte y cincuenta, el tejido urbano de los barrios Sur y Palermo se fue consolidando. A partir de mediados del siglo XX los predios libres situados al borde de la Rambla Sur, de acuerdo a nuevos paradigmas urbano-arquitectónicos, se fueron constituyendo en el marco adecuado para la realización de bloques y torres de viviendas insertos en espacios ajardinados.
En las últimas décadas del pasado siglo, la construcción de nuevas torres de apartamentos en altura fue modificando el paisaje, marcando un abrupto contraste entre el perfil de la rambla y los sectores urbanos más antiguos, situación que afecta particularmente al barrio Sur. Los intereses inmobiliarios por construir nuevos edificios, en las décadas del setenta y ochenta arrasaron con muchos elementos del patrimonio arquitectónico de Montevideo, incluidas obras declaradas Monumento Histórico Nacional. Justamente entre ellas se destacan el conventillo Medio Mundo en barrio Sur y el conjunto habitacional Reus Sur en Palermo, irremediablemente perdidos para el acervo patrimonial de la ciudad. Estas demoliciones produjeron una dolorosa erradicación de población de estos barrios, entre ellos muchos afrodescendientes que se vieron expulsados de su lugar de referencia.
Caracterización del ambiente barrial
Pero aun con las importantes transformaciones producidas, las permanencias del acervo edilicio caracterizan particularmente el paisaje urbano de estos barrios, donde siguen resonando los tambores. Recorriendo sus calles se encuentran construcciones realizadas entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, entre ellas se destacan mayoritariamente las viviendas denominadas ‘casas patio’ o ‘estándar’, fácilmente reconocibles por los elementos que componen sus fachadas: altas ventanas y puertas zaguán de dos hojas que se destacan en el cuerpo del conjunto, imprimiendo un ritmo vertical de vanos que apoya en un alto zócalo a modo de basamento, y como remate una extendida cornisa acompañada por frisos, ménsulas, molduras y balaustres. Muchas de estas casas fueron realizadas, como en la mayor parte de Montevideo, por constructores idóneos, inmigrantes italianos y españoles, hábiles albañiles y artesanos.
Junto a aquéllas, entre 1920 y 1950, se fueron levantando nuevas obras realizadas por arquitectos e ingenieros, que en correspondencia con distintas corrientes arquitectónicas ‘renovaron’ la organización interna de las viviendas de acuerdo a nuevas formas de vida y requerimientos de confort e higiene, realizando también edificios de apartamentos de baja altura, utilizando nuevos materiales y procedimientos constructivos. A su vez, se plasmaron en las fachadas nuevos lenguajes arquitectónicos, apareciendo detalles de inspiración Art Déco, composiciones en proporciones apaisadas –con fajas que destacan planos que marcan la horizontalidad del conjunto– y detalles que remiten a una búsqueda racionalista, además de algunas obras que muestran elementos en planos y balcones con directrices curvas que apelan a un muy modesto expresionismo.
Estas nuevas edificaciones armonizaron con las preexistentes, contribuyendo a ello varios factores: la sucesión y alineación continua de las construcciones sin retiros frontales ni laterales, la uniformidad en las alturas de entre cinco y nueve metros rematadas horizontalmente en azoteas, y las características propias de las obras en las que predominan los muros macizos, correctamente horadados en ritmo y proporciones por los vanos de puertas y ventanas, contribuyen a la volumetría los balcones, cornisas, molduras y decoraciones, que entran en el juego de luces y sombras que animan las fachadas.
Todo esto contribuye a la percepción, preferentemente a lo largo de las calles Carlos Gardel e Isla de Flores y otras de su entorno, de un ambiente barrial coherentemente homogéneo, sin grandes alardes ni destaques de suntuosidad en las construcciones, de buena calidad ambiental, animado con el movimiento cotidiano de los vecinos y de algunas instalaciones comerciales y talleres sin estridencias de marquesinas y adecuado flujo vehicular y de personas. Escenario barrial que estalla en un espectáculo de música, danza y esplendor de color en movimiento, cuando en Carnaval el candombe se expresa a través de su máxima fiesta: el Desfile de Llamadas.