VIVIR O DEJAR MORIR
Por Carlos Diviesti
“-¿Te has follado humanos o no?
-Me he follado algunos, sí.
-Y qué tal.
-Muy bien.”
Este diálogo a la hora de la cena lo mantienen una mujer y un hombre gay en la Benidorm de 2052, cuando la Tierra sigue pareciéndose a la que conocemos hoy en día, aunque con sutiles diferencias: en esa Benidorm de entonces los humanos son minoría y habría que ver en el fondo de las pupilas si los androides no son gente también. Es que parecen personas, y hasta son diversos como notamos en ese diálogo, y hasta sufren y tienen miedo. Y posan para la foto, y cantan y bailan, y envejecen. Mientras, los humanos querrán seguir ocupando su sitio, y matar androides bien puede reportarles los cuatro millones de pesetas que cuesta una de las últimas ovejas en el mundo, una oveja cuyo tiempo de vida no se puede mensurar y cuya lana ya no es necesaria para abrigar a nadie. Claro, visto así SUEÑAN LOS ANDROIDES parece la película bizarra que no es. SUEÑAN LOS ANDROIDES (como su prima hermana vista en 2014 en este mismo festival, la estupenda El futuro, de Luis López Carrasco, que hablaba sobre un pasado político que está quedando muy atrás interviniendo la imagen y el sonido hasta volverlos un absoluto disruptivo) indaga en las costumbres que le dan identidad a España, esas costumbres que no necesariamente indican profundidad etnográfica sino tal vez rancio folklore. Y no lo hace con afán de burla o con espíritu posmoderno; la suya es una decisión madurada desde el guión, donde los elementos seleccionados (los cuadros y las situaciones planteadas) irrumpen en la pantalla sin previo aviso y no solo generan inquietud sino también preguntas, retóricas. “Adónde iremos a parar” podría ser una mientras una sucesión de planos fijos de cierta edificación de futurismo espacial en Benidorm, con el Mediterráneo al fondo y algunos coches circulando a desgano, nos sugiere que aquel mundo conocido en cualquier momento explota.
Filmada con película de 16 milímetros, razón demás para sentirse extrañado en estos días digitales, SUEÑAN LOS ANDROIDES se acerca mejor a la idea que Philip K. Dick sembró en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? respecto de la deshumanización del hábitat que nos toca ocupar. Esa textura granulada del celuloide ampliado a un tamaño inconveniente, mezclado con canciones populares y disparos sordos es estéticamente más punk que el estilizado mundo apocalíptico del Blade Runner de Ridley Scott. Por supuesto que son películas distintas pero es evidente que en SUEÑAN LOS ANDROIDES pulsiona el deseo de construir una normalidad que no conoce de idealismos sino que pretende vivir o morir a como de, o a como nos venga en ganas.