LA DANZA DE LA REALIDAD
Carlos Diviesti
María José y Norberto hacen treinta y ocho años que están casados. Viven en Belo Horizonte, tienen dos hijos varones (Nato, que trabaja en altura, y André, que trabaja en el cine), y de alguna forma nos muestran el hastío de unos días sin relieve, días en los que podrían bailar con la música de la radio pero que no lo hacen ni aunque quisieran. Los hijos notan ese hastío y saben que quizás se aproxima la separación de sus papás y hasta sufren por ello, y sufren también por su propia vida que no sale como quisieran que salga y se evaden por Youtube cuando tienen tiempo de encontrarse. Y aunque ya grandes en edad los padres de los muchachos tienen cosas que ocultar(se), ocultar(les) y ocultar(nos), cosas que pueden modificar el curso de la historia cotidiana y transformarla en otro asunto.
Si la vemos por aquí ELA VOLTA NA QUINTA (el jueves, el día en la que ella volverá, no importa cuándo) se acercaría al retrato de costumbres que cualquier cinematografía puede ofrecer sobre la gente de su pueblo. Como nota distintiva podríamos señalar que André Novais Oliveira contextúa sin forzar la cuestión de los vaivenes socioeconómicos de la gestión del PT brasilero mostrando el paisaje en movimiento de los barrios populares o señalando cómo cuesta transportar a pulso una heladera con freezer a través de las vallas de ciertos barrios acomodados. Pero falta. ELA VOLTA NA QUINTA se vuelve tan singular cuando nos enteramos que todos los personajes de la película son parientes entre sí (los padres son los padres de los hermanos, que son hermanos), o compañeros de trabajo, o amigos, o individuos circunstanciales que no le ven nada de extraordinario al hecho de que alguien los esté filmando, como si la vida filmada fuera la misma cosa que la vida vivida y por vivir, incluida la muerte. Y que si bien la historia que cuenta la película es una ficción, los modos para llevarla adelante se corresponden con la realidad, la realidad de ellos, la de cada jornada, la misma que los lleva a pelar una naranja como la pelan cada vez que la comen. Y entonces se dinamitan los bordes y el experimento da un resultado nuevo, extraño y extrañado, de una verdad que cuesta admitir que sea falsa, y allí la película, pues, se hace sin dudas notable.
Por su parte AL CENTRO DE LA TIERRA hace el camino inverso: el de ser un documental y transformarse en una ficción, con resultados contradictorios. Antonio Zuleta, cazador de OVNIs, actor vocacional casi setentón, viudo y con hijos chicos, está convencido de ser un elegido con quien los extraterrestres harán contacto cuando decidan darse a conocer. Los extraterrestres o Dios, quién sabe, porque Antonio cree que Dios también lo eligió para que transmita sus milagros. Antonio vive en Cachi, Salta, y anda con su vieja cámara Hi8 registrando a los vecinos que también fueron seleccionados por los otros mundos. Esas filmaciones caseras, donde los puntos brillantes pueden ser OVNIs, satélites, aviones o vaya uno a saber qué cosa, se vuelven obsesión para Antonio porque en ellas cree ver una verdad que los ojos de los humanos no alcanzan a descubrir. Es cuando Antonio tiene una entrevista con Fabio Zerpa para mostrarle esas filmaciones, en Buenos Aires, que la película se vuelca a la ficción, o a la realidad ficcionada, y aquella sensación de extrañamiento que producía el contraste del hombre con el paisaje (mágicamente fotografiado por Ramiro Civita) se transforma en una puesta en escena demasiado calculada que transforma el divague metafísico de Antonio en una locura de tranquilizador misticismo, con bella música de fondo. Y uno se pregunta por qué Daniel Rosenfeld, pues, eligió privilegiar su mirada si hasta entonces lo habíamos visto todo a través de los ojos de Antonio. A diferencia de ELA VOLTA NA QUINTA, la irrupción del cine en esta historia nos deja lamentablemente fuera de la pantalla.