VOLVER A LOS 17
Por Carlos Diviesti
Volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios,
eso es lo que siento yo
en este instante fecundo
Violeta Parra (1917-1967, cantautora chilena)
En una suculenta once para damas en la plenitud de su otoño (esas señoras que lentamente vuelven a ser chiquillas, empezando por los dulces) debe haber tortas, berlinesas, calzones rotos, mermeladas/jaleas/dulces/manjar, galletas, helados, panqueques, picarones, roscas, sopaipillas, tortillas al rescoldo, barros jarpa, barros luco, chacareros o lomitos. Al menos así lo dice Wikipedia y no lo desmiente Maite Alberdi en su documental LA ONCE, que visto a la hora de la once justamente, recién pasada la hora del té o en simultáneo a ella, da un hambre descomunal de cada bocado de aquella ambrosía. Pero estas señoras nos obstaculizarían el paso en caso de querer participar de alguno de esos encuentros: cada nuevo comensal debe ser admitido por el grupo, y todos los comensales deben ser mujeres. Nos quedaremos a mirarlas desde la platea entonces si somos caballeros.
Maite Alberdi trabaja a este grupo de viejas camaradas de liceo -inestable en número, se irá comprendiendo y lamentando por qué- a partir de la acumulación de primeros planos que nos las volverán entrañables al paso que avancen los setenta minutos que dura la película, primeros planos en que los años se irán notando con mayor aplomo y dramatismo que en otros intentos cinematográficos por capturar la fugacidad de la vida. A estas señoras, entre las que está María Teresa, voz cantante del grupo y abuela de la directora, les ha pasado de todo en estos sesenta y cinco años en los que se juntan, religiosamente, una vez al mes en la casa de alguna de ellas, oportunidad en la que (amén de contarse la diálisis presente y reírse del pasado o añorar al amor que nunca se ha ido) juntan el dinero para el paseo con el que proyectan celebrar un nuevo año de amistad indisoluble. Porque eso es lo que pasa en LA ONCE, mientras las señoras comen y las anécdotas de unas se reflejan en el gesto de las que escuchan: esa amistad indisoluble no sabe de desmemorias físicas ni de muerte figurada. ¿O acaso la muerte las hará menos amigas por el simple hecho de no estar allí? En esa especie de conciliábulo mensual se compartieron los casamientos, los cuernos y la viudez, los hijos, los nietos y los conciertos de Francisca, que podrá seguir adelante aunque su mamá se vaya. En una única once, la que vemos en el cine, Maite Alberdi condensa los cinco años que le llevó relevar los encuentros de estas amigas, y seguro que habrá aprendido a ser discreta y a pololear con todo el cuerpo, que eso es algo que se ha hecho desde el principio del tiempo y que estas damas recién ahora se atreven a confesar sueltas de cuerpo. Vamos, que para esto también sirve el cine, que es tan reconfortante como una oración que le agradezca al Señor los alimentos y el continuar andando el mundo.