Grand Hotel
Carlos Diviesti
En algunas ocasiones no es nada más que una puerta muy delgada lo que separa a los niños de lo que nosotros llamamos mundo real, y un poco de viento puede abrirla.
Stefan Zweig
Wes Anderson es un tipo joven pero añora un mundo que ni siquiera vivieron sus padres. Tal vez lo hayan vivido sus abuelos, pero no estamos aquí para ficcionalizar su vida (sería divertido hacer una película sobre la familia de Wes Anderson tomando a Wes Anderson como narrador testigo de los hechos, con cazadora y pantalones cortos de franela marrón, como uno de los personajes de Moonrise Kingdom; o quizás ya la haya ficcionalizado él desde Rushmore para acá, imposible saberlo). Las suyas son películas muy reconocibles porque en ellas priman dos factores que muy pocos se atreven a utilizar en el cine de la actualidad -y que utilizaron muy pocos en la historia del cine-: la construcción visual en la imagen y el movimiento interno de la misma. Wes Anderson pareciera burlarse del cine en cada una de sus películas, pero no, no se burla, ni tampoco le rinde homenaje. Wes Anderson, con muy pocas películas en su haber a lo largo de veinte años de carrera, compendió cada truco del cine en cada uno de sus films y ese compendio lo tenemos completo en la reverenciable El Gran Hotel Budapest.
Pero vayamos por partes, como a través de los capítulos de un libro.
1. En los títulos de cierre Wes Anderson afirma que el guión de El Gran Hotel Budapest es el resultado de la lectura de ciertos títulos de Stefan Zweig, uno de los autores más venerados por el público de entreguerras a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Es poco probable que algo de sus historias esté presente en esta película, pero es indudable que el espíritu de aquel mundo, el de una Europa culta, refinada, millonaria, que se dirigía sin que nadie la lleve, irremediablemente, al abismo, fue retratado con tanto amor al arte por Wes Anderson como nadie lo hizo. Es que ese mundo artificial de la película fue en verdad la forma de vida de los ilustrados, el caldo de cultivo de los cambios sociales que llegaron en simultáneo, la fundación del miedo. Stefan Zweig, aún con su fama a cuestas, debió huir de aquella Europa perseguida por el nazismo y debió exiliarse en otro continente, en el nuestro. Vivió unos cuantos años en Petrópolis, estado de Río de Janeiro, la ciudad imperial de Brasil, pero se suicidó en 1942, a los sesenta, incapaz de soportar el final de aquel mundo conocido.
2. En El Gran Hotel Budapest, enclavado en lo que antiguamente fue la República de Zubrowka, ese lugar donde hoy hay un cementerio donde los aspirantes a conserje de hotel le dejan su primera llave al monumento del escritor que les marcó la senda, ese mismo escritor, bloqueado en 1968, se decide a visitar aquel bastión de la alta cultura europea, el hotel del título. Al Grand Hotel Budapest, entonces, aún se accede a través de un funicular escalonado, y aunque el pasaje que puebla las habitaciones no está formado por viajeros con ansias de descubrir el mundo, algunos solitarios como M. Moustafa tienen historias para contar, grandes historias. Por ejemplo, como hizo M. Moustafa, pasajero alojado en una habitación de servicio, para transformarse en el dueño de ese lugar. Y es allí donde radica el (primer) encanto de esta película: la historia nunca es objetiva. M. Moustafa la contará como le plazca, desde las bañaderas de loza del spa o sentado a una mesita a la hora de la cena (el segundo encanto es que el escritor la imaginará como le plazca también mientras nosotros nos dejamos llevar por la medida ideal de los enormes decorados de colores restallantes).
3. M. Gustave H. es el héroe de la historia, el conserje que le enseñó en los años ’30 el trabajo de botones a Zero Moustafa, un bon vivant, un romántico, un poeta capaz de enamorar señoras mayores que le dirán “I love you” encogidas por los años en la amplitud de sus coches antes de irse para siempre. Todos los héroes son estrafalarios, también los villanos y el terror que siembren a su paso con tal de obtener sus objetivos, un cuadro en herencia o la idea de poseer el arte. Y pese a que los colores vivos dominan muy buena parte del metraje de esta película, en algún momento habremos de descubrir que todo deriva a los colores tierra, neutros, luego apastelados, los colores de un recuerdo que se diluye. En algún momento también el interés de la imagen se ubicará exactamente en el centro del cuadro, probablemente cuando las cosas ya estén definidas y haya que sacar un conejo de la galera para seguir la marcha y avanzar hacia los lados, ¿para huir?, ¿para salvarse?
4. (…) Sin embargo, el hecho de que el tren avanzara ya era un milagro, aunque fuera largo y lento; cada vez que las ruedas, mal engrasadas, chirriaban con menor estridencia, temíamos que a la locomotora, agotada por el trabajo, le faltara el aliento. Para un trayecto que normalmente se cubría en una hora, hacían falta cuatro o cinco y, al anochecer, la oscuridad en el interior del tren era absoluta. Las bombillas estaban rotas o habían sido robadas; si alguien buscaba algo, tenía que andar a tientas con cerillas, y si no pasábamos frío era porque, desde el principio, nos habíamos sentado siete u ocho bien juntos y apretados. Pero ya en la primera estación subió más gente y se metió en los vagones como pudo, cansada de tantas horas de espera. Los pasillos estaban abarrotados, incluso en los estribos se acurrucaban algunas personas, expuestas al frío de la noche casi invernal y, además, todo el mundo apretaba contra su cuerpo el equipaje y un paquete de víveres; nadie se atrevía a soltar nada de la mano en medio de la oscuridad, ni siquiera por un minuto. Me daba cuenta de que había salido de un mundo de paz para volver a los horrores de la guerra que ya creía acabados. (…) El sol brillaba con plenitud y fuerza. Mientras regresaba a casa, de pronto observé mi sombra ante mí, del mismo modo que veía la sombra de la otra guerra detrás de la actual. Durante todo ese tiempo, aquella sombra ya no se apartó de mí; se cernía sobre mis pensamientos noche y día; quizá su oscuro contorno se proyecta también sobre muchas páginas de este libro. Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad. (Stefan Zweig, en El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Acantilado, traducción de J. Fontcuberta y A. Orzezek)
5. (…) Portero: -¿Se marcha usted hoy, señor doctor?
Doctor: -Tampoco. ¡Qué mas da estar aquí o en otra parte! El hotel, siquiera, es un mundo pequeño. Pasan la vida y la muerte precipitadamente. Y si no hubiera alguien que como yo (Sentándose) permaneciera en su punto de observación, ¿quién contaría las bufonadas, las comedias y los dramas de los grandes hoteles? Me quedo… No importa que no se acuerde nadie de mí… Con acordarme yo de todos, con ser algo de todos, basta. Me quedo, me quedo… (Oscuro. Vuelve a aparecer el reclamo luminoso del Gran Hotel, y el barullo de timbres, claxons, bocinas, etc., recuerda el principio de la obra). (Vicki Baum, Grand Hotel, versión teatral; adaptación española de Arturo Mori, Revista La Farsa nº 268, Madrid, España, 1932)
¿Qué añora entonces Wes Anderson si él no vivió ese mundo ya disuelto para siempre, recuperable únicamente en la ficción del cine? ¿O será que en esa añoranza en realidad nos quiere mostrar que el mundo viaja alocado hacia el mismo pozo, aún abierto? Por eso, más allá de la elegancia de sus imágenes, de lo juguetón de sus situaciones y de lo calculadamente geométrico de sus intérpretes, El Gran Hotel Budapest alterna los formatos de proyección no por capricho o exquisitez sino para que agucemos el ojo, para que veamos un poco más allá de una brumosa ladera nevada por la que nos acecha el peligro por todos conocido.
El Gran Hotel Budapest (The Grand Hotel Budapest, EE.UU./Alemania/Reino Unido, 2014). Dirigida por Wes Anderson. Escrita por Wes Anderson y Hugo Guiness, sobre escritos de Stefan Zweig. Producida por Scott Rudin, Wes Anderson, Jeremy Dawson. Fotografía: Robert D. Yeoman. Edición: Barney Pilling. Música: Alexandre Desplat. Intérpretes: Ralph Fiennes, Tony Revolori, F. Murray Abraham, Jude Law, Tom Wilkinson, Tilda Swinton, Adrien Brody, Willem Dafoe, Saoirse Ronan, Harvey Keitel, Mathieu Amalric, Léa Seydoux, Bill Murray. 100 minutos.