Pajarracos y pajaritos
Carlos Diviesti
Riggan tiene una hija y un alter ego que le dio fama y dinero. Su hija es Sam y tiene un par de ojos que la resguardan del mundo y el alter ego es Birdman, su personaje de la pantalla que no lo deja ni a sol ni a sombra. Riggan es actor. Fue muy bueno hasta que filmó la primera entrega de Birdman, y allí, evidentemente, quedó encasillado. Podríamos decir que quedó encasillado con el personaje porque, para despejar dudas, Riggan es Birdman. Nadie se asombra en Nueva York si un hombre sale volando por el aire, así que Riggan tiene todo el cielo abierto para expresarse. Pero él quiere demostrarle al mundo que es un actor de una sola pieza, de la versión que él mismo adapta y dirige de De qué hablamos cuando hablamos de amor, el libro de relatos de Raymond Carver. Fantástica es la vida como para mostrarla en el escenario, piensa Riggan en su camarín o es lo que nos queda en claro luego de ver cómo explotan las lamparitas del espejo al solo impulso de su mente. Quizás, lo que necesite el escenario es bañarse con su realidad: habrá un actor borracho, dos actrices enamoradas del actor y de Riggan pero más enamoradas de sí mismas, una ex esposa con problemas para mantenerlo a raya económicamente hablando, un agente desbordado y una ciudad que es otra muy distinta por la noche cuando las calles de Broadway se alumbran. Pero a Riggan lo obsesiona que lo acepte la posteridad, y en ese sentido, lejos de ser virtuoso, es tan necio como un ignorante.
Alejandro González Iñárritu, el mismo que dirigiera la sobrevalorada Amores perros, la pomposa Babel y la cochambrosa Biutiful, ha dirigido una gran película, Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia). Todo está (casi) perfecto en esta historia: el humor y la emoción surgen de la propia entraña de los personajes y esta vez, en lugar de pontificar sobre los excesos, González Iñárritu se preocupa por circunscribir la historia a unas pocas cuadras del teatro del mundo y a dejarse llevar por el propio vuelo de las situaciones. Que no son pocas y que se encadenan en la ilusión de una única toma, cuyo prodigio de montaje es la gran hazaña de González Iñárritu y de Douglas Crise y Stephen Mirrione. Claro, sumémosle a la hazaña la fotografía de Emmanuel Lubezki y la película toda se vuelve plásticamente irresistible, sea cual sea la historia que cuente.
Pero Birdman…, además, cuenta muy bien su historia. No es una gran historia per se, es una historia que Hollywood recrea cada tanto para hablar de su propia gloria arruinada, del prestigio imperecedero del teatro y de los egos volátiles de sus protagonistas y partiquinos. Ahí tenemos La malvada o A chorus line, por citar nomás dos ejemplos en la misma ciudad donde se desarrolla Birdman, y con esos dos ejemplos también tenemos dos cuestiones que dibujan otra ruta en el mapa. Tanto La malvada como A chorus line hablan desde la época en la que fueron producidas, desde su propio presente. El propio presente que ofrece Birdman es uno tan aciago como la certeza de vivir en un mundo sin efectos especiales, ese mismo mundo que fomenta el deseo de haber sido y el dolor de ya no ser. Y pese a que Birdman es puro swing, en el fondo no es más que un tango triste y sin rumbo. El guión lo firman González Iñárritu, Alexander Dinelaris y los argentinos Nicolás Giacobone y Armando Bó, los mismos que hicieron algunos años atrás El último Elvis con un tema parecido, y que ahora fueron mucho más lejos sin perder el corazón.
Párrafo aparte merecen las actuaciones de Michael Keaton como Riggan y Emma Stone como Sam. Uno no solamente vuelve a los primeros planos del cine sino que se zambulle de cabeza en el barro, y la otra es puro asombro en la maravilla de sus ojos abiertos y en la fiereza de su cuerpo frágil.
Vaya volando a verla, que usted también puede hacerlo. Volar, claro.
Birdman, o la inesperada virtud de la ignorancia (Birdman, or the unexpected virtue of ignorance; EE.UU., 2014). Dirigida por Alejandro González Iñárritu. Escrita por Alejandro González Iñárritu, Alexander Dinelaris, Nicolás Giacobone y Armando Bó. Producida por John Lesher, Arnon Milchan, James W. Skotchdopole. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Edición: Alejandro González Iñárritu, Douglas Crise, Stephen Mirrione. Música: Jeff Bernat. Intérpretes: Michael Keaton, Emma Stone, Edward Norton, Naomi Watts, Andrea Riseborough, Zach Galifianakis. 119 minutos.