Las nominadas al Oscar a la Mejor Película: Boyhood
Corre por tu vida
Por Carlos Diviesti
Mason, al principio de Boyhood, tiene 6 años. Y Mason, al final de Boyhood, ciento sesenta y cinco minutos después, tiene 18. Eso es todo. Bueno, sí, hay unas cuantas vidas de por medio, la de Mason, la de su mamá, la de su papá, la de su hermana Samantha y la de un puñado de gente que se va perdiendo por el camino. No hay más que eso, no hay más que un registro sensibilizado más que sensible, y tecnicismos mínimos que consisten en empatar la colorimetría del material rodado y montarlo sin elipsis notorias. Nada notable por cierto.
Estamos siendo muy duros, ¿no? A ustedes les gustó mucho Boyhood, no tenemos derecho a voltearla de un hachazo. Y no, no se debe. Linklater rodó su película a través de doce años con toda la hazaña de producción que ello implica. Pero ya que en Francotirador el papá de Chris Kyle le pide a Chris que no deje el rifle en el piso después de matar a una presa, nosotros no nos guardamos el hacha en el bolsillo cuando uno de los datos de esa producción indica que Boyhood se filmó en diecinueve días. Diecinueve días a lo largo de doce años, algo así como un día y medio cada trescientos sesenta y cinco.
Ese último dato nos obliga a ser parciales y a convenir que es la razón por la que Boyhood resulta un producto tan fácil de digerir, más consciente de sus limitaciones que de sus posibilidades. ¿Qué es más importante en Boyhood, ver a Ellar Coltrane (el actor que interpreta a Mason) dejar de ser un chico, o el crescendo dramático de la historia de su vida? ¿Por qué las cuestiones más interesantes (los novios de mamá son el punto alto del relato) se diluyen sin transformarse? ¿Por qué la hermana pierde protagonismo cuando entra en la adolescencia, porque el personaje se aparta o porque Lorelei Linklater (la actriz que la personifica) dejó de ser graciosa? ¿Por qué el personaje del padre no hace avanzar la acción ya que se esfuerza por estar presente? Y lo más importante, ¿por qué al final todo parece insustancial, como si los momentos de esa vida fueran los menos conflictivos, exactamente el mismo bombón en la caja de chocolates de Forrest Gump?
A Richard Linklater le gusta domar el tiempo a su antojo. Con la trilogía Antes de… pudo hacerlo sin problemas porque la acción surgía a partir del duelo dialéctico que entablaban Jesse y Celine, y cuando dos amantes hablan entre sí y discuten y se sacan chispas, el sexo y el amor latentes es fascinante. Boyhood se le rebela, porque Boyhood no puede verse abstrayéndonos de su historia. En Boyhood no pasa nada: una vez que nos sorprendimos con el primer cambio en el crecimiento de Mason, el resto es parte de la misma serie. Tenemos la sensación de que Mason discurre entre sus días más que vivirlos, que es un niño primero y un adolescente después sin más zozobras que tener una familia disfuncional, que no corre por su vida porque no tiene necesidad de correr, aunque nosotros anhelemos que aprenda de su madre y se enloquezca un poco.
Y para terminar, porque no hay mucho más por decir, en Boyhood no hay poesía. En Boyhood no inferimos el destino de Mason, tan solo lo observamos venir. Y eso es imperdonable porque nos distancia, nos deja cerca del olvido.
Boyhood – Momentos de una vida (Boyhood; EE.UU., 2014). Escrita y dirigida por Richard Linklater. Producida por Richard Linklater, Cathleen Sutherland. Fotografía: Lee Daniel, Shane Kelly. Edición: Sandra Adair. Intérpretes: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Ethan Hawke, Lorelei Linklater. 165 minutos.