DOSSIER CRÍTICA / DANZA
Por Silvana Silveira
De lo mejor
Con fuerte impronta teatral, una historia con el vigor de un clásico y una coreografía magistral, Hamlet Ruso fue desde todo punto de vista una de las mejores obras que interpretó el Ballet Nacional del Sodre (BNS) desde que Julio Bocca está al frente del mismo.
De exigencia técnica similar a la demandada por In The Middle Somewhat Elevated de William Forsythe (en cuanto a la complejidad del movimiento) que el BNS llevó a escena meses antes, Hamlet Ruso es una obra maestra del coreógrafo ruso Boris Eifman (1946) basada en una historia real (la del hijo de Catalina La Grande, Pablo quien fuera zar de Rusia) adaptada libremente al Hamlet de William Shakespeare.
La obra retrata los sueños de venganza y poder del príncipe Pablo, que presenció el asesinato de su padre –el zar Pedro III– y pasó buena parte de sus días atormentado a la sombra de su madre, desplazado de su legítimo derecho al trono en un escenario poblado de crímenes y traiciones.
Eifman se destacó como coreógrafo en el Conservatorio de Leningrado y como coreógrafo oficial de la prestigiosa Academia de Vaganova y de la Escuela de Ballet del Kirov. En 1977 fundó su propia compañía. Es autor de una serie de piezas inspiradas mayormente en obras literarias de Shakespeare, Dostoievsky, Beaumarchais, Mikhail Boulgakov y Zola, que se diferencian del academicismo oficial y sintetizan la quintaesencia del ballet con caracteres portadores de fuertes emociones y complejos perfiles psicológicos más propios de la danza moderna. No en vano se lo conoce por haber desarrollado nuevas tendencias en el ballet ruso.
Además de investigar y utilizar elementos teatrales, sus puestas en escena, de un fuerte lirismo trágico, se caracterizan por tener magníficos escenarios y vestuarios. Otro recurso que lo ha caracterizado es la creación de magníficos tableaux vivants.
En el caso de Hamlet Ruso, basada libremente en el célebre drama de Shakespeare, Eifman sorprende gratamente y hechiza a la audiencia con un relato ágil y dinámico pero sin apresuramientos, una obra fuertemente sostenida en la acción que se va desenvolviendo lentamente pero con ritmo implacable. La cualidad teatral de la puesta en escena hace que el público pueda seguir la trama sin dificultad. La genialidad de Eifman se hace evidente en muchos aspectos, pero fundamentalmente en el desborde creativo de la coreografía capaz de producir imágenes memorables.
En particular, la coreografía propone un despliegue sin fin de destrezas acrobáticas y sutiles movimientos de profundo lirismo que en su momento supieron renovar el vocabulario de la danza clásica y ensanchar los límites para las creaciones de ballet. Pero lo que más caracteriza a esta obra es una profunda sensualidad en el movimiento, la forma con alto contenido erótico en que Eifman dispone, engarza y mueve los cuerpos de los bailarines, con una característica que podría denominarse de creación cuerpo a cuerpo.
Esa cualidad es en sí misma una nueva forma de concebir el ballet, frecuentemente más galante que erótico, más templado que sensual, con las distancias entre los cuerpos más definidas. No menos destacables que sus escenas ardientes (Eifman se ha dedicado a explorar la pasión a través del movimiento en obras como Rodin, Don Juan y Anna Karenina entre otras) son los detalles líricos de los que la obra está repleta, así como la destreza e inventiva para componer con los cuerpos de los bailarines imágenes que son como cuadros o como armónicas esculturas.
La audacia de su estilo le ha valido algunos detractores, sus caracteres fuertemente apasionados y la alta cuota de erotismo no son del gusto de todos los públicos. Sin embargo, Eifman está lejos de caer en lo grotesco. Él ha definido sus creaciones como ballets psicológicos y ha manifestado que la danza no es un proceso físico sino espiritual.
En rigor, Hamlet Ruso es un ballet en dos actos sobre música de Beethoven y Mahler con escenografía y vestuario de Okunev, estrenado en 1999, que bucea en el alma humana para analizar filosóficamente cómo el poder deforma las relaciones y puede destruir a las personas.
El BNS está absolutamente soberbio en esta pieza para la cual es necesario no sólo un profundo conocimiento de la obra, sino un alto grado de concentración para realizar todas las proezas que contiene. Además requiere de los bailarines, al menos de los roles principales, un importante grado de histrionismo.
En la función del 17 de diciembre, Rosina Gil brindó una magnífica interpretación de Catalina, La Emperatriz, elegante y apasionada en todos sus movimientos a tono con el derroche de energía y la teatralidad que implica la obra. Lo mismo vale para Guillermo González que fue muy convincente en su papel de Príncipe Pablo y para Francisco Carámbula que se destacó en el rol de El Favorito, al tiempo que se despedía de los escenarios.
Al finalizar la función hubo una emotiva despedida de Andrea Salazar y Carámbula, ambos integrantes del ballet estatal de larga data, que supieron dar vigor a las producciones cuando las condiciones no eran tan favorables como las actuales.
Hay que celebrar nuevamente la decisión de Julio Bocca de llevar a escena esta obra que se presentó con funciones repletas, así como su pericia para llevar al BNS a este nivel, que sólo lo deja a uno con ganas de ver más ballet, mucho ballet notablemente interpretado por el elenco estatal.
Hamlet Ruso
Ballet Nacional del Sodre
Director artístico: Julio Bocca.
Coreografía: Boris Eifman.
Maestros repositores: Elena Kuzmina/Sergei Zimin.
Escenografía y vestuario: Viacheslav Okunev.
Producción: Lithuanian National Opera & Ballet Theatre.
Lugar: Auditorio Nacional del Sodre.
Funciones: del 5 al 20 de diciembre. (Reseña: función del 17 de diciembre).