Lejos de una crítica de la que no sería capaz, mi intención es rescatar de las profundidades en las que han hundido a la última película de Ben Stiller como director. Un largometraje lindo de ver, a mitad de camino entre cualquier película indie y clásico de Hollywood.
Selecciono dos de las críticas por su creatividad difamatoria. La primera es de el diario El Mundo, que definió el largometraje como una publicidad de Mastercard, un filme que exalta al turismo como medio eficiente para evadirse de la rutina: Tiquete aéreo hacia Groenlandia: 2.000 dólares; Cerveza con los lugareños: 5 dólares; hostal en medio de la montaña: 30 dólares; vivir la experiencia de tu vida: no tiene precio. La segunda, de El País de Madrid, la definió como un coitus interruptus de la imaginación del personaje, a la cual se ve condenado para satisfacer sus deseos de una vida mejor.
Ambas calificaciones me parecen erradas porque se centran en los viajes que Walter Mitty hace con su imaginación en su vida cotidiana, y no en lo que viene después, cuando tiene que volverse real ese aventurero que vive en su inconsciente para recuperar el negativo desaparecido que será portada de la última edición de la revista Life en papel, antes de que pase a la era digital. Además de equivocadas son injustas, porque nadie se atrevería a decirle a Tim Burton que El Gran Pez era una invitación al turismo porque el padre del niño se evadía de la realidad.
No defrauda en su fotografía, efectos especiales, actuaciones, desarrollo de personajes y hasta tiene una historia de amor; todos ítems fundamentales para cualquier blockbuster de Hollywood. Se le puede criticar el guión, con una introducción eterna que hace honor al cuento original de James Thurber publicado en el Newyorker en 1939, pero que demora el inicio de la película de Stiller.
Finalizada la crítica de la crítica, paso a lo que me interesó. La foto no está, el negativo número veinticinco desapareció, y con él desapareció la última portada. La quintaesencia de Life como la llamó el fotógrafo. En su lugar quedó la no foto, el espacio vacío entre los treinta y seis fotogramas del rollo revelado. Durante gran parte de la película me pregunté (sólo yo, ninguno de los que estaba conmigo pensó en lo mismo) si quizás esa ausencia, esa no foto, que son todas las fotos posibles, era lo que Ben Stiller quería –con mucha poesía- decirnos que era la quintaescencia de la famosa revista. Como invitándonos a que cada uno pusiera ‘su foto’ en la tapa. Obviamente no fue lo que pasó, la foto existe… y la vemos. Y todos contentos.
Sin embargo, más adelante, Walter Mitty se encuentra (por fin) con Sean O’ Connel, el misterioso y escurridizo fotógrafo protagonizado por Sean Penn, en una montaña, esperando para sacar una foto imposible de un animal que se deja ver demasiado poco, tanto que se ganó el apodo de Gato Fantasma. Cuando por fin aparece, Sean Penn le muestra emocionado a través de la cámara la hermosa foto del animal. Impaciente el personaje de Ben Stiller le pregunta (ver el video):
-¿Cuándo vas a sacarla?-A veces no la saco. Si me gusta el momento… lo disfruto.
Usualmente no me gusta que me distraiga la cámara. Quiero formar parte de ella.
-¿Formar parte? –le pregunta Walter Mitty tratando de entender.
-Si, estar en ella. Estar aquí.
De vuelta esa no foto. Que en lugar de ser todas las fotos posibles, es la posibilidad de pertenecer. Es la dicotomía misma del fotógrafo. Si saca la foto, queda detrás de ella, del otro lado del obturador. Sin embargo, si no la saca, es parte de ella, es uno de los protagonistas de la escena. Me hubiera gustado una toma en la película que incluyera esa foto, un mismo plano con el fotógrafo, Walter Mitty y el Gato Fantasma, que en realidad es un leopardo bastante común.
Lo que a mi me importa, por deformación profesional, es el tratamiento de la foto como objeto disparador, si bien en ambos casos es diferente. La foto es el elemento que verifica una realidad necesaria para las dos historias. Consciente del fuerte vínculo que la fotografía tienen con la realidad, por su capacidad de indicar que lo que vemos efectivamente estuvo frente a la cámara, Thomas en Blow Up se desespera por encontrar a la víctima. Mitty sabe que la quintaescencia ya está plasmada en el negativo 25, pronta para que todas las personas del mundo la puedan descubrir, y va a superar todos sus miedos para poder encontrar esa imagen atrapada en las sales de plata.
La imagen fotográfica refiere a la realidad, pero también la crea. Al desaparecer todos los rastros de esa foto en Blow up, se elimina también el muerto, el asesinato, y el asesino. En Mitty, Sean O’Connel había dictaminado que ese fotograma era la quintaesencia de la revista, y así lo llaman en adelante los nuevos dueños de Life. No saben cuál es la imagen, pero sea cual sea, es la quintaescencia de la revista.
También en nuestra vida la foto crea nuestra propia memoria personal, y nuestra memoria colectiva, que es la historia. Nuestros recuerdos son aquellos alrededor de una imagen, y se desvanecen si no hubo registro. Pero también lo contrario, puede pasar como con el Gato Fantasma, la cámara es un aparato que se interpone entre nosotros y la escena, que nos deja afuera, y nos posterga el encuentro para cuando veamos la imagen.
Filosofía poética de la mano de Ben Stiller, lejos de un coitus interruptus que master card no puede pagar.