Por Eldys Baratute.
En los últimos años se debate mucho en los círculos Académicos sobre el papel de la literatura que se escribe para niños, adolescentes y jóvenes. Algunos defienden un fin didáctico, lúdico, como una herramienta pedagógica que contribuye a la formación de los más pequeños; otros defienden al género como literatura, en mayúsculas y sin apellidos que, como toda obra de arte, su valor radica en comunicar y emocionar, mover sentimientos de los públicos, tengan la edad que tengan.
Sin que me lo haya confirmado con palabras, tengo la percepción de que Mercedes Lafourcade defiende ambas teorías y trata de demostrar que no tienen que ser antagónicas. Desde su trabajo como psicopedagoga y fundadora de la editorial Basilisa, cree y defiende el papel de la literatura como una herramienta para acompañar a niños disléxicos y al mismo tiempo emocionarlos, que se sientan tan iguales como el resto.
“Basilisa es un personaje típico de los cuentos tradicionales rusos. Junto con el Zarevich Iván y la bruja Baba Yaga forman una parte importante del folclore de Rusia. Basilisa es frecuentemente retratada como inteligente y valiente. Durante mi infancia tenía especial fascinación por este personaje que lograba sortear pruebas muy difíciles con su astucia y picardía. Creo que quise darle un contenido simbólico al nombre de la editorial que además me uniera a la historia de mis antepasados. Soy bisnieta de un cosaco y crecí escuchando sorprendentes historias que narraban mi abuela y mi madre.
“Cuando tenía cinco años mi hermana me enseñó a leer. Yo sentía gran curiosidad cuando la veía estudiar, así que un día le pedí que me explicara cómo tenía que hacer para leer sola. Afortunadamente aprendí muy rápido y a partir de ese momento los libros fueron un disfrute y un refugio para mí. Leíamos cada noche y pronto tuvimos una preciosa biblioteca con libros de distintas partes del mundo. Mi hermana de ocho años, sin saberlo, hizo todo lo que ahora está probado por la ciencia de la lectura. Enseñar el principio alfabético y modelar la lectura.
“Más tarde, en mi desempeño profesional, me tocó trabajar en contextos muy diversos, con marcadas diferencias culturales y económicas, pero con muchas vivencias y dolores en común. En todos los contextos encontré infancias atravesadas por la violencia o con carencias culturales y afectivas para las que los libros resultaban indispensables.
“La gran paradoja de mi vida fue que tuve hijos que no lograban una lectura fluida por ser disléxicos. Comenzaron su educación primaria con ilusión y de a poco empezaron a vivir la escuela como un lugar hostil. Su frustración crecía a medida que avanzaban en los grados escolares. Me entristecía mucho darme cuenta de que todo lo que había aprendido en mi vida y mi profesión no me alcanzaba para aliviar su angustia, que rápidamente se convirtió en ansiedad. Me di cuenta de que la cultura escolar utilizaba, casi como único recurso, el material escrito y que esta situación estaba acrecentando la exclusión social de muchos niños y niñas.
“Para ayudarlos, comencé a buscar libros y textos que se pudieran leer fácilmente. Recorría las librerías sin saber exactamente qué estaba buscando. Cuando pedía textos con letras grandes me mostraban contenido demasiado infantil. Nadie parecía interesarse por el público disléxico: ni las editoriales, ni las librerías, ni el sistema educativo. De a poco empecé a estudiar y a probar distintas formas de redactar los textos yo misma. Hasta que un día me sentí preparada y –con el apoyo de instituciones como la ANII, la ANDE y Uruguay XXI– fundé mi propia editorial.
“El vínculo con la academia es imprescindible porque permite trabajar sobre la base de la evidencia y probar el efecto de los textos que vamos generando. Nuestros libros están dirigidos a un público muy particular, con intereses acordes a su edad pero con un nivel lector descendido. Entonces no se trata de improvisar o hacer las cosas a medias, es importante que realmente puedan leer en forma autónoma y acceder al conocimiento para desarrollar su potencial. El desconocimiento lleva a cometer errores o a subestimar su capacidad de aprender. Es necesario comprender que el origen de la dislexia está en el procesamiento auditivo, no visual, y en la eficacia de la memoria para encontrar los significados de las palabras”.
Capaz que para muchos quede demasiado lejos el término dislexia, quizás tenemos cerca amigos, familiares, gente que queremos que son disléxicos y ni ellos ni nosotros hemos sido capaces de darnos cuenta. Capaz que sea muy difícil hacer libros única y exclusivamente para esos lectores. Demasiadas dudas que Mercedes enseguida aclara una a una, con su voz suave y la seguridad de que te va a convencer. Cuando esa mujer habla uno tiene la certeza de que termina convencido.
“La dislexia es una condición neurológica que afecta principalmente la representación fonológica de las palabras. Esto significa que la correspondencia entre el sonido y el símbolo de cada letra escrita está afectada y es ineficiente. Por esto, los disléxicos leen lento y de manera imprecisa. Por ejemplo, leen “toro” donde dice “tero” o quedan atascados cuando se enfrentan a una palabra larga y poco frecuente. Lo que les pasa es que no logran acceder al léxico de manera automática; su memoria tarda demasiado en encontrar el sonido de las letras y el significado de las palabras. A su vez, esta falta de automatización afecta notablemente su comprensión lectora y entorpece su acceso al conocimiento.
“La buena noticia es que esto no sucede con la misma intensidad en todas las palabras. El cerebro disléxico procesa mejor algunas palabras porque tienen determinadas características. Cuando escribo priorizo estas palabras y evito las que son difíciles de leer. Es un trabajo arduo que implica generar una historia interesante o divertida con recursos léxicos limitados. Lo hago a través del libro álbum, que es un género literario donde la imagen es muy relevante porque complementa la narrativa y ofrece una experiencia de lectura profunda. Entonces, lo que distingue a mis libros es que en la redacción utilizo un alto porcentaje de palabras accesibles y estructuras gramaticales simples, junto con algunos cuidados en la edición, como el tamaño de las fuentes y los interlineados. A la vez, intento que la complejidad vaya aumentando a medida que avanza la historia. Esto resulta muy interesante porque muestra claramente el efecto positivo de la confianza que logran los lectores cuando se aumenta la dificultad en forma gradual. Ensamblar todas estas variables en historias atractivas para niños y adolescentes es lo que hace el trabajo original y por esto los libros han tenido diversos reconocimientos.
“Cada palabra escrita tiene características ortográficas, morfológicas y semánticas únicas que generan efectos específicos en el cerebro de un lector. El proceso ideal en la lectura, requiere imaginar el sonido y el significado de cada palabra y del texto general en forma automática. Ese proceso es lento y confuso en los disléxicos; su cerebro les juega malas pasadas alterando el orden de las letras o asociando palabras con significados errados. El largo de la palabra, la frecuencia, la estructura de sus sílabas o el grado de imaginabilidad; por ejemplo, hacen que una palabra sea más o menos legible.
“No es fácil que una palabra cumpla con todos los parámetros al mismo tiempo, pero si cumple con uno o dos, ya podemos considerarla amigable porque va a facilitar muchísimo el proceso. En el año 2021 desarrollé una plataforma digital que permite simplificar textos. Mide el nivel de dificultad de las palabras, las clasifica según este parámetro y ofrece sinónimos accesibles de reemplazo. Durante estos años he realizado investigaciones en la Udelar y el año pasado comencé una colaboración con la Universidad de Turku, Finlandia.
“En todas estas investigaciones hemos comprobado que ofrecer textos simplificados, en los que se prioricen las palabras accesibles y las estructuras gramaticales simples, aumenta significativamente la velocidad, precisión y comprensión lectora, incluso por encima de lo esperado para la población sin dislexia.
En varias entrevistas que leí previas a este encuentro no había descubierto ninguna pregunta incómoda, nada que saque a Mercedes de su zona de confort, así que aprovecho y le pregunto sobre un tema que me apasiona.
“Mi gran desafío en la actualidad es generar un asistente que permita generar más contenido accesible conservando el valor artístico. Para hacer un texto accesible justamente es necesario apelar al máximo a la creatividad. ¿Cómo logramos un texto conmovedor con un vocabulario acotado? ¿Cómo describir un paisaje o una emoción en tan pocas palabras? Acá es donde toman un valor extra las metáforas y el lenguaje simbólico, porque esto es justamente lo que no les cuesta entender a los niños disléxicos. Cuando encuentran un libro amigable abren sus canales de comprensión y toda su riqueza de vocabulario. Les encanta interpretar mensajes implícitos y textos fusionados a ilustraciones. Lo viven con mucho disfrute y hacen un gran aporte creativo a la historia. Resulta fascinante verlos interactuar con libros que no subestiman su capacidad ni le niegan el acceso a la lectura.
“Mis primeros libros fueron muy pensados porque mi foco estaba en la accesibilidad del texto. En cambio, con Max amable me pasó algo distinto. Cuando lo escribí estaba viajando en ómnibus a Punta del Este porque tenía un consultorio allá. Me despertaba muy temprano y salía al amanecer. En uno de esos viajes estaba preocupada por situaciones que estaba viviendo mi hijo en el colegio. Entonces comencé a imaginarme escenas y a jugar con palabras. Me pareció divertido, así que saqué mi teléfono y en una nota escribí el texto de Max amable. Mi intención no era escribir un libro, solo me dejé llevar por mis pensamientos tratando de ponerle humor a esa mañana invernal. Un año más tarde decidí publicarlo y fue cuando busqué a Nino Fernández para que realizara las ilustraciones. El problema era que no había tenido en cuenta todos los parámetros de accesibilidad que tenían los otros títulos. Dudé mucho si ponerle el sello dyslexia friendly. Sin embargo, ahora veo que los niños disléxicos se divierten mucho cuando lo leen y logran hacerse conscientes de la importancia que tiene cada letra en el significado de las palabras. El texto los obliga a detenerse y leer en forma muy pausada. A partir de Max pude dejar de lado un poco las variables cognitivas y escribir más desde mi inconsciente. Permitirme hacer literatura.
“Pero nunca he tenido la intención de hacer poesía. Algunos elementos poéticos que mencionas son justamente consecuencia de la simplificación. Por ejemplo, los sintagmas cortos se generan cuando escribo enunciados de pocas palabras tratando de ayudar al lector a retener la información. Disponer de un vocabulario acotado me obliga a elegir muy bien cada palabra para destacar la imagen que quiero transmitir. Esto hace que el relato adquiera un ritmo y una musicalidad especial.
“Las metáforas sí son intencionales, me gusta mucho escribir en sentido figurado. En la historia de Oba, por ejemplo, hice una secuencia de todo el proceso de gestación y parto de la loba a través de metáforas que pasan casi desapercibidas. Con Masumi y Naoki, integré guiños e historias paralelas entre los personajes secundarios. En ese libro pasa algo interesante, hay un rasgo destacado en Masumi que se relaciona con su fuerza y valentía: cuando la historia termina muchos lectores se sorprenden porque no habían pensado en Masumi como una niña, transitaron todo el libro convencidos de que se trataba de un varón”.
Y, por aquello de seguir con las preguntas incómodas, no me queda claro si más allá de etiquetas o nomenclaturas, Mercedes se siente como una escritora o una emprendedora.
“Me siento muchas cosas a la vez, soy una emprendedora y mi producto es artístico. Pero también estoy investigando y eso es producción de conocimiento.
“Quizás exista algo de menosprecio a la literatura accesible porque está el prejuicio de que se infantiliza al lector o se le impide acceder a contenido sofisticado, pero eso no es así en absoluto. Los libros de Basilisa han estado en Ferias internacionales como la de Bolonia, que es uno de los máximos exponentes de la literatura infantil y en particular del libro álbum. Me gustaría tener más tiempo para difundir y mostrar que la literatura accesible también es arte y que el público disléxico es muy exigente.
“Los libros accesibles se pueden confundir también con recursos terapéuticos o educativos y eso tiene que ver justamente con la concepción de la dislexia como un “trastorno”. Aún falta mucho por difundir y concientizar.
“Basilisa es un producto de nicho y por eso tiene varios frentes. Cuando comencé a escribir, lo hice desde el lugar de psicopedagoga e investigadora, eso no cambió. Yo no sabía cómo iban a resultar porque –como mencioné– la complejidad no está en redactar un texto accesible solamente. La complejidad es que sea accesible e interesante al mismo tiempo. Deseo que los niños disléxicos empiecen a amigarse con los libros, que se apropien del espacio y comiencen a reclamar literatura accesible. Pero mi lugar de terapeuta sigue estando porque del contacto con los niños surge mi entendimiento. Cada vez que observo a un niño leer, descubro nuevas cosas y me surgen buenas ideas. Todos los frentes se retroalimentan, la investigación y la clínica son parte de la producción editorial.
“Me encantaría contar con otros autores. Para eso estamos mejorando la Plataforma Lisa con herramientas de IA que asistan en la redacción de textos accesibles y la puedan utilizar escritores y editoriales. Igualmente es necesario hacer un entrenamiento y una formación previa. Mi idea no es generar literatura rápida, por el contrario, diseñar recursos que ayuden a resaltar el valor de la singularidad humana en la literatura, con un lenguaje accesible y democrático.
“Sin dudas hay que generar también contenido para adultos. Muchas familias me han pedido novelas accesibles para adolescentes. Es un gran terreno a explorar porque en ese caso los parámetros de simplificación son diferentes; igual que con el público infantil, se necesita captar su interés. También sucede que hay un gran porcentaje de adultos disléxicos sin diagnosticar que han padecido la lectura por no entender qué les pasaba. La comprensión lectora descendida afecta a muchas personas y no todas son disléxicas. El entorno cultural empobrecido causa dificultad en la lectura y en ese caso hay que trabajar de manera específica nutriendo de cultura y de palabras a los barrios y centros educativos”.
Aunque la obra de Mercedes va más allá de espacios o temporalidades, cuando la lees se siente la presencia de Uruguay.
“La historia de Max amable es en Uruguay, en una de las escenas está ilustrada la rambla de Montevideo; y en otra se ve un liceo público con un escudo celeste. Todas las ilustraciones son un poco oníricas, tienen una luz especial y los elementos son confusos por eso no se distingue bien el lugar ni la época. La escena del ómnibus, por ejemplo, parece estar en los años setenta, pero los pasajeros van con los tapabocas de la pandemia. Nino Fernández, el ilustrador, logró captar a la perfección la narrativa del cuento. Fue un trabajo riquísimo, con muchas pruebas en cada escena y en cada personaje. Trabajamos mucho desde la semiótica, porque los textos dicen muy poco, entonces la ilustración toma un lugar preponderante. Ningún detalle está puesto al azar. Para llegar al producto final fui escribiéndole a Nino una historia paralela de los personajes y elementos que no se ven, pero que tienen influencia en la historia. Me siento muy uruguaya”.
Insertarse en el mercado francés a través de Mobidys o tener el reconocimiento de la Fundación Cuatrogatos, o que la propia fundación incluyera dos de sus títulos entre los cien más leídos, han sigo logros importantes para cualquiera. Logros que destacan en medio del mercado uruguayo. ¿Cómo asume Mercedes estos reconocimientos?
“Me parece increíble, nunca pensé tener esos logros. La vida me ha puesto pruebas difíciles en el último año que no me han permitido publicar más libros. Un cáncer de mama, la quimioterapia, la cirugía, sentí miedo y dolor; sin embargo, nunca dejé de escribir. La literatura sigue siendo mi mayor refugio y un gran disfrute. Mi deseo ahora es poder publicar pronto un nuevo título que ya está en proceso”.
Mercedes disfruta de la familia, de la naturaleza lejos del ruido, vida agreste la llama ella, como a toda uruguaya le gusta el mate pero su mayor placer es llegar a casa y tener el abrigo de los que están allí, esperándola. Sin embargo, a veces se queda quieta, recordando cosas del pasado y, en ese preciso instante, solo en ese instante, se siente un poco de tristeza en esos grandes ojos azules.
“Me diagnosticaron cáncer en un momento muy especial de mi vida. Había firmado el contrato con la editorial francesa Mobidys para traducir mis libros al francés y al catalán e insertarlos en los colegios de varios países. También había comenzado una colaboración con la universidad de Turku, en Finlandia, para investigar el efecto de la simplificación de textos y entrenar plataformas de IA en la generación de materiales accesibles. Mi vida personal y profesional estaba muy bien, todo el esfuerzo de años estaba dando frutos. Por eso sentí mucho enojo al principio. Pensaba: justo ahora que todo está tan bien…
“El cáncer es una enfermedad terrible, genera mucho miedo, enojo y culpa al mismo tiempo. No te da tiempo para entender nada porque el proceso diagnóstico es vertiginoso y todo es muy invasivo. En mi caso tuve médicos excepcionales que me dieron mucha contención emocional, pero igualmente fue un golpe durísimo. El miedo a morir se vuelve una realidad tangible porque, aunque existan tratamientos, hay que sobrevivir a los medicamentos. La quimioterapia te puede matar o generar efectos complicados a largo plazo, entonces en cada ciclo todo se pone peor y tu cuerpo está cada vez más débil. Después está el miedo al dolor y el miedo al rechazo porque tu aspecto cambia de manera drástica y sentís mucha culpa pensando que algo hiciste mal. Con el tiempo aprendes a vivir con el miedo y a aceptar sin resignarte. Yo creo que hoy soy más feliz, la vida tiene un sabor muy distinto después del cáncer.
Mercedes Lafourcade Alanís
Nacida en Buenos Aires (Argentina), radica actualmente en Montevideo. Es maestra, psicopedagoga y narradora. Fundadora de la Editorial Basilisa. Autora de los libros de lectura accesible Milo y Manú, Oba y Ema en el Ártico, Masumi y Naoki y Max amable. Los dos últimos han recibido el premio Cien Recomendados de la
Fundación Cuatrogatos de Miami, Estados Unidos. Autora de la plataforma digital de alfabetización y simplificación de textos Lisa. Actualmente realiza un trabajo de investigación en la Udelar, en colaboración con la Universidad de Turku, Finlandia, relacionada con la creación de material accesible para estudiantes con dislexia.
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