En los primeros meses de 2012, parte de la valiosa colección que perteneciera al pintor Augusto Torres (hijo mayor de Torres-García) y su esposa, la también pintora Elsa Andrada, fue trasladada al Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI). Este acervo consta de unas 1500 piezas artesanales indígenas procedentes de Norteamérica, la región andina, Amazonia y África. Invitada por el MAPI, la doctora Candace Greene (etnógrafa del Museo de Historia Natural de la Smithsonian Institution de Washington) llegó a Montevideo para asesorar en la catalogación y clasificación de las piezas, especialmente de las originarias de Estados Unidos, que conforman el treinta por ciento del total. De forma paralela, la antropóloga ofreció un curso sobre catalogación y una conferencia sobre las culturas indígenas estadounidenses, que tuvo lugar en el Salón Azul de la Intendencia de Montevideo. En la entrevista que la especialista mantuvo con Dossier, se abordan algunos aspectos de su trabajo, y ciertas aproximaciones críticas al ámbito de la antropología y la cultura.
¿Frente a la notoriedad de otras disciplinas investigativas como la sociología, la antropología carece de marketing?
Pienso que la pregunta se trata en realidad no sobre lo que está pasando en el mundo de la antropología sino sobre el porqué ésta debería importarle a alguien. La antropología en el momento de su fundación fue una disciplina creada por los europeos durante la época del colonialismo para aprender más sobre los pueblos que querían controlar. En una segunda etapa la antropología se transformó en un campo completamente académico, en el que sólo los académicos e historiadores hablaban unos con otros acerca del tema, sin que hubiera nadie de fuera que entrara en ese ámbito completamente cerrado. La antropología se había convertido en una ciencia para una elite, tanto cultural como económica. Actualmente nos encontramos en una tercera etapa, en la que la antropología ha pasado a ser una forma de entender a las personas. Hoy estamos inmersos en una época de conflictos culturales de gran dinamismo, y la antropología es una disciplina que podría ayudar a resolver y comprender muchos de ellos.
¿Es entonces saludable que la antropología tenga mayor injerencia en problemas abordados generalmente por la sociología?
En Estados Unidos, por lo menos, la sociología se ocupa más del comportamiento de las personas que de las ideas que se encuentran detrás de éstas. Pienso que ahí es cuando la antropología, y específicamente la antropología cultural encuentra su lugar.
¿Estos aspectos los aprecia de igual forma tanto en Europa como en Latinoamérica?
Prefiero no decir nada sobre Latinoamérica porque no tengo suficientes conocimientos al respecto. Lo que sé sobre Europa me permite decir que me preocupan ciertos aspectos de su metodología, ya que los europeos manejan todo desde niveles fundamentalmente más teóricos. Por ejemplo, se habla mucho de los problemas que supuestamente existen en una determinada comunidad, pero a diferencia de lo que se hace en mi país, los europeos no pasan tiempo real con las comunidades que estudian. Me refiero no ya sólo a estudiar comunidades antiguas, sino también a aquellas nuevas que se han desarrollado y convergen a través de los procesos de los cambios migratorios.
Estamos hablando específicamente del trabajo de campo.
Exacto, pero hay que ver que entendemos por trabajo de campo. Trabajo con indios norteamericanos que viven en Oklahoma, que es un estado con un gran territorio indígena. Al vivir allí, evidentemente hablo con las personas de mi entorno, con mi vecino, con las personas comunes con las uno se puedes relacionar en cualquier tipo de oficina. Establezco una convivencia diaria donde los nexos de interrelación son muchos y variados. De eso se trata el trabajo de campo para mí desde la perspectiva cultural. No sólo ir a excavar o investigar a un lugar exótico o singular para mantenerme alejado de esos otros entornos donde la interacción humana es fundamental.
¿Qué opinión le merecen los estudios clásicos de Ruth Benedict, que al igual que usted realizó trabajos sobre algunas tribus del norte de Estados Unidos?
Ruth Benedict fue una de las antropólogas que estudié cuando cursaba mi carrera. Como es sabido, es una autora de los años cuarenta y evidentemente desde entonces en el campo de la antropología ha habido diferentes cambios y evoluciones. Se han ido descubriendo nuevos hechos, por ejemplo, uno de los enunciados de Benedict era que el centro de cada cultura no se modificaba. Para ella era como si los integrantes de una determinada comunidad aprendieran desde su nacimiento a ser instruidos a través de un libro cuyas enseñanzas fueran inmodificables. Éstas constituirían los rasgos culturales de esa determinada comunidad, los que se perpetuarían de manera incambiable asegurando su identidad. En cambio hoy podemos ver que el centro de una cultura siempre está cambiando, y a través del tiempo esa evolución es constante y por tanto dinámica.
Hablamos de lo que se entiende como movilidad del espectro cultural, de esa permeabilidad que incluso se da en las pequeñas comunidades etnográficas. No por ser pequeñas están atadas sólo a la tradición dentro de un rango estático.
Pongo de ejemplo lo que tú estás haciendo en este momento: la entrevista que estás grabando. Dentro de determinadas comunidades indígenas el grabar información puede ser visto como algo negativo. Porque la información importante es aquella que se debería escuchar activamente, directamente de la o las personas y no a través de un aparato. De ahí la importancia de la tradición oral de escuchar o relatar la historia de un evento puntual de un pueblo, o simplemente pasar de una generación a otra ciertos conocimientos. Pero hoy esto también es relativo. Recuerdo una clase junto a miembros de una comunidad en las que mostré ciertas prendas de vestir: bufandas, ponchos y algunas camisas de hombres. Allí noté que dentro de una misma comunidad hay diferentes criterios frente a lo que es lo moderno y lo tradicional. Es decir, hay grandes diferencias de posturas respecto a lo nuevo y a lo establecido. De hecho, vemos que hay una asimilación constante de distintos elementos culturales que se van incorporando desde diferentes maneras y perspectivas.
¿Qué puede decir respecto al curso sobre catalogación de obras indígenas norteamericanos realizada a partir de la colección Torres-Andrada?
Llegué al MAPI a través de una invitación en la que se me sugirió hacer este curso. Algo que ha sido muy grato y revelador en muchos aspectos, aunque considero que los alumnos saben muy bien lo que estaban y están haciendo en ese sentido. El curso ha sido sobre catalogación y clasificación de obras. Pretende ayudar a esclarecer qué son determinados objetos, de dónde provienen, a qué grupo cultural pertenecen, de qué época provienen, de qué tipo de materiales están constituidos, pero debo decir que le agrego algo más. Les cuento a los alumnos sobre los hombres y mujeres que produjeron esos objetos, y tras su visualización les doy una perspectiva más humana al respecto. Básicamente lo que he hecho es describir los objetos y su entorno. Las personas que han trabajado junto a mí han toman notas de mis palabras y el trabajo se ha concentrado en eso. Me ha impresionado la actitud positiva de la gente, no sé si se trata de su educación o inteligencia, o de ambas, pero ha sucedido algo diferente respecto a mi trabajo en los museos de mi país. Allí siempre se me exige determinado grado de certeza. Por ejemplo, sobre la clasificación de un objeto no se admite que yo plantee una duda, cosa que sí ha pasado aquí. En mi país siempre se me requiere una decisión final respecto al origen de algo.
¿Hay algunas piezas de esta colección que particularmente hayan merecido su atención?
Naturalmente hay piezas muy especiales, pero sobre todo hay tres objetos que me asombraron: un pequeño caballo tallado en madera que es una hermosa obra de arte en sí misma; una pintura de una manada de búfalos que tiene una medida de dos metros por tres; y un vestido de mujer maravilloso, que justamente fue lo último que vi. El vestido es muy simple, muy sencillo, con un diseño que no es muy elaborado pero es muy, pero muy, hermoso. En estos días hemos visto una colección que es muy variada, muy rica e importante.
¿Qué le llevó a publicar libros y realizar varios trabajos sobre los indios de la tribu kiowa?
Cuando estudiaba en la universidad hice mi disertación final sobre los indios cheyenes. Estudié mucho sobre ellos, y en ese momento no pensaba aún trabajar sobre los kiowa. Pero cuando entré a trabajar en el museo de la Smithsonian Institution encontré una colección muy interesante de piezas de esta tribu y me puse a estudiarla. Además pude conocer a los hijos y nietos de un artista llamado Silver Horn (Cuerno Plateado) que había trabajado hasta los años veinte elaborando un calendario pictórico. Una hermosa crónica ilustrada sobre la historia de su pueblo entre los años 1828 y 1928, que había logrado sobrevivir gracias al registro fotográfico. Tanto con sus hijos como con sus nietas, que eran muy mayores, logré tener una relación muy fluida. Me contaron muchas cosas sobre la vida de Silver Horn, y sobre cada una de las pinturas. Siento que viví los cien años que estudié sobre los kiowa a través de estas personas. También influyó que en la Smithsonian Institution conocí la obra de James Mooney, antiguo antropólogo de la institución del siglo diecinueve. Fue uno de los primeros en estudiar a los kiowa desde una perspectiva humana, y uno de los pocos que tenían el respeto y la consideración de la tribu.
Al igual que en Latinoamérica, en su país las comunidades indígenas son tan representativas como controversiales. Basta señalar el exterminio que han sufrido y la marginación a las que muchas se ven relegadas. ¿Cuál es el estado actual de estas comunidades en Estados Unidos?
La situación de todos ellos es variada, ya que los grupos son muchos y –en algunos casos– muy numerosos y heterogéneos. En general se están recuperando de una época muy mala, y lo están haciendo en todos los sentidos. Eso se nota sobre todo desde el punto de vista económico, porque ahora muchos de ellos pueden ganarse la vida, y enviar a sus hijos a la universidad, por ejemplo. Se ha realizado un proceso muy importante de integración de estos indígenas a la comunidad. En algunas regiones esto es más evidente. Sin embargo, hay cosas que prácticamente se han perdido para siempre; aspectos tan importantes como la religión, sus tierras, sus lenguajes. En algunos casos pueden quedar algunas pocas personas que hablan algunos de esos idiomas o dialectos, pero no son lo suficientemente numerosas como para que esos lenguajes se mantengan activos, es decir, vivos. Lo que resulta muy controvertido es que todas estas pérdidas de la identidad que mencioné se están recuperando por parte de ellos pero a través de los libros. Es decir, de lo que muchos de nosotros hemos ido documentando sobre ellos. En cierta forma están reinventando su propia cultura a través de un material prácticamente muerto, por lo que la mayoría de las personas tiende a decir que eso ya no es auténtico. Encuentro que eso no es correcto, ya que de todas formas ellos inventaron su cultura y creo que se puede aceptar que ahora sientan la necesidad de reinventarla, aunque tengan que hacerlo basándose en material escrito, fotografiado o registrado de alguna otra manera. De hecho, esto también está relacionado con los rasgos dinámicos de la cultura de los que hablamos.
A diferencia de otros procesos de aculturación o simbiosis cultural, en su país las comunidades indígenas no han sido agraciadas por esa interacción con la comunidad blanca.
Todos sabemos cómo se impuso la cultura blanca. Naturalmente no hubo un proceso sistemático de aculturación, lo más correcto sería decir que hubo una aniquilación. Porque esta gente tenía prohibido vestirse con sus atuendos, hablar sus idiomas, realizar sus ritos… y si lo hacían eran penados a sufrir atrocidades físicas como ponerles cepos en la lengua, entre otras cosas humillantes. Basta recordar que en el siglo diecinueve había escuelas para indios que tenían como lema: “Maten al indio para salvar al hombre”.
¿Cada tanto deberíamos recordar aquella teoría de Durkhein sobre “los lazos de la solidaridad social”?
Pienso que Durkheim se refería a los lazos de la solidaridad establecidos dentro de una comunidad determinada y en un contexto histórico particular. Porque además estamos hablando del siglo diecinueve, en plena revolución industrial y cuando la división de roles en el ámbito del trabajo la hacía necesaria. Hoy en día todos somos parte de una comunidad global, pero creo que desde el punto de vista de las analogías aún no hemos aprendido a tener en cuenta esos lazos sociales a los que Durkheim hacía referencia. Necesitamos que la antropología –y especialmente la antropología cultural– aún nos enseñe algo al respecto.
Traducción simultánea: Lic. Ana Tipa.