Por Eldys Baratute.
Cuando se vive en una ciudad uno encuentra algo mágico al caminar entre los árboles. Los colores, los olores, el ruido, el silencio: todo está diseñado para sentir, para respirar ese oxígeno que te regalan y agradecer a la vida por estar vivo. Esa es exactamente la palabra: sentir. Es difícil lograr que tus pulsaciones, que el ritmo de tu respiración se equilibre con la respiración de los árboles, pero cuando sucede te olvidas que existe algo o alguien fuera de ese círculo tan personal, al que solo entran aquellos a los que, de cierta manera, les das el privilegio. Sospecho que la escritora Virginia Mórtola quería hacerme partícipe de ese estado de placer que provoca estar rodeado de árboles, conversar allí, a la sombra del ciruelo, por eso me lleva hasta ese espacio en el que, definitivamente, se siente cómoda.
Las plantas me rodearon siempre. Mis abuelos maternos vivían en Shangrilá, y mi abuelo Pocholo tenía una gran huerta, una parra que cuidaba mucho, un laurel, un duraznero y un naranjo que todavía existe. Mis abuelos paternos tuvieron una casa en Lagomar, y a mi abuelo Carlos le encantaban los árboles frutales. Ambos cuidaban con gran dedicación a sus plantas. Creo que lo que me capturaba era la paciencia y el amor que ponían en ese cuidado. También yo, en mi infancia, viví entre la costa y Montevideo; tengo imágenes preciosas de cuando me trepaba a los árboles, recorría las cunetas en busca de renacuajos después de cada lluvia, de esconderme en las acacias de la playa, regar frutillas y comerlas. Las plantas y la naturaleza me alegran. Ahora pienso que me gusta mucho ver el ciclo de la vida en ellas: los brotes, las flores, el fruto; luego todo caduca y vuelve a renacer. En mi casa tengo un ciruelo, dos manzanos, un limonero, un mandarino, un guayabo, dos arazás y varias plantas más. No es que tenga un gran terreno, pero allí están para recibir a los pájaros, hacer sonar el viento y despejarme en las mañanas.
En mi país natal (Cuba) el limón se usa para casi todo, no hay comprimido o jarabe que quite el resfriado como el jugo de limón, le voy diciendo para entrar en confianza, porque le quiero preguntar sobre su infancia, por ese moverse constante del que tanto ha hablado en otras entrevistas y que quizás la llevó a ser la persona que es hoy.
Mudarme no fue fácil en su momento. Yo era una niña muy tímida. A cada rato estaba cambiando de escuela y de compañeros, me costaba hacer amigos, arraigarme; porque sabía que iba a volver a irme. Siempre me sentía extranjera. Un sapo de otro pozo que no sabía cuál era ese otro pozo. Eso me ofreció una mirada particular, creo, nunca era parte, siempre observaba desde el exterior. Las cosas no son iguales desde allí. Creo que la curiosidad crecía en cada cambio de lugar. Me acuerdo de que en sexto de escuela quería estar triste, como mis compañeros, porque algo se terminaba, venía una nueva etapa; pero yo solo hice sexto en esa escuela, no sentía que estaba perdiendo nada ni a nadie. Por otro lado, conocí muchos barrios, escuelas, viví en casas distintas: con patio, con jardín, sin pasto, con árboles y hamacas. Me fascinaba con los objetos que dejaban los inquilinos anteriores, eso también despertaba mucho mi curiosidad. Creo que sí, que todo ese movimiento tuvo impacto en mi vida, de hecho, luego yo misma me seguí mudando bastante, cambié de carrera varias veces, de pareja, ¡jaja! Una búsqueda incesante de la estabilidad que ahora tengo. En el camino fui conociendo un montón de personas queridas que valoro mucho. Y ahora no me mudo, pero no me quedo quieta, estoy saltando de un proyecto hacia el otro, termino algo y empiezo una nueva aventura. Si no me aburro, creo. Me gusta el movimiento, lo nuevo, me encantan los desafíos, la sorpresa y el descubrimiento. Si no me muevo, eso no sucede. Siempre pienso que lo que en un momento es doloroso puede tener efectos inesperados, enriquecedores, en otro tiempo.
Y uno imagina que una escritora como ella, va llegando a cada una de esas casas en las que vivió y lo primero que hace es acomodar la biblioteca. Por eso le pregunto, mientras la veo disfrutar del olor de la hoja del limonero.
No era una niña lectora, en mi casa no había libros. Los primeros que escuché, porque me leyeron, fue en la escuela y en la voz de mi maestra de quinto año; recuerdo especialmente Saltoncito, de Paco Espínola, y “El loro pelado”, de Horacio Quiroga. Y a los nueve mi tía Mireya me regaló mi primer libro, El Principito, que mi madre nos leyó a mí y a mis hermanas. Me acuerdo con emoción de esas lecturas y, luego de leerlo, repasar fragmentos con mucha curiosidad. Era una niña ávida de historias, escuchaba historias de algunas tías y de mis abuelas. Las anécdotas familiares fueron mi primer contacto con la ficción, narraciones orales cargadas de tristeza, miedo, intriga; algunas, incluso, con elementos sobrenaturales. Los libros que leía, ya más de grande, aparecían en las casas a las que me mudaba, eran un misterio, los restos arqueológicos de una familia que vivió en el mismo lugar donde yo viviría. ¿Por qué los habían abandonado? La curiosidad por saber algo sobre quiénes eran y qué dejaban fue lo que me movió a leerlos.
Hay algo extraño en la mirada de esa mujer. Disfruta de los olores de sus plantas mientras te espía, como si estuviera metiéndose dentro de ti, revolviéndote, obligándote a decir la verdad, tu verdad, y por momentos sientes que el entrevistado eres tú y no ella. Y aunque no haya hecho pregunta alguna, con los ojos te está interrogando.
Creo que estudié psicología y luego psicoanálisis para poder comprender el dolor y la locura. ¿De dónde viene el sufrimiento? ¿Por qué los delirios pueden ser la realidad? ¿Cuál es el lugar de los sueños en nuestras vidas? Demasiadas preguntas. Me apasiona escuchar, creo que es el momento –también cuando escribo– en el que mi atención es más profunda y mi memoria me sorprende. Porque te diría que soy una persona muy distraída, varias veces al día pierdo los lentes y las llaves y la taza de café con leche. Creo que los seres humanos somos particulares, singulares, y solo basta con prestar un poco de atención para descubrir la vulnerabilidad que nos habita, los deseos, las pasiones, las ansias por comprender la vida, el amor, la muerte…
En el libro Ni Dios sabía, Virginia les da vida a personajes femeninos. Dibuja escenarios en los que el medio por lo general no es favorable para ellas, mujeres sufridas, atormentadas, condenadas a veces, por sus iguales o por los hombres. Y uno pudiera pensar que en una defensora de los derechos de la mujer, como ella, la familia no estuviese presente.
Los afectos son lo más importante de mi vida. La familia, los amigos, las personas con quienes comparto intereses y entusiasmos. No veo una contradicción entre familia y feminismo. Para nada, habría que ver qué idea de familia es la que subyace a la pregunta. Pienso que hay muchos modos de familiaridad y parentescos; eso es esencial en la vida, incluso como feminista.
Me gustan las rosas, le digo cuando me sorprende a punto de arrancar una flor. Seguro me puse rojo de vergüenza por la torpeza, pero ella disimula y sigue hablando.
En Ni Dios sabía hay varias voces de niñas y adolescentes que yo quería que escucharan los adultos. Por eso es un libro para adultos. Porque muchas veces subestimamos las vivencias de la infancia y la adolescencia, la capacidad reflexiva y la mirada atenta. Las infancias y las adolescencias no escapan a la sexualidad, ni al dolor, ni a las preguntas sobre la existencia y la muerte; aunque a los adultos nos cueste. Esa línea, habría que pensar si es una línea, a veces es difusa. A mí me encanta escribir para todas las personas. Cuando escribo incluyendo a niñas y niños suelo hacer más presente a la esperanza, en Ni Dios sabía la escritura es más dolorosa, quizá. Mis libros para niños también los leen adultos, en especial las novelas. Siempre pensamos en la franja etaria, pero también hay otras: los intereses temáticos, estilísticos, estéticos, qué sé yo, un sinfín de variables hacen que las personas elijan leer un cierto libro y no otros.
En ese momento nuestra conversación alcanza otro tono, menos personal quizás, ambos entramos en un terreno que nos apasiona: la literatura para niños y jóvenes. Y me atrevo a preguntarle sobre su maestría en Barcelona y la importancia que le da a la academia dentro de su escritura.
No soy fan de la academia. Me parece importantísimo el estudio, y la academia avala el saber, claro. Pero para conectar con el público, pienso, el camino no es el de la academia. Creo que tiene que ver más con la honestidad desde donde surge la escritura, la insistencia que provoca el texto, el afecto que se contorsiona por encontrar un espacio, las preguntas que no cesan y las respuestas que nunca alcanzan. Incluso, en mi historia personal, la curiosidad, y los grupos de estudio han sido enormes espacios de formación. En el caso de la maestría, hubo un clic, porque yo no sabía que podía estudiarse literatura infantil, no conocía sus especificidades. La LIJ es multidisciplinaria, recibe aportes de la literatura, la pedagogía, el arte, la sociología, el psicoanálisis, la psicología, etcétera.
Desde 2018, en la Universidad Católica soy docente de Literatura infantil, en la formación de Educación Inicial. Es una materia que está allí y como optativa en la carrera de Bibliotecología de la FIC. Es una pena profunda que Magisterio no tenga esta materia, porque no es lo mismo la formación en literatura infantil que en lengua o literatura en general. Hay una especificidad, se trata de un campo de estudio específico que tiene sus propias profundidades. Esto implica una historia de la literatura infantil y juvenil, el análisis del concepto de infancia, la oralidad, profundizar en la diversidad de libros que existen (álbum ilustrado, narrativa, poesía, libros lúdicos, informativos, interactivos, inventarios, etcétera), los primeros encuentros con la palabra desde un lugar musical y poético, la capacidad de seleccionar libros y, en especial, la conciencia de que somos mediadores; la mediación de lectura es una posición que ocupan docentes y adultos en general. En el portal Túquiti creé un decálogo sobre la mediación de lectura: “Los deberes del mediador”; inspirada en Los derechos del lector, de Daniel Penac. Se trata de un afiche, ilustrado por Sabrina Pérez, que pronto tendrá su nota en el portal donde profundizaré en cada uno de ellos. El portal se vincula con una necesidad, también, de subir materiales para los estudiantes y docentes. Recursos para pensar, trabajar, ofrecer, compartir libros y literatura.
Ambos sabemos que hay mucho por hacer en las escuelas, en las editoriales, en las bibliotecas, las librerías; nunca son suficientes los espacios para promocionar la buena literatura, esa que contribuye a la formación de los hombres y mujeres sensibles, esos que se emocionan. Por eso nació Túquiti, un portal para la promoción de la literatura para niños, adolescentes y jóvenes.
Creé Túquiti porque en nuestro país hacen falta espacios de promoción y difusión de la literatura infantil y juvenil. Además, al no haber formación específica (hice mi maestría en la Universidad Autónoma de Barcelona) hay un vacío conceptual sobre la reflexión vinculada a la mediación, la concepción de infancia en los libros para niñas y niñas, y más. Y sí, implica más trabajo. Voy subiendo notas, reseñas y entrevistas en la medida de mis posibilidades. También hay un espacio donde subo notas de invitados. Mi intención es dedicarle más tiempo el año próximo y encontrar un modo para que se pueda sostener económicamente. Hasta ahora es un trabajo de pura militancia que realizo en mis pocos ratos libres, pero de manera sostenida y creativa. Es una tarea llena de compromiso, no me desvela, ni siquiera pensé en la perdurabilidad de las ideas en el ciberespacio; cuando escribís un libro también allí queda un registro que perdurará. Además, si las ideas evolucionan, cambian, maduran y algo se modifica me parece un signo de salud, ¡jaja!
Quien ve a Virginia por vez primera, sentada en ese patio, acariciada por las hojas de las plantas, piensa que su vida transcurre allí, en el silencio de ese patio colorido, escribiendo, construyendo personajes que más tarde se sienten tan reales como la vida misma, pero no, por general en sus jornadas diarias el silencio está lejos, más bien la acompaña el ruido de los talleres, las conferencias, los jurados, los recitales. Virginia es una promotora de la lectura por naturaleza y dedica parte de su vida a eso.
Tengo la suerte y la desgracia de que todo lo que hago me gusta demasiado. La suerte, porque puedo elegir y desarrollar varias actividades que me encantan. La desgracia, porque siempre tengo que renunciar a alguna cosa, porque el tiempo y la energía son limitados. Es cierto que a veces me canso bastante, pero es un cansancio lleno de satisfacción. No creo que mi actividad perturbe la escritura, no sé si escribo desde la paz; al contrario, como dice Bradbury, me gusta “alimentar la musa”, y eso sucede cuando vivís, leés, compartís ideas y reflexiones con otros, conversás: la conversación es sagrada.
En octubre se celebró en Montevideo la Feria Internacional del Libro, un espacio en el que Virginia mantuvo una participación activa, no solo por sus espacios teóricos habituales sino por publicación de La existencia está en otra parte, una antología de cuentos surrealistas que celebra los cien años del primer manifiesto surrealista, por Andrés Bretón, en 1924.
Gran experiencia. Hermosa. Mi tarea fue armar la antología. Quería celebrar los cien años del primer manifiesto surrealista, porque creo que fue una vanguardia que sacudió no solo al arte, sino también a la vida cotidiana. Se coló en el lenguaje diario. Fue revolucionaria y comprometida a nivel social, y está bueno recordar estos impulsos humanos. El lugar que el surrealismo ofrece a los sueños es de gran preponderancia y está muy subrayado en el primer manifiesto –además del automatismo mental y la preponderancia de la imagen–. Entonces, en una caminata por la playa, se me ocurrió que estaría buenísimo invitar a escritoras y escritores nacionales a escribir a partir de uno de sus sueños. ¡Un libro escrito a partir de la sustancia de los sueños! Y eso hice: invité a 25 autoras y autores que se entusiasmaron con la idea. Escribieron y, en colectivo, quedó un libro maravilloso. Estoy muy feliz con el resultado, y muy agradecida con Estefanía Canalda por seguirme en esta iniciativa y publicar el libro en Fin de Siglo.
Recibir un reconocimiento, cualquiera sea, siempre es un motivo de placer. Pero si este reconocimiento es fuera de tu país entonces la alegría se multiplica y uno siente que también allá, después de la frontera, tu corazón late.
Los reconocimientos siempre son alegrías. Animan a seguir creando, alientan. La mención honorífica en los Premios Internacionales de libros latinos en California en la categoría de Mejor libro ilustrado de ficción infantil fue una sorpresa muy bienvenida. A nivel internacional Ema y las abejas también había sido mencionada por el banco del Libro de Venezuela; y también Jardín ambulante, que además quedó entre los recomendados de la Fundación Cuatro gatos.
Y para hacerle esta pregunta me acerco al arazá, un árbol fuerte, silvestre, que puede vivir en varios territorios, un árbol que de cierta forma se parece a ella. ¿Crees que todo hubiera sido igual si fueras hombre?
Nunca pensé en cómo hubiese sido mi vida si hubiese nacido hombre, seguramente hubiese sido otra. Mi padre quería que yo me llamara Ruber y que hubiese sido varón así el apellido de la familia no moría. Tuvo cuatro hijas, ninguna se llamó Ruber y el apellido no prosperó. Igual él tenía una herboristería que se llamaba Paraíso y en un momento pasó a llamarse Mórtola SRL, creo que con la intención de mantener vivo el apellido, un nombre que no era nada amable para vender hierbas medicinales. A mí me encanta ser mujer, siempre me gustó ser mujer y estoy muy contenta con la vida que tengo desde mi lugar femenino, jamás me plantee esa pregunta, no es algo en lo que lo haya pensado.
Ya casi me voy, cuando Virginia se aparece con una rosa en las manos. Es, definitivamente, una mujer bondadosa. Tomo la flor, sonrojado y prefiero cambiársela por otra pregunta y ella gustosa, accede.
Este año trabajé con Laura Carrasco y Carla Mórtola en un proyecto muy precioso, una serie de cuatro libros para Ceibal y ANEP. Son unos libros informativos sobre ciudadanía digital, un gran desafío porque nunca había hecho una serie de cuatro libros para instituciones del Estado que además el año que viene van a ser distribuidos en las escuelas públicas de todo el país. Así que eso me hace sentir muy emocionada y el trabajo en equipo fue buenísimo. Estos libros se presentarán recién en febrero.
Después llegan dos novedades: una con Alfaguara, un álbum ilustrado de poesía, en el que trabajé con María José Pita. Se llama PasaTiempo y estará llegando a este mundo en noviembre o diciembre. Otro libro que se publica este año es Un mar de preguntas, en el que trabajé con Lucía Franco. También es un álbum ilustrado, pero al haber sido publicado por SyncreticPress –la misma editorial de Estados Unidos que publicó Ema y las abejas– está editado en español y en inglés, llegará a Uruguay el año próximo. Pero a ambos libros los quiero mucho y estoy muy deseosa de que lleguen para compartirlos con los lectores.
✴︎ Virginia mÓRTOLA
(Montevideo, 1975) es escritora, psicoanalista, magíster en Libros y Literatura para niños y jóvenes por la Universidad Autónoma de Barcelona, creadora y responsable de Túquiti, portal de literatura infantil y juvenil. Es docente de Literatura Infantil en la Universidad Católica de Uruguay y columnista en No toquen nada, Emisora del Sol. Ha publicado los libros para niñas y niños: La ventana de papel (Fin de Siglo, 2018), Premio Ópera Prima del MEC; Cuentos de disparate y terror (Fin de Siglo, 2019); ¡Sim sala bim! Tres palabras mágicas (Criatura, 2019); Estrafalarius. Postales de una vida (Alfaguara, 2021); Jardín ambulante (Criatura, 2021) Primer Premio en Literatura Infantil, MEC; Ema y las abejas (Syncreticpress, 2022). Y para adultos: Ni Dios sabía (Fin de Siglo, 2022) Primer Premio en Narrativa, MEC.