Por Carlos Dopico.
El vocalista de Buenos Muchachos traza las líneas que lo llevaron a incursionar en el dibujo y la influencia familiar por la que terminó cantando.
Su vínculo con el dibujo comienza durante la infancia, intentando copiar figuras de las decenas de revistas de cómics que atesoraba mientras quedaba al cuidado de su abuelo materno. Era una niñez alejada de la calle y con el trazo sobre la hoja compensaba la carencia de otras prácticas barriales de la gurisada de la época, como el cordoncito o la bolita. Su relación con la música comenzó mucho antes de ser consciente de eso: era parte del ambiente sonoro en su hogar. Sin embargo, su inquietud artística comenzó a perfilarse a medida que fue creciendo, hasta terminar como compositor y cantante en diversos proyectos musicales (Buenos Muchachos, Chillan las Bestias, Suma Camerata), y dueño de un trazo con carácter para dibujar. Pedro Dalton es el alter ego con el que Alejandro Fernández decidió hace más de 25 años trascender tanto en la música como en la plástica, una identificación ya casi indivisible de su persona. Su búsqueda artística ha ido del dibujo a la pintura, del texto canción a la poesía o la prosa, del alarido al susurro, moldeando el temperamento y aplacando el grito. Hoy, a los 56 años, Pedro está más ordenado que nunca. Se sacudió todos los fantasmas que le rondaban, dejó el alcohol, las drogas y hasta el cigarro, el último lastre para la creación. Las noches las usa para dormir y el día lo distribuye entre los ensayos musicales, los talleres de canto y pintura, las actividades en la casa y sus ratos de dibujo en el atelier. Un mediodía de invierno, café mediante, recorrimos parte de su vida y obra, y asistimos al proceso de alguno de sus más recientes trabajos, una laboriosa técnica de rayas con tinta china para ilustrar texturas y sombras de una escena teriomorfista que burla al poder.
Sos escritor, cantante, compositor, actor, comunicador y gran ilustrador. ¿Qué llegó primero a tu vida?
El dibujo y la música llegaron juntos, creo. Aunque seguramente llegó primero la música, por haber escuchado de muy chiquito y haberme movilizado con algún estímulo.
¿A quién asociás con ese ambiente sonoro?
A mi viejo, definitivamente, le gustaba mucho el jazz, pero era muy variado lo que escuchaba: jazz, tango, pop. Recuerdo mucho algunos discos: de Leonardo Favio, Fuiste mía un verano, por ejemplo; un disco de Piero; el de la música de El Padrino que recuerdo por todo lo que me produjo; uno de Benny Goodman; otro que se llamaba Primavera Lee, una ensalada de aquella marca de pantalones donde escuché por primera vez “Life on Mars?”, de David Bowie. Pero la primera que me llamó la atención de aquel disco fue “Shake, shake, shake” (Shake Your Booty) que no recuerdo de quién era. (N. de R.: KC and the Sunshine Band). Recuerdo también otro de música disco que tenía la música de Baretta y la de S.W.A.T., de la banda Rhythm Heritage de música disco/funky. El viaje más fuerte fue la versión de mandolina de El Padrino, tenía siete años.
¿Cuánto ayudó a tu definición profesional haberte criado en un apartamento, lejos del cordoncito y el picado de barrio?
Absolutamente todo, fue por eso que escuchaba tanta música y dibujaba. Nada de jugar a la bolita o un picado. Todas las vacaciones de julio de mi niñez, sin embargo, durante seis años íbamos siempre a una estancia en Flores, que era de un amigo de la barra de mi viejo. Cuando volvíamos yo lloraba. Me encantaban los bichos, la naturaleza, los atardeceres. Era un guacho de apartamento en Bulevar Artigas y Benito Blanco que no tenía chance de amigos, barrio, todo eso no existió. Mis amigos eran los del Elbio [Fernández], compañeritos de clase, y los veía poco.
¿Lo sentías como un confinamiento?
Qué sé yo, descargaba por ahí, dibujando, coleccionando figuritas y leyendo muchos cómics; era adicto al Veterano Varo, Batman, Súperman, Flash, superhéroes. Ese era mi viaje y los dibujaba, los copiaba. Mi abuelo era muy buen dibujante y me hacía dibujar. No lo sentí como un confinamiento, pero era nuestra costumbre. Hubiese sido otra persona si, por ejemplo, hubiese nacido en el campo. Mi fibra era mucho más de apertura a espacios enormes, bichos y cosas… Llegué a montar ovejas [risas]. El dueño de la estancia no tenía hijos varones; conmigo y con Orlando [hermano mayor] piraba. Cuando íbamos nos dejaba hacer cualquier cosa, corretear a las gallinas, arrear a caballo las vacas con los gauchos. Me fascinaba todo ese ambiente, era increíble.
¿Nunca te propusiste retomar aquel vínculo?
No, la última vez que lo hice fue cuando tenía una yegua que había bautizado. Esa vez volví llorando, no quería volver. Me había hecho amigo de un gaucho joven y el pibe hasta lloró cuando me venía. Me había prestado su sombrero de cuando era niño y también un facón chiquito para que comiera con ellos. Igual una cosa es ir vacaciones y otra es tener tu vida ahí.
¿Te reconocés urbano?
Sí, soy absolutamente urbano, pero eso me afectó porque he escrito varias canciones sobre el campo y creo que están re bien. Mucha gente se ha sorprendido de que pudiese relatar el campo con tal forma de ver.
Tengo grabada en la memoria la primera vez que desde la ventana trasera del Volkswagen vi un bosque de eucaliptos y pensé que era el lomo de una ballena. Demorábamos siete horas en llegar, yo iba callado todo el viaje con la cabeza en la ventana, mirando para afuera. Siempre me colgué con esas cosas, con esa imagen de la ballena tragándose al sol, por ejemplo.
O sea, el dibujo lo llevaste a la práctica enseguida y qué pasó con la música, cuándo llega.
Llega mucho después, empecé a cantar a los 22 años con Neandertal, junto a Daniel Turcatti, Gustavo Avigliano y Gabriel Martínez. Mi primera vez fue con ellos y flashé porque en la música era inmediata la historia. El dibujo se trata más de un proceso, vas llegando, logrando hasta que te emociona. Pero cantando era al instante; me erizaba mientras estaba cantando, me encantó.
¿En qué momento comenzás a escribís lo que vas a cantar?
En Neandertal hacía una especie de fonética inglesa, y cuando quise transcribir al español no me funcionó. Aún no tenía el oficio y quedaba muy mal mi manera de cantar en español. Estuve como un año y pico con Neandertal. Después decidí abrirme porque Gustavo y Daniel tocaban muy bien, hacía como ocho años que estaban juntos, y me parecía que les estaba cortando el rollo. Me abrí y empecé con el Topo [Antuña] y Rafa Clavele a armar la pelota y ahí sí: con Buenos Muchachos me propuse escribir en español. Le busqué la vuelta y mezclaba el español con el inglés. En el 91 ya comienzo a escribir, a componer.
Tus hermanos rumbearon tempranamente para el instrumento. Tanto Orlando como Marcelo –mayor y menor, respectivamente– son destacados ejecutantes de guitarra, el bajo e incluso las perillas del estudio de grabación. En tu casa hay guitarra, teclado y hasta un amplificador Marshall. ¿No te interesaba o sentías que no tenías condiciones?
Eso lo tengo más que nada para componer y chivear. No me considero un guitarrista ni lo podría ser. Dejaría de dibujar porque todo el tiempo que dedicara a tocar arpegios para ver si alguna vez me salieran se lo restaría al dibujo, y prefiero dedicárselo al dibujo. Me acompaño con la guitarra para componer o para tocar con alguien, pero no para desarrollar una banda, porque para eso están los guitarristas. Yo trabajo la voz, siempre me gustó cantar. Soy cantante nato, y además me cortaría el rollo tocar en vivo. Lo he hecho en lugares chicos, pero prefiero pararme y cantar.
Carátulas diseñadas por Pedro Dalton
El topo Antuña, a quién conociste en el Foto Club y se transformó en el legendario guitarrista de Buenos Muchachos –además de ser primera guitarra de El Cuarteto de Nos–, me dijo: “¡Pedro es tremendo, se toma unas copas y es capaz de pelar unos temas de Leonardo Favio que se te morís!”.
Eso pasaba mucho porque estábamos en noches de juerga [risas]. Hoy en día pasa menos. Pero lo hice hace poco en la clase de Pepo, el hijo más chico de Nara [su esposa)]. Toqué tres canciones, pero el público eran todos niños. De hecho estoy ensayando un poco, no sé con qué visión. Con los objetivos me pasa que o son muy reales y veo que los puedo hacer, o de lo contrario prefiero tenerlos solo como una factible posibilidad: si sucede, notable; y si no, nada. Estoy ensayando por si me dan ganas de tocar solo en algún lado, pero sin nada de eso en el horizonte. No tengo miedo al fracaso, pero si me planteo tocar en una fecha, en el Hormiguero en diciembre, ponele, me genera una ansiedad innecesaria. No me funca bien eso (sic). A esta edad, busco todo lo contrario, busco un estado de serenidad en las cosas. Le meto cuando hay que meterle, como con la exposición del Centro Cultural Pareja (De costumbres animales), que en un momento sentí que me faltaban dibujos y apreté el acelerador. Todo lo comparto con mi mujer y ella me da soluciones muy fáciles. Dije: Ta, de dos a seis no me busquen, no existo, le meto a eso. Y en diez días ya tenía todos esos dibujos listos.
Tu padre tocaba el clarinete y el saxo en la banda policial y también tocaba jazz en los cabarets. ¿Cuánto influyó eso para que sus tres hijos se dedicaran a la música?
Nos hacía escuchar música y nos hablaba de que tocaba en aquel mundo de cabarets, pero no sabíamos si era cierto.
¿Lo vieron tocar alguna vez?
No, nunca, porque él a los 18 años tuvo que abandonar los instrumentos luego de que con una inyección le perforaron un pulmón, y estuvo como cinco años en cama. No pudo volver a tocar, pero siempre nos hablaba de sus conciertos; parecían cuentos. Un día, cuando mi viejo tendría casi setenta años llegó un sobre de Agadu o Sudei, no recuerdo, con los shows donde había tocado, con el detalle de los días, los lugares y el cobro. Se puso a llorar, todos nos pusimos a llorar. ¡Era verdad! Porque además no había ni clarinete ni saxo en mi casa. Se había dedicado a trabajar. De hecho, una enseñanza muy grande que nos dejó fue incentivarnos para que lo hiciéramos. Cuando Orlando agarró una guitarra le dijo “Vos tenés que tocar y tocar, me gusta lo que hacés”. Le gustaba Cadáveres Ilustres, donde tocaba Orlando, y también Los Estómagos, Los Tontos… que venían a casa. Él los estimulaba, nos daba para adelante porque él no había podido. Estamos hablando de una época en que el consejo en las familias era hacer una carrera: médico, arquitecto, ingeniero. Y eso no corrió. Nos ofrecieron también hacerlo y lo intentamos, pero cuando empezamos a desvirtuarnos nos apoyaron.
Cuándo se planteó seguir una carrera, ¿en qué pensaste?
Quería ser arquitecto solamente porque me gustaba dibujar. Pero cuando hice dibujo técnico me parecía una basura, me aburría. Sin embargo, gracias a haber cursado “ayudante de arquitectura” conocí la tinta china. Lo intentaba, pero me aburría y le dibujaba todo alrededor de la lámina. El profesor Seoane, que era capo pero severo para el dibujo, me mandaba las láminas para atrás. Me decía: “Si todo lo que hacés alrededor de la hoja lo hicieras adentro sería bárbaro”. Le gustaba todo eso que dibujaba, la verdad.
Con tus hermanos jugaban a ser los Bee Gees y cada uno tenía un papel. ¿Por qué eras Barry, el mayor?
Es que Orlando había elegido ser Robin porque había leído en una entrevista que era el que tenía la mejor voz de los Bee Gees. Él era el mayor y se apropió del mejor personaje. Igual me recopaba con Barry porque me salía bien el falsete. Lo imitaba bastante bien.
Barry es el único sobreviviente del famoso trío británico.
Sí, es verdad, lo admiro. Vi el documental [The Bee Gees: How Can You Mend a Broken Heart] y se me cayó más de una lágrima. Cuando termina, Barry dice que cambiaría todo el éxito que tuvo por tener a sus hermanos vivos, y me pareció algo muy sincero.
¿Ustedes desarrollaron algo musical entre los tres? Con Orlando has hecho Isla de Encanta y con Marcelo has desarrollado Buenos Muchachos y tocado en Dos Dalton.
Sí, con Marce en Buenos y también con Dos Dalton, pero tocábamos músicas de otros. Dos Dalton era más de laburo, nos aportaba lo del almacén. Orlando tenía Cadáveres Ilustres, donde también tocó Marcelo, y luego siguió su camino con Buitres y Sibyla Vain. Hace unos días escuché el último disco que grabó con Sibyla y está súper bueno.
En el edificio donde vivías con tu familia, dos pisos más abajo vivían tus abuelos. Cuando tus padres salían a trabajar, tus hermanos quedaban con tu abuela, y vos con el Tano, tu abuelo. ¿Qué significó quedar al cuidado de Juan José Borsani?
Me enseñó a pasar la punta del lápiz por el filo del sacapuntas y usar ese polvillo para hacer degradé, por ejemplo. Hoy no las haría nunca, pero sí me imprimía algo de soltura más orgánica. Sin embargo, era por sobre todo un perfeccionista y me lo trató de imponer. “Hay que darle y darle”, me decía. Una vez, una revista Meteoro traía el dibujo de una Kawasaki 1.300 enfocada desde abajo, con Meteoro sentado encima. Le habían redibujado una foto de una moto. Yo la intentaba copiar pero era imposible, no me salía. Estaba bien, por la edad, que no me saliera. Entonces le pedí que la dibujara. Me dibujó una moto de costado, pero de la época de la guerra. Yo lo jodía y le decía que parecía una bicicleta vieja.
Uno de tus primeros dibujos tuvo una repercusión descomunal, se convirtió en tapa del disco debut de Los Estómagos y hoy es casi una pieza de culto. ¿Qué significó Tango que me hiciste mal?
El encargo de Parodi fue el primero de los bocetos, un malevo recostado en un farol medio doblado. Intenté pintarlo y me salió horrible. Por entonces iba a un taller con Nelson Ramos y él tenía su carácter. Me dijo: “A vos nunca nadie te puede imponer lo que tenés que hacer. Hacé lo que quieras, esta idea es re básica y común, hacé lo que quieras”. Empecé a buscar otras cosas y encontré el bandoneón y el tipo llorando, un lugar mucho más interesante que lo del simple malevo. Eso me encantó, fue un laburo re lindo. Venía trabajando con lápiz sobre papel blanco, resolviendo con líneas cada figura. Era un taller de expresión libre. Hoy lo miro y digo: ¡cuánto dibujo me faltaba!
¿Sos muy crítico con vos o encontrás virtudes en el hallazgo?
Soy crítico, y está bien serlo. Pero también hay virtudes. No lo pienso mucho. Todo el mundo habla sobre esa tapa, pero no la muestro como mi primera obra. Esa fue mi primera publicación.
¿La segunda portada discográfica que haces es la de El Impulso de La Vela Puerca, más de 20 años después?
No, había hecho también la de El cielo está cayendo de Cadáveres Ilustres, e hice la de Mala Fama, con fotografía. Agarraba esos viajes y le metía, pero me faltaba oficio tanto en la fotografía como en el dibujo. Para mí era como laburar con la familia.
En El Impulso (en 2007), ¿ya dominabas la técnica?
Sí, ya me pagaron. En el taller de Clever Lara, donde estuve siete años, salí con una buena base de dibujo. Increíblemente dentro de esa carrera aprendí mucho la primera parte de dominio de pluma y tinta china. No dibujaba tan bien y me fui para el color, para pintar con óleo hasta que empecé a dominar un poquito. En la última etapa estuve dibujando al natural, desnudo en vivo. Me gustaba mucho dibujar el cuerpo humano y hacerlo con modelos desnudos fue increíble. Conocí a Elena Shaw y Rogelio Osorio en el taller de Clever. Ahí aprendí a dibujar, hacía retratos martes y jueves, y desnudos los viernes. Luego me fui con Buenos Muchachos.
¿En el pasaporte qué pusiste en el ítem profesión?
En realidad, puse músico porque no se entendería si pongo cantante. Pero me siento más dibujante y cantante que músico o artista. Es muy personal y no quiero lesionar a nadie, pero creo que músicos son los que dominan un instrumento. O sea, le dedican su día a eso, más allá de que puedan o no leer música. Pero yo canto, no toco. Hoy estoy entrando en mi tercer año con [Fernando] Ulivi, pero es un taller más integral, donde hago preproducción.
¿Es tu primer taller vocal?
No, con Ulivi produje las voces de Amanecer Búho (2004). No lo puse en los créditos del disco y eso siempre me quedó adentro, pero el cambio es grande en la voz. Fue cuando Ackerman, antes de producir Amanecer Búho, escuchó el Dendritas contra el bicho feo. Iba con miedo porque yo no afinaba mucho. Es que era muy difícil cantar entre dos guitarristas que están haciendo arpegios a la vez. Eso me lo enseñó Ulivi. En “Ahí voy”, por ejemplo, es bien claro; ese fue el primero. Ulivi me mostró que entre dos arpegios, una nota choca con la otra y cuando cantás te vas con la desafinada para intentar corregirla. Hoy sigo con él porque me operé de la garganta en 2021 y estoy en recuperación. Se enteró que me operaba y me mandó un mensaje. Tenía un pequeño tumor en la cuerda vocal izquierda. Creo que canto mejor que antes.
Hablaste de Amanecer Búho, y este año se conmemoran dos décadas de ese disco bisagra de Buenos Muchachos, y diez años del debut de Chillan las Bestias, con su disco homónimo.
Nunca fuimos de ver el tiempo que pasa, ni de festejarlo. Cuando lo hicimos fue por una necesidad comercial, quiero ser honesto en eso. Nunca quisimos festejar los treinta años de la banda ni ninguna de esas fechas. Pero el Amanecer Búho es un discazo y lo sigo escuchando como si no fuera mío. Te diría que el 8 es un disco que puedo compararlo con ese. El 8 fue mi primer disco totalmente limpio y entregado a la música. Fue un cambio muy grande y me di cuenta del rendimiento que logré, y eso que aún no había dejado de fumar. Pero la voz tiene mucha dedicación. La posproducción de la voz es enorme, y Gastón me puso un volumen muy alto para que se note el cambio desde el Amanecer Búho a este. Cada disco que escucho tiene que ver con el estado de ánimo del día.
Pero los escuchás, algo que generalmente los músicos no hacen con su propia obra, y aún menos los compositores/cantantes.
Sí, los escucho y no solo eso: tengo una playlist propia que escucho caminando por la calle.
¿Cuáles tres discos elegirías de tu discoteca?
El London Calling, de Clash, seguro; From her to eternity, de Nick Cave, y el Amancer Búho de los Buenos Muchachos.
Empezaste a fumar a los 13 y hace algunos años abandonaste el cigarro, las drogas y el alcohol. ¿Cómo ha sido ese proceso?
El primer tabaco lo fumé a los siete u ocho, aunque sin tragar el humo pero ya probando; armaba cigarros con los gauchos. Hace ya cuatro años que dejé de fumar, me gusta decirlo bien claro, ¡hace cuatro años! Fue el 2 de febrero de 2020.
¿Fue por un susto que lo lograste o por determinación?
En el caso del alcohol y las drogas, atravesé el dolor y además decidí dejar de hacer doler. Que gente a mi alrededor sufrió, seguro, pero la decisión siempre sale de uno. El agujero en el pecho era mío y todo mi pasado lo cargaba yo también. En el caso del cigarro, ya entrando en un bienestar empezás a medir todo, sin darte cuenta. Me parecía un embole haber mejorado la voz un ochenta por ciento por haber abandonado las drogas y el alcohol, y tener aún el lastre del cigarro. Fue el que más me costó. Lo logré recién a los tres años de soltar lo otro. El pucho no es joda. Lo utilizaba mucho, era fumador compulsivo. Tuve la suerte de conocer a una persona que me dijo: “¡No lo dejes, correlo!”. Y empecé a hacer gimnasia y taekwondo. Iba dos veces por semana y no fumaba ni antes ni después. Casi un año estuve, pero no era para mí, era un disparate. Ahora hago gimnasia con un entrenador que es amigo y junto a Diego Be, con quien compuse “Antenas rubias”. Con otro amigo dejamos el cigarro a la vez. Nos llamábamos a ver cómo íbamos, cuántas semanas llevábamos, tipo “¡Vamo arriba nosotros!”. Y salió, ya vamos cuatro años.
En tu obra se puede rastrear una búsqueda por el teriomorfismo, esa expresión griega de mezclar el hombre con el animal. ¿Cuándo comienza y por qué?
No estoy seguro, pero el primer dibujo que hice de esos fue un regalo de cumpleaños para Pablo, el bajista de Chillan las Bestias. Había visto una exposición en Buenos Aires de Carlos Alonso, un artista increíble, con tinta china y pluma. Ahí dije: “Esto es lo que puedo llegar a hacer en Buenos Aires, me compro un block de hojas, una pluma, tinta china y desarrollo dibujos chicos”. Quería copiar una foto y me gustaba mucho una colección de Clarín que tenían los hijos de mi ex. Copié una cabeza de orangután y la inserté en un cuerpo humano, con un bastón, sentado en un lugar como un mafioso.
Vuelve la influencia de El Padrino.
¡Es verdad! Me encantó el resultado de aquello. Quizás hay una semilla anterior a esa, pero no ubico desde cuándo habrá nacido.
Qué requieren el rayismo y la tinta china, que son las técnicas que más explorás.
Paciencia. El dibujo de rayas requiere su tiempo. Clever siempre me insistía en que no las apurase, si son “así” que las haga “así”, y si son “asá” que las haga “asá”. “Así” y “asá”, no. No pueden ser líneas de ansiedad.
Ocupabas las noches y madrugadas en el dibujo. ¿Siguen predominando en ese horario de la jornada?
No, de noche duermo. Es un gran momento para dibujar, pero en la situación en la que vivo sería un problema. De día tengo que hacer cosas y poner mi cuota en la familia, trabajamos en equipo. Si me quedo de noche, no rindo de día. Quedarme dibujando en la paz de la noche me puede llevar hasta las cinco de la mañana, y no me voy a querer levantar a las ocho.
Luego de muchos años de ilustración, formación, y combinación de distintas técnicas, montaste una exposición, Chapas, tintas y otras yerbas, en la Fundación Unión (2018), y Chikanas Boys en la Fundación Iturria (2023).
La primera para mí fue Chapas, tintas y otras yerbas en Fundación Unión. No lo he dicho en las notas, pero Javier Abdala ha sido clave en darme para adelante y decirme: “Esto que estás haciendo de bobera en tu casa estaría bueno que se vea”. Antes lo había hecho tímidamente en Buenos Aires (en 2007), con una pequeña exposición de estos hombres con cabeza animal; y mostré algunos dibujos grandes en el Imaginario, el bar donde iba habitualmente. También por entonces, Leandro Costas y Joaquín me propusieron ilustrar Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga. Hice esas ilustraciones y la publicación no salió, pero Pablo Ferrajuolo de Chillan las Bestias lo editó con Piloto de Tormenta. Después me propuso hacer litografías que expusimos y vendimos en Pocitos Libros. Ahí me contactó Alejandra, de Galería Ciudadela, que quería mostrarle a Mariana, la dueña en ese momento, y vendimos varios dibujos más. Pero con Chapas, tintas y otras yerbas hicimos con Javier algunas obras combinadas que mezclaban chapas de autos, esculturas y dibujos. Luego expuse cuatro dibujos en el Cabildo (Montevideo la otra, la fantástica) y finalmente sucedió lo de la Fundación Iturria.
¿Qué significó para vos?
Me re copa, es una parte de mi vida alucinante y agradezco mucho realizarla de la forma que lo hago. Me gustaría estar muchas más horas en el taller dibujando. Es un momento muy particular, cuando me pongo vinilos para escuchar música y entro en un mundo en el cual soy feliz.
¿Por qué no te volcás totalmente a ese universo?
Porque la música me encanta y cantar es una necesidad que también tengo. También arranco con la familia. Primero es la familia y luego sale la música y el dibujo, pero primero la familia.
Musicalmente te has diversificado y simultáneamente has mantenido proyectos como Buenos Muchachos, Chillan las Bestias y Suma Camerata. ¿Podrías definir cada una de esas experiencias?
Buenos Muchachos es mí banda, y no quiero agregar nada. Chillan las Bestias es mi otra banda, donde compongo parte de las letras y me encanta; hace doce años que estamos juntos. Pero el proyecto es de Franco, de Pablo, Marcos, Pepe, Luis y Silvia. Yo integro ese lugar. Suma Camerata es la unión de Luciano (Supervielle), Juan (Casanova) y mía para trabajar canciones conocidas y donde recién ahora estamos empezando a interactuar en composiciones nuestras. Me parece un muy buen proyecto.
¿Volverán a tocas los Buenos Muchachos, fundados en Malvín hace 33 años?
Está descansando. Hablamos el año pasado para tomarnos un tiempo y que cada uno profundice en sus cosas. Es un momento en que hablar de futuros solo produce ansiedad, entonces hay como una incertidumbre, nada más que eso.
¿Está hablado en la interna eso de aprovechar el espacio para hacer otras cosas y desarrollar nuevos proyectos?
Sí, lo hablamos el año pasado. Sabemos que siempre va a salir la chispa por algún lado porque confiamos en eso, y en que cada uno tiene algo dentro que le llama. A esta edad algo de sabiduría tenés, y como Buenos Muchachos siempre fue una banda que experimentó y quiso aprender, esto es otra forma de hacer.
“Pienso que la gente que no tenga disponibilidad para recordar más que una cosa es mejor que se olvide de todo”, me dijo Leo Maslíah, cuando le pregunté cómo quería que le recordasen. Siendo también tan diverso y múltiple, ¿cómo te gustaría ser recordado?
No se cómo me gustaría, pero sí que me recuerden. Quizás como algo lindo, que cuando piensen en mí recuerden que les aporté en algo alucinante. No me interesa que sea por mi música o dibujos, que me recuerden como un buen tipo, como alguien que les trajo cariño y amor. Increíblemente esa fue la pregunta clave para parar de tomar. No atravesé ningún dolor físico pero un amigo me preguntó: “¿Qué querés dejar de recuerdo?”.