Por Bernardo Borkenztain.
Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.
Julio Cortázar
El espacio
La disposición de la sala Hugo Balzo es particular, con una vista excelente desde todos los asientos, y sirve como escenario para la nueva producción de Fernando Toja, un director reconocido por su sensibilidad especial. En general, una obra de Toja no decepciona, especialmente en lo más importante: algo siempre sucede. Aunque pueda parecer poco relevante, en el teatro incluso una obra mediocre es preferible a una que deja al público indiferente; sin embargo, desde el principio estaba claro que este no sería el caso.
Por otro lado, Laura Pouso garantiza calidad, tanto en dramaturgia como, en este caso, en la traducción. Si consideramos las colaboraciones anteriores entre Lacassy y Lucena, que fueron muy exitosas, la combinación parece perfecta para crear un buen teatro.
Además, al entrar a la sala, el escenario ya insinuaba algo impactante.
El no-espacio
El paisaje a la vista, claramente, refleja un sentimiento de abandono social, creando un ambiente hopperiano. Una gasolinera con la apariencia de haber sido abandonada durante mucho tiempo, mostrando signos de óxido y acumulación de restos, cubierta de autos y otros objetos, crea un ambiente que recuerda a una escena postapocalíptica vista en películas de carretera, donde el protagonista se preocupa principalmente por llenar el tanque de su coche en un mundo hostil. Sin embargo, esta es sólo la primera impresión al llegar al lugar.
A través de una iluminación sutil que enfatiza la escena con sobriedad, se revela gradualmente que no es exactamente así; la civilización parece haber abandonado este microcosmos, pero no está completamente ausente. Aunque existen comunicaciones y personas presentes, no se puede ignorar que algunos individuos han sido marginados por la sociedad y están luchando por sobrevivir en los márgenes del sistema. Para ciertas personas, la vida en esta era tecnológica puede resultar tan hostil que podría ser tema para una novela del género ciberpunk. Veamos cómo dos personas enfrentan esta realidad.
Procedencia
En este lugar desolado, dos personajes se cruzan: Violeta (interpretada por Soledad Lacassy), quien llega en moto buscando combustible; mientras que Noserí ya está allí, habitando el vacío de ese rincón olvidado del mundo. Se encuentran inmersas en una utopía solitaria (por ahora).
Mientras tanto, un narrador omnisciente (Joaquín Diano) presenta información sobre las dos jóvenes, una parte desconocida para ellas mismas, que rápidamente sumerge al espectador en la realidad de la escena. Su voz crea una atmósfera poética con una belleza singular en su narración, antes de transformarse en Isa, un personaje que, aunque pierde su omnisciencia (por ser intradiegético), sigue teniendo conocimientos que ellas ignoran. Desafortunadamente para ellas, anticipamos.
Incidencia
Violeta escapa de un lugar y Noserí se dirige hacia otro (también huyendo), y su encuentro en este no-lugar inicia una improbable amistad entre ambas, marcada por el conflicto que es el corazón del teatro. Entre ambas forman las dos caras de un éxodo, con el mundo de la esclavitud de un lado y la tierra prometida del otro. Deberán resolver como armar el rompecabezas.
Efectivamente, Noserí sueña con la tierra prometida (Italia), donde cree encontrar una riqueza que le fue arrebatada; mientras tanto, Violeta lleva consigo una pequeña fortuna perteneciente a criminales y se resiste a revelar nada al respecto.
La asimetría entre ambas protagonistas se manifiesta claramente a lo largo de su viaje especular: una tiene un destino anhelado mientras que la otra arrastra consigo un origen detestado; esta dinámica se extiende a todos los demás aspectos.
Por cierto, Violeta es sofisticada, elegante y reservada; posee un profundo (pero incompleto) conocimiento de su entorno. Cree saber más de lo que sabe y esta infrasciencia genera el malestar que la hace huir. Noserí, en contraste, es inocente y fabuladora (ya sea por su naturaleza infantil o por necesidad de supervivencia, o quizás por ambas razones, quién sabe). Aunque carece de habilidades sociales y suele estar desaliñada, demuestra hospitalidad y una gran confianza en los demás.
Haciendo una breve pausa: los tres actúan de manera excepcional y el elenco se complementa con la precisión característica de Toja.
Diano interpreta a Isa, un repartidor que trae comida al lugar (mostrando que está aislado, pero cercano a la civilización). Destaca por su optimismo inocente junto con el asombro infantil de Noserí. La sofisticación decadente de Violeta completa esta obra maravillosa que promete ser una de las mejores del año.
El personaje de Noserí no es para nada simple y Lucena le da vida con una autenticidad palpable en sus movimientos y expresiones físicas. A pesar de aparentar seguridad, se nota claramente su falta de experiencia real. Su tendencia a mentir compulsivamente como estrategia para sobrevivir es evidente, pero Lucena logra transmitir ese aire torpe e inseguro propio de alguien novato en situaciones complejas. Actuar esa ingenuidad vacilante resulta sumamente difícil –si no imposible– fingir esa falta total de destreza. Y Lucena lo logra magistralmente. Quizás sólo eso pueda zanjar el antiguo debate sobre si actuar es simplemente fingir. No es así, en su mundo Noserí es tan encantadora como Julieta Lucena es
talentosa en el suyo. Y ambas son igual de reales.
El carisma de ambas actrices no pasa desapercibido, al igual que la armonía que logran en escena. Para terminar de armar la historia, Joaquín Diano completa el trío sin una sola nota discordante. La dirección de Toja, tal como anticipábamos, no defrauda (y siempre sorprende).
Disidencia
Los tríos pueden ser complicados en las relaciones humanas. Sin embargo, el texto se destaca en este caso. En lugar de presentar un típico triángulo amoroso en el que ambas compiten por el recién llegado (que simbólicamente puede representar la provisión de alimentos, algo valorado como masculino en la sociedad, pero resulta impotente frente a ambas), se plantea uno de deseo mimético, en el que los objetos del deseo no se superponen, pero sí se entrelazan lo suficiente para generar y resolver conflictos.
Como no podría ser de otra manera, un conflicto en una estación de servicio corre el riesgo de ser combustible. Dos elementos que pueden inflamarse, combustible y deseo, plantean en escena los aspectos literal y metafórico del aspecto más humano del conflicto existencial: entre el nacimiento y la muerte somos seres deseantes, y esa energía que mueve al espíritu en una dirección es tan explosiva como la que activa un vehículo.
Intencionadamente evitamos ser demasiado explícitos para preservar la sorpresa del espectador; sólo insinuamos un aspecto sin adentrarnos más.
Coincidencia
La obra es una representación imprescindible, en la que tres personajes imperfectos, al igual que todos nosotros, se encuentran y encajan como piezas de un rompecabezas. Sus fallas individuales se complementan de manera inesperada pero armoniosa, resultando en una mejora mutua después de su encuentro. Se vuelven más completos y, lo más importante, vislumbran un futuro posible, que no es poco.
No es una opción perderse esta experiencia para aquellos que valoran el buen teatro.
Ficha técnica
Dramaturgia: Carine Lacroix
Traducción: Laura Pouso.
Dirección: Fernando Toja.
Elenco: Soledad Lacassy, Julieta Lucena y Joaquín Diano.
Ambientación escénica: Noelia Toledo, Johanna Bresque.
Realización de escenografía: Joaquín Bolioli.
Diseño de vestuario: Johanna Bresque.
Diseño de iluminación: Eduardo Guerrero, Manuela Badano.
Diseño de Sonido: Fernando Ulivi.
Fotografía: Alejandro Persichetti.
Diseño gráfico: Vika Fleitas.
Gestión y producción: Daniela Pauletti.