LA NÁUSEA.
Por Carlos Diviesti.
¿Cómo conocer la historia de un hombre durante un juicio? ¿Cómo saber si la integridad que pregona, o hasta vocifera, es realmente un planteo para obtener justicia? ¿Cómo creerle a ese hombre cuando asegura que sí, que es un ladrón, pero que nunca fue un asesino? ¿Cómo ponerse del lado de la ley si durante el proceso queda muy claro que la policía parisina no sólo es racista sino también antisemita? Cabría preguntarse también cómo ficcionalizar hoy ciertos casos que produjeron movimientos en la sociedad de su tiempo sin caer en reduccionismos de afectividad dudosa, pero para eso está El caso Goldman, la precisa y filosa película de Cédric Kahn.
Pierre Goldman, un activista de extrema izquierda y pasado guerrillero en Sudamérica, que se cambió al bando gangsteril cuando las revoluciones bajaron los decibeles en Occidente a fines de los ’60, fue sentenciado a cadena perpetua en 1974 por el doble asesinato de dos farmacéuticas en ocasión de robo en el distrito 19 de París, un hecho ocurrido en diciembre de 1969. Goldman, hijo de judíos polacos emigrados durante el ascenso del nazismo y transformados en líderes de la Resistencia, sostuvo en el juicio que las pruebas y los testigos presentados por la policía estaban amañados, y que si bien él había cometido robos con cierto criterio ácrata a él, un hijo de la Resistencia, jamás se le hubiera cruzado por la cabeza matar a un inocente. Y sostiene entonces que la acusación en su contra es producto de cuestiones ontológicas: la justicia y las fuerzas de seguridad en Francia no se caracterizaban entonces por su progresismo ideológico, cuestión que lo llevaba a pensar (y a describir en su libro Recuerdos oscuros de un judío polaco nacido en Francia, que publica durante su estancia en prisión y que se transforma en best-seller) que dicha imputación se debía, lisa y llanamente, al racismo y al antisemitismo rampantes desde siempre. Por presión de los medios y los círculos intelectuales se anula el juicio del ’74, y se celebra uno nuevo en 1976 que condena a Goldman a doce años de prisión por los robos cometidos pero que lo absuelve del doble crimen.
Lo interesante de esta película de Cédric Kahn, un actor y autor preocupado por la historia social de su país, es que para hablar sobre la violencia de la Francia actual recurre a un hecho notable sucedido hace más de medio siglo, y lo pone en escena, más que con recursos propios de esta época, con la omnipresencia de una cámara que intenta captar sutilezas de conducta en los personajes sobre los detalles del ambiente en ese único espacio, la sala del juzgado. Kahn no pretende ser innovador con el formato cuadrado de la imagen, pero sí resulta contundente; ese recurso del cine documental de rodar hasta obtener un momento único, y que trabajaran Peter Watkins en Culloden o La Commune (Paris, 1871) y Albert Serra en La muerte de Luis XIV -por citar el caso de dos películas estéticamente distintas-, le da a su trabajo una premura inmersiva que carga al espectador, junto a la notable actuación de Arieh Worthalter como Pierre Goldman (gran ganador del premio César al Mejor Actor este año por este rol), de un cúmulo de reflexiones que exceden el marco histórico o la crónica periodística y que matizan, o diluyen, los colores de la libertad, la igualdad y la fraternidad hasta extrañarlos en la bandera de la intolerancia.