Por Alejandro Michelena.
El Cordón es, junto con la Aguada, el barrio más antiguo de los surgidos extramuros. Mucho antes de que la denominada “Ciudad Nueva” naciera, ya tenía sus calles y manzanas, su parroquia y un número interesante de habitantes. Estaba ubicado luego de la línea imaginaria marcada por el ejido de la ciudad amurallada. O sea: más allá de la franja vedada –por razones de seguridad militar– para construir en tiempos coloniales en el entorno de Montevideo, el espacio conocido como Campo de Marte.
Respecto a esto, se ha repetido hasta el cansancio que el ejido estaba marcado por un tiro de cañón lanzado desde la Ciudadela. Esto, como se pudo probar documentalmente ya en 1950, no era algo literal. Lo fundamentó el arquitecto Carlos Pérez Montero –a propósito de los festejos del bicentenario del Cordón, en ponencia elevada al Instituto Histórico y Geográfico– explicando “que el tiro de cañón era una unidad de medida que se empleaba para señalar una distancia determinada” en materia de agrimensura militar.
Según aquel abuelo memorioso que fue Isidoro de María, en 1795 “los cardos y las lagartijas campeaban” en el Cordón. En 1767 se delinearon unas sesenta cuadras con calles de quince varas de anchura. Esta labor estuvo a cargo de un morador del paraje, Bartolomé Mitre, iniciador de la conocida estirpe argentina.
Entre los primeros habitantes del núcleo urbano estaban los Ximénez, Del Valle, Medina, Melilla, Sandoval y, por supuesto, los Artigas. José Antonio Artigas se instaló en la zona con su familia en los mismos comienzos del poblado entonces conocido como el Cardal por la cantidad de cardos que crecían en su entorno. Este apelativo pasaría a la historia identificando la Batalla del Cardal en 1807, en la que murió Maciel “el padre de los pobres”, primer filántropo de la Montevideo colonial, peleando contra los ingleses en el entorno de la actual esquina de Guayabo y Frugoni, detrás del edificio central de la Universidad de la República.
Nuestro héroe máximo, José Artigas, no solamente residió de joven en el Cordón, sino que luego –ya siendo jefe de Blandengues– estuvo a cargo de la defensa militar de ese pequeño pueblo de extramuros.
Templos con larga historia
El primer elemento de carácter religioso que tuvo presencia pública entre los cordonenses fue, a comienzos del siglo XIX, el Cristo del Cordón. Este era un típico cruceiro que los hermanos Fernández, comerciantes del lugar, habían hecho traer desde su natal Galicia. Lo ubicaron junto a su establecimiento, donde se alzó a comienzos del siglo XX el edificio central universitario. Este cristo se encuentra ubicado actualmente a un costado de la Iglesia del Cordón.
Fue largo el proceso que condujo al templo que hoy conocemos. La primera capilla se construyó inmediatamente después de las invasiones inglesas, en 1807. Se encontraba sobre la calle que hoy lleva el nombre de Colonia, entre Tacuarembó y Vázquez, o sea atrás de la actual. Era muy humilde y su altar había pertenecido a la primitiva Iglesia Matriz. El presbítero Juan L. Ortiz bregó para que el incipiente poblado tuviera su capilla, y dieron su colaboración para concretarla los ciudadanos más encumbrados de Montevideo, incluido el entonces gobernador Francisco Javier de Elío.
En 1832, siendo el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga el jefe de la Iglesia Oriental, se entendió que era necesaria la construcción de una nueva iglesia en el Cordón con categoría parroquial. Se llegó a formar, diez años más tarde, una comisión de vecinos con ese fin, que comenzó a trabajar en pro de la obra, pero todo se detuvo por la Guerra Grande.
Recién en la década de los años sesenta de esa centuria se construyó un nuevo templo, inaugurado con pompa el 16 de julio de 1870, dedicado a la Virgen del Carmen. Un incendio en 1908 casi lo destruyó. Se restauró, pero debió demolerse poco después.
El 12 de abril de 1924 se construyó el edificio actual, bajo la dirección del arquitecto Elzeario Boix Larriera (responsable de muchos templos religiosos de aquellos años). De estilo neoclásico, se caracteriza por la sobriedad de su fachada y por la ausencia de las clásicas torres; tiene solamente una, por detrás, pequeña. En la fachada hay significativos bajorrelieves: el de la izquierda fue realizado por José Belloni y el ubicado al medio es de Edmundo Prati.
Rumores de guerra y ejecuciones
El Cordón tuvo en el siglo XIX su plaza de ejecuciones. Era el lugar donde se cumplían las condenas a muerte en Montevideo. Ese espacio luctuoso estaba en la plaza Artola, que no es otra que la actual plaza de los Treinta y Tres. En 1904 hubo en el barrio escaramuzas bélicas a raíz de la última guerra civil. Quedan vestigios de impactos de proyectiles en el frente del instituto de enseñanza José Pedro Varela. Se cuenta que la balacera iba en uno y otro sentido por la calle Colonia, y también sonaron disparos por la calle Rivera chica (hoy Guayabo).
Cuando el presidente Gabriel Terra dio el golpe de Estado, en marzo de 1933, hizo del Cuartel de Bomberos –edificio emblemático del barrio, ubicado frente a la plaza– su centro de comando. Veintitantos años después, la zona fue escenario de manifestaciones y escaramuzas con la policía a raíz de la lucha en pro de la autonomía universitaria, en 1958. Y diez años más tarde retornó a la zona la agitación estudiantil de manera casi habitual y las calles cordonenses se tiñeron con la sangre de dos jóvenes que se llamaban Susana Pintos y Hugo de los Santos. Ellos, junto a Liber Arce que había sido asesinado poco tiempo antes en ese mismo año, encabezan la triste y larga lista de muertos estudiantiles de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta.
Mojones significativos de una larga vida urbana
Un hecho significativo en la vida del Cordón fue el traslado de la clásica feria dominical que había funcionado en el mercado viejo de la Ciudadela, que en un principio pasó a las primeras cuadras de 18 de Julio y se ubicó más tarde a la altura del actual Palacio Municipal. Finalmente, el barrio recibió esta feria en la calle Yaro (actual Tristán Narvaja), constituyéndose en un acontecimiento semanal que atraía –desde aquellos tiempos– multitudes domingo a domingo. En sus comienzos ocupaba menos cuadras que hoy y era una feria más bien de productos de la tierra. No tenía el carácter variopinto y diverso que ha le dado su perfil desde mitad del siglo XX, pero ya desde entonces se vendían libros y objetos antiguos.
En materia carnavalera hubo un tablado que fue legendario: el Saroldi, en las inmediaciones de Guayabos y Rivera, promovido por el bar del mismo nombre. Había muchos otros –eran tiempos, los de la primera mitad del siglo XX, de tablados casi en cada esquina– pero el Saroldi logró justa fama por el cuidado de su realización y por el público que convocaba.
Los cines fueron en el Cordón un capítulo aparte y significativo. Se recuerdan el París, el Monumental, el Continental, el Roxy, el Artigas, el Dos Mundos, el Apolo, el Petty Rex (luego Normandie), el American, el Victoria, el Opera, el Azul, el Grand Palace y por supuesto el que llevaba el nombre del barrio. De todas estas salas, la única aún existente es la del Grand Palace –bastante modificada, para adaptarla a la actividad teatral– que es desde hace varias décadas, salvo un período durante la dictadura, sede
del Teatro El Galpón.
Los cines comenzaron a desaparecer pasados los años cincuenta del siglo pasado, al compás de la crisis económica nacional y la irrupción de la televisión. En la época de oro de la exhibición cinematográfica todos ellos ofrecían las clásicas matinés, en las cuales los habitantes del barrio tuvieron su momento de recreación semanal, su centro de encuentro social y su educación sentimental a través de lo ofrecido en las pantallas oscuras.
Y ya que mencionamos a El Galpón, los teatros fueron un ingrediente permanente en la zona. Desde el viejo Stella d’Italia –el decano–, legendario por su relación con el bel canto y que desde hace unos años alberga a la institución teatral La Gaviota; el Teatro del Círculo y el desaparecido Teatro Libre. El Galpón original era, literalmente, un galpón ubicado en la calle Mercedes y Carlos Roxlo.
El Cordón monumental
Un perfil claramente distintivo del Cordón, en relación con otros barrios antiguos y cercanos como Aguada y Arroyo Seco, ha sido el fuerte desarrollo comercial generado en sus calles principales, como 18 de Julio, Colonia, Mercedes, Guayabo y Constituyente. Esto no es reciente, sino que tiene larga data; basta evocar grandes tiendas que tuvo la zona hace cincuenta años, como Aliverti, Soler, El Cabezón y Ordoqui.
Otro rasgo que le da fuerte personalidad es el porcentaje de edificios públicos monumentales que lo pueblan. De la primera década del siglo XX son el edificio con rasgos art nouveau del Instituto Vázquez Acevedo y el neoclásico e imponente de la Universidad. Entre ambos generaron, tempranamente, ese verdadero “barrio latino” montevideano; ese enclave estudiantil con sus cafés, librerías y centros de reunión.
En mitad del siglo XX se inauguró la nueva sede de la Biblioteca Nacional, que vino a colmar una larga necesidad, pues hasta ese momento la institución venía funcionando –muy estrechamente– en el recinto universitario. Con algo de mausoleo de la cultura, se privilegió en su concepción la imponencia: gran escalinata de entrada, inmensa recepción, una sala de lectura con una altura de varios pisos. En gran medida el edificio se tornó anacrónico demasiado pronto. La proliferación de espacios “escenográficos” pero ociosos en su estructura contrastaba fuertemente con lo casi mezquino de otros ámbitos dedicados a tareas más prácticas y hasta esenciales (en materia de conservación de libros y materiales antiguos, por ejemplo).
Tranvías en el pasado cordonense
La estación del Tranvía del Este, en el lugar donde se levanta hoy la sede de OSE, fue –hasta avanzada la década de los veinte– el punto de partida de la última línea montevideana de tranvías a caballo. Estos vehículos tirados por gordos percherones se dirigían primero hacia la calle Gaboto, por ella enfilaban hacia el norte, cruzaban 18 de Julio, y llegaban a la Aguada. Su destino final era Colón, a donde arribaban por el costado de la avenida Lezica.
Una anciana memoriosa, vecina del Cordón contaba ya hace algunos años que siendo niña realizaba ese viaje con su padre. Recuerda la campanilla inconfundible, los cambios de animales que se realizaban a cierta altura del trayecto, así como la picana con que se los azuzaba en los repechos. Desde la primera década del siglo XX este viejo medio de transporte tuvo la competencia de los rápidos tranvías eléctricos, que comenzaron a cruzar el barrio por 18 de Julio, por Colonia y Mercedes, por Rivera y otras arterias. En los comienzos de los años cincuenta llegó el troley bus, destronando en Montevideo el largo reinado del tranvía en 1956.
La vitalidad de una zona cambiante y siempre la misma
Una cualidad para destacar especialmente en esta clásica barriada, hoy ya céntrica, es su capacidad de cambio y revitalización –muchos edificios modernos fueron poblando sus manzanas–, pero conservando perfiles de sus clásicas “casas viejas”, con sus grandes patios de claraboya y muchas habitaciones, hoy ocupadas por empresas o recicladas como apartamentos. Incluso nuevos espacios verdes nacieron en su geografía en este nuevo milenio, como la Plaza Liber Seregni, a la altura de las calles Eduardo Víctor Haedo y Martín C. Martínez, con un concepto urbanístico que armoniza los espacios verdes con las zonas de descanso para la tercera edad y los de esparcimiento para niños y jóvenes que le ha dado a la parte norte del barrio un bienvenido pulmón a través de sus árboles y plantas.