Carlos Diviesti.
Al comienzo de Cielo rojo León y Félix tienen un percance con el auto, que los obliga a abandonarlo en el bosque y llegar a la casa a pie. Si se le hicieran caso a las intuiciones y a ciertos indicios uno tendría que quedarse adentro y no alejarse de Berlín, pero así no es la vida.
Claro que lo evidente siempre resulta insoslayable, y sin embargo el ser humano, por crear causalidades, siempre tropieza con la casualidad y se desvía del camino. Por eso Félix, el hijo de la dueña de casa, se deja llevar por el día y León, su amigo escritor, prefiere anteponer el trabajo a, por ejemplo, ir a nadar al Báltico.
León tiene que discutir con Helmut, su editor, el manuscrito de su nueva novela y esto lo tiene muy nervioso. Pero en lugar de aplicarse al trabajo León procrastina tomarse en serio su profesión y dejar de ser un diletante, lo que lo transforma en un gordo insoportable que aunque sea verano nunca se saca la ropa y que trata a los demás con el desdén propio de los idiotas. Porque aunque no quiera darse cuenta es un idiota, y se pone más idiota cuando conoce a Nadja, quien también ocupa la casa de la madre de Félix y tiene una vida sexual tan activa que no lo deja dormir de noche. Nadja es trabajadora de temporada, vende helados en el centro, se lleva fantástico con todo el mundo, y hasta tiene el tupé de decirle a León que su novela es una mierda, como si tuviera conocimientos respecto de la literatura. Para colmo su amante, Devid, el guardavidas de la playa, es un alma que fluye libre como el mar abierto, y ni siquiera se enoja cuando León trata de ubicarlo en su lugar aunque el resto de los presentes se lo reproche. Es que León, pobrecito, es apenas un gato montaraz que piensa que el mundo está complotado contra él, y que por suerte está a salvo de los incendios forestales porque el viento del mar los aleja del fuego.
Pero, ¿y si un cachorro de jabalí, con el cuerpo en llamas, muere frente a sus ojos? Christian Petzold podría haber optado por imitar las formas de las comedias rohmerianas y abandonar a sus jóvenes protagonistas al verano que anticipa la madurez, sin embargo los abandona intempestivamente y los enfrenta a un mundo salvaje que se parece al infierno, por más que la belleza de las llamas de lejos sea embriagadora, y por más que algunos ejemplares de nuestra especie se mueran cuando aman y no dejen de amar para remediarlo.