Por Bernardo Borkenztain.
“Pienso que le gustaría
saber que hoy anda su historia
en una milonga. El tiempo
es olvido y es memoria”.
Jorge Luis Borges
El estratega
Hay veces que la escala hace imposible el análisis en el espacio de una crítica, pero la mayor apuesta teatral de la Comedia Nacional desde que tenemos recuerdo merece un intento.
No caben dudas de que la dirección artística de Gabriel Calderón ha revolucionado el trabajo de la Comedia Nacional y la puso al nivel de un fenómeno de masas, con informativos en horario central cubriendo los estrenos y espectáculos agotados delante del estreno. En este caso, y como colofón de la temporada “Nuevos clásicos”, toma la idea que le había sugerido en el pasado, en un lugar tan lejano como Croacia , de trabajar con Cien años de soledad. Ante la imposibilidad de teatralizar el libro, Calderón, que comparte nombre con el autor colombiano y con el ángel de la anunciación, diseña una estrategia que ya había usado en Constante el año pasado: quemar la biblioteca. Que el libro se afantasme, se vuelva translúcido y apenas nos susurre por detrás de las voces de los dramaturgos, ya que una sola persona no puede dar la talla de García Márquez, se precisarían como cuarenta. Bueno, de hecho son cuarenta.
Por esto, la Comedia ha tomado la estructura de un ejército. En este caso, toca a la consagrada directora Marianella Morena y a la no menos importante vestuarista Paula Villalba (en su primera codirección) oficiar como generales de este ejército que Calderón pone al servicio de esta guerra, que el capitalismo tardío y los productos industriales para consumo inmediato, sin calorías, sin nutrientes pero tapados de estimulantes han acostumbrado al público. Y esta guerra, que cita a la obra de Calderón Ex, que revienten los actores y no a una legisladora en captagón, es real, es ahora, y nos va la vida en ella. Este parte de batalla, por tanto, da cuenta de una gran victoria del lado de los buenos. Pasen y vean.
El ejército
La dimensión de esta puesta que une a treinta actores de la Comedia Nacional, la Banda Sinfónica y la Orquesta Filarmónica, todos cuerpos estables de la Intendencia de Montevideo, hace imposible la inclusión de una ficha técnica extensiva.
Más aún, si tomamos en cuenta que se representan textos de los cuarenta autores que anticipamos y de diez países aparte de Uruguay, entre los que destacan: Carla Zúñiga (Chile), Sergi Belbel (España), Abel González Melo (Cuba), María y Paula Marull (Argentina) y los uruguayos: Inés Bortagaray, Gustavo Espinosa, Alejandra Gregorio, Rosario Lázaro Igoa, Jimena Márquez, Daniel Mella, Alicia Migdal, Marianella Morena, Gabriel Peveroni, Mercedes Rosende, Fabián Severo, Fernando Santullo, Leonardo Sosa, Lucía Trentini, Fernanda Trías, Josefina Trías, Dani Umpi, Gabriel Calderón.
El campo de batalla
Se puede decir que esta es la primera vez que una obra se desarrolla en el Teatro Solís con exactitud, porque lo que podríamos llamar “Operación Macondo” lo habita en su totalidad, colonizando la explanada con plantas que recrean una pequeña selva, tomando el verde el lugar que el año pasado ocupara el fuego de Un estudio para la mujer desnuda y provocando que los que asisten se vayan sumergiendo en esa manera teatral de poner en lo real del espacio habitado el adjetivo mágico que hizo conocido a García Márquez.
La puesta ocupa igualmente el lobby, con una carpa gitana en la que los espectadores pueden hacerse tirar las cartas o comprar un terreno en Macondo. Y la Sala Zavala Muñiz, convertida en La Gallera, en la que se desarrollan talleres, conferencias y conversatorios, sin olvidar varias radios que en octubre transmitieron en vivo desde allí. Y el Foyer, ocupado por la Escuela de Espectadores para conversar con varios artistas sobre los procesos creativos de la obra.
El espacio que en otra época fuera el famoso El Águila y luego Rara Avis se ha convertido en La Cueva, donde se puede consumir comida colombiana y también compartir música y espectáculos. No falta Macondito, un lugar para niños, ni varias exposiciones que ocupan los pasillos. Y no podemos olvidar la sala principal, cuyo escenario enorme de por sí avanza sobre la platea hasta el nivel de los palcos, con un dispositivo que incluye los bellísimos telones selváticos de Guillermo Ifrán, o la magia del espacio visual con las proyecciones en varias dimensiones de Miguel Grompone y Renata Sienra, sin olvidar la alquimia lumínica de Martín Blanchet. Pero eso es solamente un pequeño y arbitrario recorte, como dijimos, esta obra no permite una ficha técnica que le haga justicia por falta de espacio.
Ampliación del campo de batalla
Algo debe decirse del trabajo de estas brillantes generales que son Morena y Villalba, que logran lo imposible, que es el lucimiento de treinta actores y de una banda junto con una orquesta.
Las luces, los vestuarios y la música en vivo y los textos son puestos al servicio de lo mejor del elenco. El texto sobre ruido de Ale de Gregorio es un momento sobrehumano de Mané Pérez, lo mismo que el de Dani Umpi sobre Melquiades es para Pablo Varrailhon. Por su parte, Gabriel Peveroni escribió un monólogo hermoso sobre Aureliano que pone en carne y voz Mario Ferreira. Fernando Santullo, en su estilo, pone la letra de un hip hop bélico que canta el elenco vestido de tropa militar sobre la realidad de la guerra. No se puede elegir un momento sobre otro, no con exhaustividad, pero el encanto de Andrés Papaleo bailando, o de Jimena Pérez y Stefanie Neukirch cantando, el manejo de la mirada de Diego Arbelo en su enfrentamiento con Aureliano, pasando por todos y cada uno del resto de los treinta, entretejen la fina hebra de oro seda y lapislázuli de esta urdimbre única.
No podemos olvidar el texto de Gabriel Calderón, en el que un militar, un político, un sacerdote y un agente de seguridad son conjurados por Fernando Vannet, Diego Arbelo, Gabriel Hermano y Roxana Blanco respectivamente.
Este texto es un manifiesto, en él queda claro que el objetivo de la obra no puede ser el de las personas con los ojos en el pasado muerto al que llaman “tradición”, o en las formas marchitas que llaman “clásicos”. Una vez más, Calderón quema todo y pone a los tres poderes, Estado, Ejército e Iglesia a enfrentar al público con la verdad del horror de esta puesta. Les Luthiers no hubiera logrado un momento de humor más perfecto ni Platón una arenga política más fuerte.
El texto es bueno, pero geniales son la dirección y las actuaciones de este momento que es el fulcro de la obra, que es política, sí, como todo arte es, porque tiene que reflejar lo que vive la sociedad, la polis, pero además porque es la propia polis de Montevideo la que sirve la mesa de esta guerra santa.
Bandera blanca
Decían del Cid “qué buen vasallo si hubiera buen amo”, y no podemos dejar de reiterar que este ejército de artistas escénicos, artistas técnicos y músicos es, literalmente, una metáfora de la invencibilidad. Siempre valoramos la toma de riesgo y aquí el riesgo es enorme, aunque con artistas de esta magnitud hubiera sido un pecado no tomarlo, y si hay algo evidente es que ese gran comandante en jefe que es Calderón no le tiene miedo al éxito. Quizás porque no le prende velas…
El más grande sabio que dio el pueblo judío sin mucha polémica es Maimónides, llamado Moisés hijo de Maimón. Respecto de él dicen los sabios: desde Moisés hasta Moisés no nació uno como Moisés. Queriendo decir lo obvio, que entre el mayor profeta del antiguo testamento y Maimónides no nació uno igual a ellos. Pues bien, afirmo, y defiendo con toda la fuerza de mi teclado, que desde Gabriel hasta Gabriel, no nació uno como Gabriel.
Porque son esos y solamente esos valientes que dan la guerra contra los miserables los únicos que puedan darle a Santa María la esperanza de una segunda oportunidad sobre la tierra.
Y el resto es silencio de mariposas muertas.