Por Eldys Baratute.
Después de ver tanto teatro en Cuba, acercarme, por primera vez, a una puesta en escena en Uruguay era un acto imprescindible. Por varios motivos fui retrasando el momento hasta que me convidaron a la sala Alejandría Café de las Artes, para disfrutar, nunca mejor dicha la palabra, de El tiempo está después, una obra que se identifica con una realidad cercana a un país con una población envejecida.
Llegué a la calle Gaboto, escéptico, después de ver tanto teatro cubano que estruja el corazón, pero salí, noventa minutos después, con la misma sensación de tristeza, de desasosiego, incluso de terror, que uno experimenta cuando ha visto una pieza definitivamente bien hecha, estremecedora, visceral, aunque por minutos esté matizada por el humor.
Cuatro ancianos viven en un residencial, cuatro ancianos que cargan con su pasado, con su historia de vida, con muchas zonas de infelicidad, una infelicidad provocada por la lejanía de la familia. Esa es exactamente la palabra que se mantiene todo el tiempo en la mente de los espectadores que van a la sala: familia.
La familia como eje transversal a la vida de esos personajes que inventan un artefacto para que sus seres queridos les profesen el amor que necesitan.
A una ellas la mantienen exiliada dentro del Residencial, lejos de su nieta querida; la esposa del otro padeció de Alzheimer y de cierta forma también lo exilió; la tercera fue víctima de violencia física y psicológica por un esposo machista e infiel y, el último, se descubre abandonado, con un hijo presente pero ausente. La familia que fundas, que edificas, que proteges y que después te abandona. De eso versa El tiempo está después.
Vale resaltar la pericia del director, Gabriel Rodríguez que, aunque joven, demuestra mañas en una puesta no es lineal para nada y en la que se alternan los momentos de tristeza con humor y una fina ironía, equilibrando los momentos más tensos. Desde el propio inicio, cuando llegan los espectadores a la sala y se convierten en protagonistas de la película que ven los cuatros ancianos, se rompe la cuarta pared y desde la platea, el público se siente observado, analizado, y como lo hicieron Morgan Freeman y Jack Nicholson en la película Antes de partir, se le invita, sutilmente, a hacer esa lista de cosas que todos tenemos pendiente, esas que, lamentablemente aún nos quedan por hacer.
Otro momento de acierto en la dirección escénica ocurre mientras los actores buscan las piezas para construir el reloj. Ahí se cambia el ritmo, y se les obliga a desdoblarse en otros, ser los mismos ancianos que son y al mismo tiempo los jóvenes que fueron. Hay un antes y después en ese momento que refresca, que humaniza, y que por momentos descontextualiza. Y ya casi al final, se vuelve a romper la cuarta pared, menos efectivo pero igual de refrescante.
Si hay algo que pudiera señalarle al director es que hay escenas que pudieran acortarse, evitar la redundancia en algunos parlamentos que no aportan más de lo ya dicho, para que no disminuya el ritmo. Por momentos, además, se sienten las actuaciones desbalanceadas, sobre todo en el caso de los dos enfermeros (Magui Larralde y Pablo García) y del hijo de Basilio (Mathías Brea sustituyendo al actor titular Diego Castro), lo que evidentemente se entiende a partir del poco background de esos jóvenes actores.
Un buen guion sostiene a puesta. Textos bien construidos, cargados de la necesaria humanidad que llevan esos cuatro individuos ¿recluidos? en un Residencial. Cuatro personajes bien caracterizados psicológicamente. Cada uno, desde su espacio, se aferra a la vida. Juanita, defendida por Mariela Fodde; Angélica, por Cynthia Patiño, que dobló en esta oportunidad a la titular Graciela Arambillete; Augusto, interpretado por Tabaré Luzardo, y Basilio defendido por el guionista y director, Gabriel Rodríguez. Es exactamente Basilio el elemento disonante, el antagónico, quién por momentos provoca la ruptura de los diálogos, los espacios de risa, quién más sinergia establece con el público por ser un personaje dicharachero, inconforme, crítico, peculiar dentro del cuarteto, aunque se le descubren parlamentos demasiado largos que no concuerdan con su caracterización psicológica.
También es importante señalar que el texto final, defendido por este actor, sobra. Regala y explicita todo lo que con acciones ya había quedado claro. La obra cierra cuando los otros tres se van a la cocina, cuando el público descubre que Juanita no es tan sorda como parece y se queda ese ambiente de alegría, de optimismo, a pesar de todo. Lo que sucede después rompe el ritmo y alude a un didactismo realmente innecesario para una puesta tan lograda.
Más allá de lo señalado a los jóvenes actores, el nivel de interpretación es muy logrado. Cada uno, con sus herramientas, construye personajes verosímiles y empáticos: Mariela centrada, orgánica, sirviendo muchas veces de puente entre uno y otro; Tabaré demostrando ductilidad en la escena, eufórico, resolviendo los momentos de tensión; Gabriel haciendo dominio de un guion que hace suyo, teniendo la difícil tarea de antagonizar, de ser el otro, el discorde, y al mismo tiempo tratando de no convertirse en un caricatura de viejo resabioso. Pero, sin dudas, resalta Cynthia Patiño. Es ella quien se lleva las palmas. Con gestos pequeños gestos como el movimiento de los ojos, las manos, o el acomodo del vestuario, la actriz hace gala de su talento y en muchas ocasiones ni siquiera es necesario que hable para mover las emociones. Se separa las hebras del pelo, sonríe, toma una de sus manos con la otra, arquea las cejas, todo con la humanidad que necesita el personaje. Por suerte, saca a la mujer violentada del estereotipo y la convierte en una mujer, a secas, independiente, única, auténtica, dueña de su personalidad.
La escenografía bien lograda, las luces que marcan los cambios de escena, la música intencionada, el maquillaje efectivo y la referencia a clásicos de la literatura y el arte, complementan una obra que merece más tiempo en esa u otras salas. Los invito a ponerla en espacios públicos, Centros Residenciales, lugares en donde sea necesario concientizar, desde la emoción, la importancia del cuidado de los ancianos, nuestros ancianos.
Les agradezco a ese proyecto, que aún no tiene nombre pero que merece uno, por hacerme sentir de nuevo en casa, desde el teatro.